La Librería

Pequeños retales de literatura

jueves, diciembre 25, 2014

Felices Fiestas retro!!



Y con esto y un bizcocho... bueh yo me voy unos días a Lisboa. Cuando vuelva levanto la persiana.

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lunes, diciembre 22, 2014

Un recuerdo hacia Paco Porrúa y Aurora Bernárdez

Hay un motivo que suele obligarme a escribir por aquí y no es un motivo precisamente alegre; es ley de la naturaleza que las vidas muy vividas también tienen que extinguirse, como aquello que recitaba Jorge Manriquenuestras vidas son los ríos que van dan a la mar”. Hace unos días murió el editor Paco Porrúa. Era una de esas muertas que tampoco te sorprenden demasiado porque cuando uno ya ha pasado la barrera de los noventa años, ya vas a contracorriente en el tema de la vida y las probabilidades que cualquier día salga publicada tu propia esquela aumentan vertiginosamente.

Los méritos de Paco Porrúa en deben ser sin duda muchos, yo al menos recuerdo cuatro en su faceta como editor: fue el creador de la editorial Minotauro que abrió nuevos horizontes en el mundo de la ciencia ficción española; publicó a Tolkien; publicó Cien años de soledad de Gabriel García Marquez; y editó también Rayuela de Julio Cortázar cuando hasta entonces Cortázar seguía siendo un total desconocido para el gran público (vete a saber sin el trabajo y el acierto de Paco Porrúa si los cortazarianos hubiéramos podido descubrir los libros de Julio, yo al menos soy de los que piensa que muchos grandes escritores quedan olvidados en la cuneta de los devenires vitales).

Dicen que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, en el caso de Julio Cortázar -que grande lo era un rato con sus casi dos metros de altura- si que hubo una, pero más bien chiquita, porque ella en contraste apenas llegaba al metro sesenta… pero con una inteligencia enorme y un sentido del humor que conectó al instante con Julio, y aunque se divorciara de ella, sin duda fue la mujer de su vida. Dudo que Julio Cortázar se hubiera convertido en el escritor que se convirtió sin la compañía de ella. Me estoy refiriendo por supuesto a Aurora Bernárdez, que también nos dejó hace apenas un mes, después de una vida también exprimida de 94 años.

La mayoría de los críticos y biógrafos dan por hecho que el personaje de la Maga venía inspirado en una de sus amantes Edith Aron, pero yo creo que La Maga era más una especie de ideal femenino, influido en gran parte por la figura de Aurora. Cortázar en una carta dice que el libro en sí esta dirigido a Aurora, y que ella cuando lo leyó lloró tras leer la última página. Creo que sin Aurora Julio nunca se habría convertido en el escritor en que se convirtió.

Sirva esta entrada aparte del recuerdo a Paco y Aurora, también como homenaje a todos aquellos que siempre están detrás de la mano de cualquier escritor, en la sombra tanto como en la compañía como en el amor.

Paco Porrúa Aurora Bernárdez

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sábado, diciembre 20, 2014

El mejor amigo de Enrique Jardiel Poncela

Acabo de ver la parte final del documental que ha emitido la 2 “Inverosímil, Jardiel Poncela”, cuyos minutos finales estaban dedicados a la relación de lealtad que tuvo su perro Bobby hacia Enrique Jardiel Poncela.

Bobby era un perro que Enrique Jardiel Poncela se encontró un día mientras escribía desde la terraza de un café de Bilbao, y al verlo famélico, Jardiel le ofreció un bollo, y cuando ya el escritor se dispuso a irse del café, el perro siguió sus pasos mansamente. Entre los dos, se había creado un vínculo que les uniría tanto en la vida como en la muerte. Dicen que cuando años después Jardiel murió, el perro se puso junto al féretro en la capilla ardiente y apenas se movió. Quince días después de que Enrique Jardiel Poncela falleciera su perro murió también, pero de tristeza.

Enrique Jardiel Poncela y su perro Bobby

Las anécdotas que se cuentan de él y sus perros (en realidad tenía a Bobby, un perro alsaciano emparentado con la familia de los pastores alemanes y a un perro más pequeño que respondía al nombre de Ramonín), en una ocasión quiso entrar en un hotel de lujo con su perro Bobby y el responsable le indicó que no se podía hospedar allí con el perro. Al pedir explicaciones Jardiel Poncela, éste le espetó: “-Por las pulgas” a lo que Jardiel le contestó “-Ah! Será por las que coja en este hotel…” y enfadado se dio la media vuelta y abandonó el hotel.

