El oleaje de tu primavera
A veces viene a mi mente una imagen recurrente, un cartógrafo trabajando a altas horas de la noche bajo la tenue luz de una vela; se encuentra con la vista ensimismada sobre un pergamino. Moja una pluma en un pequeño tintero de hierro, luego va resiguiendo la línea que le marca la colocación de una escuadra y un cartabón, mientras va comprobando las mediciones anotadas en un diario que le ha sido traído desde el Nuevo Mundo. Cada una de las coordenadas se transforma en el ángulo que conforman las patas de un compás.
Todo parece funcionar según lo esperado: el mapa se va dibujando con sus corrientes marinas, sus paralelos y sus meridianos, sus costas, penínsulas, golfos y cabos. El movimiento de su mano va dejando tras de sí un rastro de tinta, las líneas de unas playas que hasta ahora eran desconocidas para todo el mundo antiguo. Así, su pluma va trazando una y otra vez pequeños entrantes y salientes, hasta que en un momento incierto de la noche, se encuentra con una curva dotada de una redondez extrema. Es en ese perfil de perfección donde de alguna manera encuentra un recuerdo de su amada. El cartógrafo deja de mirar el cuaderno de bitácora, y comienza entonces a dibujar la línea de la cintura de la mujer que le quita los pensamientos, luego deja constancia del perfil de uno de sus pechos, para finalmente perderse en una línea ascendente que bien podría ser el contorno de un delicado cuello. El cartógrafo emocionado por su ocurrencia garabateará unas cuantas letras enfrente de esas costas. Un error que perdurará durante varios siglos en multitud de mapas, y lo que era un insignificante pedazo de costa, quedará bajo el yugo que proporciona el nombre de un enamorado. Y desde entonces cuando los marineros pasen frente a esas costas con sus barcos, dirán que una vez navegaron por la Costa de los Suspiros.
Como epílogo me gustaría colocar unos versos de Luis Antonio de Villena, que recuerdan aquel hombre que antes de morir encontraba en un laberinto de líneas la imagen de su cara.
Como epílogo me gustaría colocar unos versos de Luis Antonio de Villena, que recuerdan aquel hombre que antes de morir encontraba en un laberinto de líneas la imagen de su cara.
“Me recreo ante tu cuerpo como ante un paisaje
imprevisto. Me sorprende verte en la desnudez juvenil,
y ansío recorrerlo, como una anhelada geografía.
Me ves pensando en la umbría vegetal de algunas
grutas, o en el agua del muslo donde brillan las venas.
Me perderé en un bosque que cruzo con mis manos,
y pediré una larga estepa donde los labios hablen.”
imprevisto. Me sorprende verte en la desnudez juvenil,
y ansío recorrerlo, como una anhelada geografía.
Me ves pensando en la umbría vegetal de algunas
grutas, o en el agua del muslo donde brillan las venas.
Me perderé en un bosque que cruzo con mis manos,
y pediré una larga estepa donde los labios hablen.”
Etiquetas: Creaciones, Literatura
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