Bibliotecarios con exceso de celo
Imaginemos la siguente escena, una persona llega a una pequeña librería que se encuentra en liquidación. Lleva en su bolsillo el dinero suficiente para efectuar unas cuantas compras. La librería esta abarrotada, dato generalmente inhabitual en el templo de los mercaderes del libro. Con paciencia y a fuerza de ir avanzando poco a poco, el futuro comprador consigue hacerse un pequeño espacio que le lleva frente a los anaqueles. Entonces comienza a ojear con devoción, uno por uno, los lomos que asoman ligeramente de los estantes. Su dedo índice, acaricia suavemente la encuadernación de cada ejemplar, y va -como si estuviera pasando lista- saltando de libro en libro. A medida que ese dedo se desliza, el buen lector va descubriendo los títulos de aquellos ejemplares que algún día desearía que formaran parte de su biblioteca personal. De repente, su manos cogen un libro que por alguna razón ha conseguido acaparar su atención. Sólo hay un ejemplar. Ojea el precio de la etiqueta pegada en la contratapa, y este le parece entre aceptable y razonable. Entonces viene la decisión que resultará trascendente a efectos de su futura comodidad ¿deberá cargar con ese ejemplar? O por el contrario, ¿deberá abandonarlo a su suerte mientras continúa su exploración literaria con la posibilidad que el ejemplar se acabe esfumando? ¿A caso no encontrará otras piezas bibliotecarias de mayor importancia que descarten esa primera elección? ¿A caso no aparecerá entre la caterva de lectores algún otro gourmet literario de parecido gusto? Algunas personas lo cogerán por aquello de pájaro en mano; otros más confiados esperarán hasta el final para comprarlo; un tercer grupo tendrá un comportamiento más ladino, y se dedicará a esconder el ejemplar en un puesto distinto al que le correspondía.
Pues bien, a este tercer grupo era donde pretendía llegar. Este colectivo en realidad correspondería a lo que podríamos llamar “los revolvedores crónicos”, y son sufridos, tanto por libreros como por bibliotecarios. Una plaga que se ha de vigilar igual que se combate la Lepisma saccharina, (los pececillos de plata que se ocultan en la humedad de los papeles viejos). El comportamiento de estos irresponsables lectores provoca que algunos libros desaparezcan perdidos en el limbo de los libros, y como mal menor, que en algún otro caso algún afortunado, se lleve una sorpresa al encontrar un libro preciado explorando los más insospechados rincones.
Ahora ricemos un poco más el rizo, e imaginemos algún biblioteca, donde fuera el propio bibliotecario el causante del desvarío ordenatorio, y en donde en consecuencia, fuese casi imposible localizar cualquier libro. Pues bien esto ocurre precisamente al comienzo del libro de Anatole France, La rebelión de los ángeles (1914), donde el Sr. Sariette, es el encargado de conservar la biblioteca de la familia Esparvieu, una biblioteca dedicada a la religión, la ciencia y la filosofía, que tiene la bagatela de contar con más de tres cientos sesenta mil volúmenes. Anatole France cuenta como el Sr. Sariette, celoso de los libros que custodia, llega a inventar una irreal clasificación criptográfica, para que nadie más que él, pueda tener acceso a los volúmenes. El problema le llegará cuando un ángel burlón comienza a desordenar su ya de por sí imposible biblioteca. Y este enredo bibliotecario, será el principio de una nueva rebelión luciferina, que se encargará de buscar adeptos entre los desarraigados de París.
Pero volviendo al tema que nos ocupaba, otro caso de bibliotecarios demasiado escrupulosos de su trabajo, nos lo propone el escritor y profesor de semiología Umberto Eco, que desde que escribió El nombre de la rosa, se ganó ya una mención especial por parte de los que amamos los libros. Escribió también un pequeño e irónico panfleto que tituló con el nombre de Decálogo de las bibliotecas, donde da algunas recomendaciones para la conservación de los libros. La lógica que nos presenta bajo sus líneas es abrumadora; puesto que la finalidad del bibliotecario es cuidar que los libros no resulten dañados: la forma más efectiva para ello, será evitar que el posible lector tenga acceso a esos libros. Las tretas que se barajan son múltiples, desde múltiples catálogos ordenados bajo los más caprichosos criterios del bibliotecario, hasta llegar a poner el máximo de trabas logísticas para cada consulta. La última norma que nos propone, creo que al menos, gozaría del beneplácito de los bibliotecarios menos trabajadores:
NORMA ADICIONAL
“El objetivo primordial es conseguir que la biblioteca permanezca completamente cerrada la mayor parte del año por orden gubernativa".