Viendo el documental he recordado la injusticia que se cometió con este gran escritor, que después de estrenar un buen número de comedias de éxito (hacer reír siempre me ha parecido el género más complicado de todos los posibles), comenzó a caer en el olvido y en la pobreza. Se dice que cuando el padecía cáncer y estaba casi en la miseria, uno de las pocas personas que le ayudaron económicamente fue el actor Fernando Fernán Gómez.

¿Y el por qué de este olvido sobre alguien tan prolífico como lo fue Enrique Jardiel Poncela? Su nieto Enrique Gallud Jardiel editó hace unos meses un pequeño ensayo sobre su abuelo “Jardiel. La risa inteligente”, y nos da en él algunas claves.

Enrique Jardiel Poncela era un individualista que no se definía ni como de izquierdas ni de derechas, pero durante la guerra civil española hubo varias cuestiones personales que le molestaron del bando republicano, por lo que en principio se alegró de que acabara la guerra y que hubiera ganado el bando nacional. Pero, rápidamente se dio cuenta que el régimen de Franco no era ni mucho menos lo que el había esperado, y detalles como el fusilamiento de Lorca le hicieron dejar de defender el régimen franquista.

Sus obras muy avanzadas para esos tiempos sufrieron la continua censura del gobierno, e incluso algunas de sus obras fueron tildadas de blasfemas.

Y cuando intentó cambiar de aires e ir de gira por latinoamérica con una compañía teatral a la que contrató, se encontró con la oposición de los exiliados que le reventaban todas sus funciones, aludiendo que Enrique Jardiel Poncela no se había decantado claramente por el compromiso con la causa izquierdista. Y entre unos y otros consiguieron que su proyecto empresarial se fuera a la quiebra, y que Enrique Jardiel Poncela acabase en la pobreza más absoluta.

No se podrá reparar la injusticia que se cometió con él en vida, pero sí al menos podemos intentar rectificar el error cometido y rescatar su obra de ese tierra de nadie que son los olvidos. Por suerte son varios de sus nietos los que se han propuesto luchar por la memoria de su abuelo (incluso Enrique Gallud tuvo el detalle de enviarme su último ensayo sobre él), y es por eso por lo que los admiradores de su obra esperamos que algún día Enrique Jardiel Poncela consiga ocupar en la literatura y la dramaturgia el lugar que creemos que le corresponde.

Enrique Gallud Jardiel

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domingo, diciembre 14, 2014

Sobre el buen arte de maltratar los libros

La primera vez que recuerdo que vi un libro colgado con pinzas creo que fue en ese programa impronunciable, de nombre Qwerty, que dirigía Joan Barril. Allí presentaban los libros y luego estos se colgaban con pinzas de ropa sobre una cuerda como si fuesen ropa limpia. Al principio pensé que era una simple boutade, aunque luego recapacitando me pregunté si todo no correspondería a presentar la idea de coger las novedades literarias “con pinzas”, y que había que esperar un tiempo prudencial para que éstas se asentaran en la importancia que realmente les correspondía.

Ya un día mis ojos se pusieron ojipláticos cuando vi a Joan Barril sumergir un libro de Cesar Vidal en un barreño lleno de agua; ahí lo vi más claro; en ese caso era una especie de gesto –que bien Jodorowsky hubiera atribuido a su psicomagia- que servía de alguna manera para exorcizar tanto a los malos espíritus como a ciertos escritores provenientes del lado oscuro.

Luego me llevé una sorpresa cuando leyendo Nocilla Experience de Agustín Fernández Mallo, allí también había un matemático que colgaba en la terraza de su casa las hojas que contenían sus razonamientos sobre la soledad.

Libros colgados

Metido en esta rara secuencia, ya casi no me extrañé cuando leyendo el enorme 2666 de Roberto Bolaño, me apareció el profesor Amalfitano -que quizás por los vientos calientes provenientes del Mojave parecía algo desquiciado... que lo explicaría- también se encargaba de colgar un libro de geometría de un tal Rafael Dieste con pinzas de ropa en el patio, con la intención de que le diera un poco el aire y el libro aprendiera cuatro cosas de la vida real, tal vez precisamente las que no había aprendido él.

Pero por suerte, Bolaño también nos da la clave de toda esta historia en el 2666, y explica que el artista Marcel Duchamp le hizo llegar como regalo de boda a su hermana Suzanne, unas instrucciones que consistían en colgar un libro de geometría de un cordel y dejar que viento y lluvia lo fueran estropeando con el paso del tiempo (de entrada me imagino que Duchamp no iba muy sobrado de dineritos…). El recién matrimonio que no les faltaba sentido del humor siguió las instrucciones de Marcel a rajatabla, e incluso llegaron a fotografiar el libro después de que éste se hubiera deteriorado bastante (único testimonio visual que resta de este ready-made)

Y me he acordado de esta historia porque este fin de semana ha fallecido el periodista Joan Barril con solo 62 años, al menos vivió como quiso, con una fama de bon vivant que siempre le acompañó. Sus familiares, amigos, y en general todo el mundo cultural catalán le echará de menos, pero también los que participamos de su vida, aunque solo fuese oyendo o viendo alguno de sus programas o leyendo alguno de sus libros o columnas.

