Mercedes Salisachs es la decana de la literatura española, con 95 años que tiene mantiene una lucidez mental absoluta, que le permite seguir publicando a un ritmo de casi un libro por año. Ha ganado numerosos premios literarios y aunque sus libros siempre han tenido una estupenda acogida por el público, la crítica literaria –especialmente la catalana- ha mantenido un silencio prolongado entorno a su obra. La explicación es sencilla: ocurre que aunque Mercedes Salisachs ha nacido en Barcelona, seguro que nunca le darán la Creu de Sant Jordi o semejante, porque el stablish cultural (esas butacas que siempre quedan en poder de los parte más nacionalistas del Parlamento) nunca le perdonará el que se declare como persona solo castellano parlante. Y ella, resentida por este silencio, se ha mostrado guerrera en las entrevistas, y más de una vez ha soltado algunas declaraciones, no demasiado afortunadas en relación con la lengua catalana, con las que sin duda no ayudará a limar asperezas. Me imagino que cuando ya uno pasa ciertas edades ya está de vuelta de todo. Y además, en mi opinión, éste tipo de resquemores lingüísticos, se debe en gran parte a esa actitud mojigata de pretender que toda la cultura catalana se haga en catalán. Entiendo –y ya sé que me meto en camisa de once varas- que por etimología parece que lo contrario es una contradicción, pero creo que cuanto menos nos fijemos en si uno usa el castellano o catalán, más sana será la población catalana (recuerdo que durante unos años TV3 tuvo la política de no traer invitados a los programas que hablasen castellano, afortunadamente algún jefazo se dio cuenta que aquello era un fanatismo absurdo y se revocó la orden). Y por idéntica razón no me gusta que cuando se habla del idioma “castellano” algunos utilicen el término “español” para referirse a esta lengua, buscando –creo- connotaciones imperialistas. Personalmente prefiero un sociedad extremadamente tolerante, donde se pueda llevar la película “Pa negre” como candidata de España para los premios Oscar y nadie se rasgue las vestiduras, o donde pueda aparecer Gerard Quintana en el programa de Albert Om hablando a ratos en castellano con sus hijos y nadie se lleve las manos a la cabeza (cada familia es un mundo, y si alguien no conoce casos que aunque parezcan extraños se dan con bastante asiduidad dentro de las familias catalanas, donde se intercalan conversaciones de familiares que hablan en castellano con otros que hablan en catalán, con otros que son bilingües totales, es que realmente no saben en que país están viviendo). Pero, bueno, salgo de este tema porque me enciendo, y sé que este tipo de declaraciones pueden generar igual número de apoyos como de rechazos, y ésta es una polémica que no me interesa que se focalice desde mi blog. No tengo muy claro a que tipo de target se dirige este blog, pero si que tengo claro que paso de discusiones políticas y si hago ahora esta excepción es porque me siento un poco indignado por las críticas que ha recibido el cantante de Sopa de Cabra por parte de algunos sectores nacionalistas que no se dan cuenta del daño que pueden estar haciendo a la familia de Gerard cuyo “terrible” o “valiente” error ha sido ser generoso con la gente y exponer la realidad de su familia.
Retomando la figura de Mercedes de Salisachs, puedo decir que antes de cumplir los veinte años leí La gangrena (libro con el que ganó el Premio Planeta) y sin recordar ahora ya demasiado el argumento, si que me acuerdo que su lectura me impresionó. Me sorprendió esa soltura para hablar de amores que se hacían y se deshacían con el avance implacable de las agujas del tiempo. No he vuelto a leer ninguno de sus otros libros, y durante estos años al enterarme que cada dos por tres ella seguía publicando, me hacía pensar que siempre tendría un montón de libros que leer escritos por ella, por si alguna vez me decido a profundizar sobre su obra.
Pero como decía ya hace unos cuantos días, Mercedes Salisachs tuvo una incursión dentro del terreno de la dramaturgia, en 1948 se estrenó en el Teatro de la Zarzuela de Madrid su obra “La heroína de Betulia”, que era una representación de la historia de Judit y Holofernes cuya particularidad es que estaba escrita en verso (años después Pilar Miró hizo algo parecido en el cine con el Perro del Hortelano de Lope de Vega y pese a lo arriesgado de su propuesta, le fue bastante bien). Cuando se estrenó su obra de teatro Mercedes Salisachs tenía unos treinta años; estaba casada con el empresario José María Juncadella y ya estaba criando a sus cinco hijos (su otra gran vocación).
Pero lo que ocurrió es que la obra teatral de Mercedes Salisachs no fue un éxito, sino un absoluto fracaso por parte de la crítica, que se ensañaron con ella, quizás porque sólo querían ver en ella a una chica que pertenecía a una burguesía catalana selecta, que se había encaprichado en escribir una obra de teatro. La cuestión es que Mercedes Salisachs pese a su tesón siempre se ha mostrado insegura respecto al miedo al fracaso y aquello le provocó una crisis en su vocación del que le costó salir, pero tal como explica en alguna entrevista fue una carta recibida de uno de los más grandes dramaturgos españoles Enrique Jardiel Poncela la que en cierta manera le devolvió la confianza. En la carta Jardiel Poncela, le dice que ha asistido a la representación y que se ha llevado una gran impresión de la obra, pero sobretodo donde hace el mayor hincapié es en la soledad del artista a la hora de juzgar y creer en la propia obra, un camino lleno de baches, en donde a medida que avance a quién menos debe hacer caso es a los críticos. Personalmente me fascina este tipo de actitudes generosas que se dan con frecuencia en un tipo especial de personas, que no les importa regalar su tiempo y su esfuerzo, para utilizarlo en dar palabras de ánimo a algún desconocido que se intuye que lo necesita.
