Encuentro en el Pont des Arts
Ciclo de Praga, 2005
La foto está hecha por Petrarquita seguramente durante su periplo por la ciudad de Kafka, Petrarquita es el sonetista oficial del Pato (si puedo próximamente colgaré alguno de sus sonetos, y mientras tanto le doy una rima ciclo-periplo). Hizo la foto para regalársela a Johnny (Cortazarista del Pato), quién estará contento por la identificación que le hice de su foto (Vigo: documentalista del Pato. El Parisino quiere que haga actas pero me niego…). Ya que me curré la investigación, puede que cuelgue próximamente la historia de esa foto, pero antes seguramente dejaré que Johnny tenga sus cinco minutos de fama.
Una noticia muy importante: ¡Valladolid se casa y me invita a boda en Galicia! Que maja que es. La otra noticia importante para este fin de semana es que la niña (la mía, que no lo es ;D) parece bastante contenta. Todos estos pequeños grandes sucesos, me hace recordar el hermoso libro de Rayuela, que por cierto lo tiene mi hermano, y espero que vuelva –el libro- pero con mi hermano nunca se sabe. Dicen que los libros no se deben de dejar, uno ya lo sabe y por eso normalmente los regalo, pero claro Rayuela es Rayuela. ¿Y cómo no? Recordar a la otra Maga, que también me debe seguramente tantas palabras como las que yo le debo ¿sigue usted corriendo lola? ¿Por qué no para, y lanza botella de náufrago?
Rayuela –Julio Cortázar-
Capitulo I
¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.
Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sebastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkiria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.
Etiquetas: Literatura, Personal
4 Comments:
Y así los cordelitos nos van guiando sin que nos demos cuenta y de pronto cruzando calles y puentes suceden estos encuentros. Aquí llego,sin saber muy bien como y me encuentro con esta librería y Rayuela y Pont des Arts, y me viene como una legría verde, de pensar en las casualidades y coincidencias desde casi las antípodas...
Salenas...
Entre tanto pato y tanto estanque no me entero de nada, pero la oportunidad de leer el primer capítulo de Rayuela once again, es siempre bienvenida. Sobre todo cuando en menos de una semana pisaré el Pont des Arts... :-) Llevaré paraguas roto.
d..., supongo que debe ser algo así como que entre cronopios todos los caminos llevan a Pont des Arts.
Mira en el comentario de Cristina, como ya va directa con su paraguas roto...
¡Ay, Cristina, si supieras como te envidio!
Hola llegue a tu blog buskando un hada en la red y sabes? me agrado estar aquí recibe saludos desde chiapas México.
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