Hoy ha sido despedido en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona, donde Joan Manuel Serrat le ha homenajeado cantando Res no és mesquí, del poema de Joan Salvat-Pappasseit. Sirvan también estas líneas para su recuerdo.

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domingo, diciembre 07, 2014

Ricardo Menéndez Salmón -Derrumbe-

Hacía tiempo que quería leer algo de Ricardo Menéndez Salmón así que con ese ánimo saqué de la biblioteca dos de sus libros: Derrumbe y El corrector (hubiera deseado sacar La ofensa pero el libro no se encontraba disponible).

Derrumbe Acabo de terminar Derrumbe, y voy a dejar mis impresiones. Lo primero y más notable, es la riqueza expresiva de este escritor; se nota que le gusta regalarse con la prosa y sus hallazgos son numerosos y continuos; a quién no le guste la prosa poética seguramente no le gustará el estilo de de Ricardo Menéndez Salmón, pero como yo soy uno de sus defensores, pues leerle es un lujo, y pese a que cada dos por tres tengo que estar consultando un diccionario para no perderme ni una pizca del derroche léxico que en el libro hay (no sé que pensarán otros lectores, pero a mí esa abundancia de palabras me parece toda una delicatessen para mi cerebro).

Para que quién lea esto y quiera hacerse una idea de lo que hablo, aquí copio un fragmento:

“La niña esta viendo la televisión en la cocina. A través de los intestinos de la casa, a través de sus vigas, tabiques y techos se arrastraba y filtraba un zumbido de aquelarre: el zumbido de los muertos, el zumbido de los sicofantes, el zumbido de los legendarios jinetes eléctricos que habitaban –corpúsculo y onda- en el seno de la máquina triste”.

Y todo esto para decir que la televisión que miraba la niña emitía un zumbido…. Evidentemente no es una prosa directa o sencilla, pero yo al menos siento que en los meandros en los que se pierde están siempre llenos de belleza.

El libro es cortito, tiene solo 189 páginas, y los pseudocapítulos, o las escenas fragmentarias que se suceden en la historia ocurren cada dos o tres páginas, por lo que es bastante ameno y fácil de leer, salvo como ya he dicho que a uno le sature el barroquismo literario como estilo de prosa.

El libro está dividido en tres partes: Mortenblau, El mundo bajo la caperuza del loco y Padres sin hijos. Las tres partes son bastante diferenciadas, aunque tienes puntos de conexión, pero quizás uno de los fallos del libro que le veo, es que no parece percibirse una clara intención de hacia donde apunta el escritor con lo que plantea. Hay varios temas que sobrevuelan la trama, como el mal de una sociedad endémica que vive agazapado en la vida de cualquier persona normal, dispuesto a destrozársela en cualquier momento y un mal que ejerce un poder de atracción sobre algunas personas. Otro tema sería la sociedad en que vivimos enferma de consumismo, y otro puntal que se me ocurre sería la difícil relación de padres e hijos entre los cuales la incomprensión se vuelve a determinadas edades de adolescencia un abismo insondable.

El libro engaña al principio porque comienza con la historia de un asesino que mata sin piedad a sus víctimas, y unos policías que le persiguen, y en el arranque da la impresión de que estamos leyendo un thriller o una novela negra, pero a medida que avanzamos en la lectura vemos que la investigación queda estancada y pasa a un segundo plano, mientras que en cambio comienzan a cobrar interés otras tramas que conectan con la inicial.

El problema para mí es que con tanta elipsis para secuenciar las secuencias fragmentarias que marcan el libro, los personajes no alcanzan a tener demasiada profundidad, y quizás con unas cuantas más páginas y con las ideas más claras de hacia donde se quiere llevar el libro, el poso que dejaría en el lector hubiera sido mayor.

No me suelen gustar las comparaciones, pero en este caso voy a hacer una excepción: si el propósito del libro es filosofar sobre la naturaleza del Mal, creo que en ese caso lo ha conseguido bastante mejor el chileno Roberto Bolaño en varios de sus libros.

Aún así el libro es muy fresco en el planteamiento experimental de contar la historia a partir de las tres historias que nos muestra, pero si los vínculos entre unas y otras hubieran estado mejor apuntalados, el libro creo que ganaría bastante.

Bueno, leeré en breve el otro libro que pillé, pero antes también escribiré un poco más sobre uno de los asuntos que más me ha llamado la atención de Derrumbe, pero eso será en otro post.

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