Regreso a Howards End
lola está en aire
Que alegría verte lola, no sabes cuanto necesitaba oír tus labios. Te mudaste de casa, y dejaste un buzón abandonado. Ni direcciones ni teléfonos. Yo en las noches en que caía en la desesperación; noches donde las estrellas brillaban tanto que creí que explotarían llenándome de esquirlas de luz, caminaba y caminaba hasta llegar a las puertas de tu deshabitada casa y dejaba notas que se amontonaban en tu buzón. Y luego me emborrachaba mirando la ventana que daba a tu habitación, pensando en los buenos tiempos, cuando te tenía siempre a mi lado y ¡por dios! ni me imaginaba que llegaría el día en que te perdería. Que te irías sin más de un día para otro, cortando el hilo frágil que nos mantenía unidos. ¿Te conocí alguna vez lola? Eramos como esas parejas que deciden no hacerse preguntas de sus respectivos pasados. Tu siempre lola fuiste la enigmática mujer de la cual apenas sabía nada, que mantenías tu pasado ajeno a mí, pero aún así sabía que desde el momento que entraste en mi vida podía contar contigo. Yo pendenciero, y enfrentado al mundo, a veces me pasaba por tu casa con heridas de muerte en mi orgullo. Y tú como una fiel gata dejabas que me acercara a ti, y me acariciabas hasta quedar dormido.
De vez en cuando como un extraño ritual me levantaba pronto un Domingo para que me diera tiempo a llegar hasta tu casa y estar de vuelta a la hora de comer. Y veía como las enredaderas se habían ido adueñando de la verja de la entrada, y miraba el buzón y sólo veía mis cartas que el tiempo había amarilleado. Y me decía que ojalá hubiera estado vacío alguna vez. Y un día también me cansé yo, y decidí ya no volver a hacerlo.
Y así pasaron los años y nos fuimos haciendo mayores.
Pero la vida es tan curiosa; yo decido estos días hacer las paces con el mundo, y llenarme de buenas acciones hacia los demás. Hoy perdí una hora buscando entre las estanterías libros que tuvieran como argumento el regreso del protagonista a su lugar de origen, ¡y lo busqué para un desconocido! (en otros tiempos no hubiera dudado de inventarme algún tipo de quid procuo que me divirtiese antes de llegar a molestarme en buscar lo que me pedían).
Pero como ya digo a veces la vida parece ese frontón al que uno lanza bolas. Hoy al llegar a casa, encontré tu nota en mi buzón y confieso que no he podido más que emocionarme y como un niño me he llenado de alegría al saber que tus dedos blanquecinos habían vuelto a escribir mi nombre.
lola, tu y yo somos tan efímeros como la espuma del mar, pero incluso una gota de agua se atrae con otra gota. Nunca te vuelvas a alejar tanto, mi querida lola.
Te he echado tanto a faltar
Y como yo decía la vida es un pequeño frontón, que se lo digan sino a Allen Carr que ha muerto de un cáncer de pulmón (perdón, pero es que no puedo evitar sonreír cuando recuerdo el proceso tabaco-antitabaco-tabaco que sufrió una amiga que tuvo el libro de Allen Car entre sus manos). ¡Ay, el benzopireno!
Que alegría verte lola, no sabes cuanto necesitaba oír tus labios. Te mudaste de casa, y dejaste un buzón abandonado. Ni direcciones ni teléfonos. Yo en las noches en que caía en la desesperación; noches donde las estrellas brillaban tanto que creí que explotarían llenándome de esquirlas de luz, caminaba y caminaba hasta llegar a las puertas de tu deshabitada casa y dejaba notas que se amontonaban en tu buzón. Y luego me emborrachaba mirando la ventana que daba a tu habitación, pensando en los buenos tiempos, cuando te tenía siempre a mi lado y ¡por dios! ni me imaginaba que llegaría el día en que te perdería. Que te irías sin más de un día para otro, cortando el hilo frágil que nos mantenía unidos. ¿Te conocí alguna vez lola? Eramos como esas parejas que deciden no hacerse preguntas de sus respectivos pasados. Tu siempre lola fuiste la enigmática mujer de la cual apenas sabía nada, que mantenías tu pasado ajeno a mí, pero aún así sabía que desde el momento que entraste en mi vida podía contar contigo. Yo pendenciero, y enfrentado al mundo, a veces me pasaba por tu casa con heridas de muerte en mi orgullo. Y tú como una fiel gata dejabas que me acercara a ti, y me acariciabas hasta quedar dormido.
De vez en cuando como un extraño ritual me levantaba pronto un Domingo para que me diera tiempo a llegar hasta tu casa y estar de vuelta a la hora de comer. Y veía como las enredaderas se habían ido adueñando de la verja de la entrada, y miraba el buzón y sólo veía mis cartas que el tiempo había amarilleado. Y me decía que ojalá hubiera estado vacío alguna vez. Y un día también me cansé yo, y decidí ya no volver a hacerlo.
Y así pasaron los años y nos fuimos haciendo mayores.
Pero la vida es tan curiosa; yo decido estos días hacer las paces con el mundo, y llenarme de buenas acciones hacia los demás. Hoy perdí una hora buscando entre las estanterías libros que tuvieran como argumento el regreso del protagonista a su lugar de origen, ¡y lo busqué para un desconocido! (en otros tiempos no hubiera dudado de inventarme algún tipo de quid procuo que me divirtiese antes de llegar a molestarme en buscar lo que me pedían).
Pero como ya digo a veces la vida parece ese frontón al que uno lanza bolas. Hoy al llegar a casa, encontré tu nota en mi buzón y confieso que no he podido más que emocionarme y como un niño me he llenado de alegría al saber que tus dedos blanquecinos habían vuelto a escribir mi nombre.
lola, tu y yo somos tan efímeros como la espuma del mar, pero incluso una gota de agua se atrae con otra gota. Nunca te vuelvas a alejar tanto, mi querida lola.
Te he echado tanto a faltar
Y como yo decía la vida es un pequeño frontón, que se lo digan sino a Allen Carr que ha muerto de un cáncer de pulmón (perdón, pero es que no puedo evitar sonreír cuando recuerdo el proceso tabaco-antitabaco-tabaco que sufrió una amiga que tuvo el libro de Allen Car entre sus manos). ¡Ay, el benzopireno!
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