Pues bien, a este tercer grupo era donde pretendía llegar. Este colectivo en realidad correspondería a lo que podríamos llamar “los revolvedores crónicos”, y son sufridos, tanto por libreros como por bibliotecarios. Una plaga que se ha de vigilar igual que se combate la Lepisma saccharina, (los pececillos de plata que se ocultan en la humedad de los papeles viejos). El comportamiento de estos irresponsables lectores provoca que algunos libros desaparezcan perdidos en el limbo de los libros, y como mal menor, que en algún otro caso algún afortunado, se lleve una sorpresa al encontrar un libro preciado explorando los más insospechados rincones.
Ahora ricemos un poco más el rizo, e imaginemos algún biblioteca, donde fuera el propio bibliotecario el causante del desvarío ordenatorio, y en donde en consecuencia, fuese casi imposible localizar cualquier libro. Pues bien esto ocurre precisamente al comienzo del libro de Anatole France, La rebelión de los ángeles (1914), donde el Sr. Sariette, es el encargado de conservar la biblioteca de la familia Esparvieu, una biblioteca dedicada a la religión, la ciencia y la filosofía, que tiene la bagatela de contar con más de tres cientos sesenta mil volúmenes. Anatole France cuenta como el Sr. Sariette, celoso de los libros que custodia, llega a inventar una irreal clasificación criptográfica, para que nadie más que él, pueda tener acceso a los volúmenes. El problema le llegará cuando un ángel burlón comienza a desordenar su ya de por sí imposible biblioteca. Y este enredo bibliotecario, será el principio de una nueva rebelión luciferina, que se encargará de buscar adeptos entre los desarraigados de París.
Pero volviendo al tema que nos ocupaba, otro caso de bibliotecarios demasiado escrupulosos de su trabajo, nos lo propone el escritor y profesor de semiología Umberto Eco, que desde que escribió El nombre de la rosa, se ganó ya una mención especial por parte de los que amamos los libros. Escribió también un pequeño e irónico panfleto que tituló con el nombre de Decálogo de las bibliotecas, donde da algunas recomendaciones para la conservación de los libros. La lógica que nos presenta bajo sus líneas es abrumadora; puesto que la finalidad del bibliotecario es cuidar que los libros no resulten dañados: la forma más efectiva para ello, será evitar que el posible lector tenga acceso a esos libros. Las tretas que se barajan son múltiples, desde múltiples catálogos ordenados bajo los más caprichosos criterios del bibliotecario, hasta llegar a poner el máximo de trabas logísticas para cada consulta. La última norma que nos propone, creo que al menos, gozaría del beneplácito de los bibliotecarios menos trabajadores:
NORMA ADICIONAL
“El objetivo primordial es conseguir que la biblioteca permanezca completamente cerrada la mayor parte del año por orden gubernativa".
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Etiquetas: Creaciones, Literatura
5 Comments:
Los cortazarianos pensamos que las casualidades nunca ocurren porque sí. Así, cuando alguien ojea el libro que antes teníamos entre las manos, es como si el destino nos estuviese enviando mensajes subliminales, indicándonos que debemos ponernos a hablar con esa persona (que se acentúa según la belleza y simpatía del interlocutor). El libro en este caso se vuelve una excusa.
Un placer tenerla por aquí, Catuxa Seoane.
Me ha encantado el artículo.
Añadiré este libro a mi lista de pendientes por leer, últimamente los libros de este estilo me apasionan. "La Sombra del Viento" ha sido una de las mejores lecturas de los últimos tiempos.
Reconozco que en mi infancia me dedicaba a esconder los libros en la biblioteca para después poder encontrarlos y leerlos (si, ya lo se... mal!!) XD
A la hora de comprar libros generalmente voy a lo seguro, es decir, todas las obras de Cortazar o libros recomndados, aunque en ocasiones me dejo llevar por el título (y el resumen obviamente)
Genial tu bitácora!!!!!
Todavía hay un grupo mucho peor, y es el que carga con un montón de libros y sale por la puerta sin pagar. Aunque ¡claro! eso de que alguien robe libros también le debería servir de atenuante. Una vez leí una frase que decía algo así: "los apasionados del libro son los bibliófilos, los libreros, y los ladrones de libros".
Encantado de que hayáis aceptado la invitación, os diría que estos temas los iré poco a poco desarrollando. Mención aparte Borges: el Maestro.
Saludos
Gracias por la recomendación, una excelente introducción al vicio de la lectura.
Saludos desde Puebla, México.
Puebla, la ciudad de los ángeles. Buen lugar.
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