Mercedes Salisachs siempre guardó esa carta como oro en paño, y yo la he copiado de su página web donde estaba colgada como imagen que se carga, y la he transcrito para pasarla a Word, porque odio esos formatos con los que no se puede trastear. La escritora no volvió a aventurarse en terreno del teatro, pero siguió escribiendo y redireccionó su carrera hacia la novela, terreno donde poco a poco fue ganándose un espacio y un prestigio entre sus lectores.
En cierta manera la carta recuerda una contestación que acuñó Saul Bellow referente a los rechazos editoriales y las malas críticas: “No son malos. Enseñan al escritor a fiarse de su propio juicio y a decir, con el corazón en un puño, ‘¡Iros al infierno!”
Carta de Enrique Jardiel Poncela
Lunes, 3 de mayo de 1948
Sra. Mercedes Salisachs de Juncadella
Mi distinguida y admirada señora:
Ignoro si mi opinión personal y literaria pesará o no en el ánimo de usted, aunque lo cierto es que preferiría –y celebraría- que pesase; pero, de cualquier forma, no quiero que usted abandone Madrid sin trasladarle lo que va a continuación.
Estuve el sábado en la Zarzuela y sí “La heroína de Betulia”, y me pareció excelente; y si es su primera obra, la considero reveladora de una verdad inefable (y sólo oculta para el espectador de mala fe o de poco criterio): la de que usted es un autor teatral a quien espera una larga y brillante carrera en los escenarios, si el desánimo o las adversas opiniones ajenas no inmovilizan su capacidad indudable de creación.
Porque, además de trasladarle mi fallo en este punto, me permito darle mi consejo profesional de que jamás, jamás, jamás haga caso de las opiniones ajenas y mucho menos si esa opinión es la de las llamadas “críticas oficiales”. Por dios!! Sobre todo, ningún caso, absolutamente ningún caso de la crítica periodística! Un crítico es siempre la persona que menos sabe del arte de hacer comedias. Si supieran ellos algo de eso, escribirían comedias en vez de criticarlas, pues escribir comedias produce muchos más ingresos –por pocos que produzca- que redactar críticas: por mucho que ese fácil esfuerzo se remunere. Sobre “La heroína de Betulia” se han escrito en los periódicos de Madrid todas las majaderías y falsedades que se escriben cada vez que se trata de afrontar y juzgar un real valor nuevo. Casi esa es la “piedra de toque” que revela la realidad de un valor verdaderamente nuevo.
Hasta Marquerie, que suele proceder inteligentemente, ha olvidado este vez su inteligencia en el guardarropa del teatro de la Zarzuela. No tengo tiempo aquí de analizar la crítica de él en “ABC”, aunque con gusto lo haría, pero si le diré a él cuando le vea que no se puede acusar a un autor de usar vocablos modernos (valga la expresión) en una tragedia de la época y ambiente históricos y citar a Girandoux y a Cocteau, especializados en la modernización, precisamente, de la tragedia histórica. Y quizá le diga otras cosas más cuando hable con él acerca de la obra de usted, señora.
Resumo: ante todo y sobre todo, siga.
Y siga sin hacer caso de nadie, excepto de sí misma. Todo es susceptible de ser mejorado en el propio arte, pero ha de mejorarlo uno solo y sin ayuda de nadie: porque en arte un artista no tiene más que una luz, la que lleva él dentro; y únicamente dispone de “una guía de carreteras”: su propio juicio, su propio gusto, su propia sensibilidad, su propia voluntad y, -en fin- su propio y solo albedrío artístico y espiritual. Aíslese para trabajar. No lea lo que escriba a nadie. No pida opinión a nadie. Escriba; escriba y estrene. Y aguarde. Los elogios sin reserva llegarán indefectiblemente: incluso los propinados a esta obra, tratada hoy por la crítica con tanta reserva y picajosería.
En cuanto al “público de estreno” tampoco es “el público”. Y menos en Madrid, ciudad que quita y da artísticamente, y que, por lo tanto, está saturada en todos sus ambientes artísticos de la mala fe propia de la gente del oficio y de los familiares y amigos de esa gente del oficio, que no pierden estreno…
Podría hacerle a usted una larga historia de las veces que, desde mi primera obra, hace, ay! ya 21 años, tuve que decirme a mí mismo, para no caer a un lado del camino –desanimado y apático-, eso mismo que hoy, felizmente, usted tiene quien le oiga con toda sinceridad y humano compañerismo y buen deseo. Pero me limito a asegurarle que provocando esas reacciones que ha provocado usted es como iniciamos nuestra carrera literaria todos los que pasaremos a las antologías del género que cultivamos. Aforismo base: principio fácil, mal final.
La besa los pies su aferro compañero,
Enrique Jardiel Poncela
PD. Sirva este pequeño homenaje a Mercedes también para a su sobrina Bibis Salisachs (¡y para mi nuevo sobrino Asier: 3Kg 300gr!), que tanto recordaba en gestos a los de su tía, y que fue la fiel compañera de Juan Antonio Samaranch, el que fuera uno de los grandes instigadores del movimiento olímpico español (estos días se cumplía el 25 aniversario de la designación de Barcelona como escenario de aquellas inolvidables Olimpiadas que vivimos en el 92). Y es que encima, el mundo es un pañuelo, porque los vecinos del apartamento de mis padres en Calafell fueron grandes amigos del matrimonio Samaranch.
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