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Pequeños retales de literatura

miércoles, agosto 27, 2008

Espíritu humano

Buf! Siguiendo mis inquietudes del post anterior, les puedo anunciar bajo el agudo estruendo de los clarines, que no sólo perdí, sino que mi nombre no ha aparecido entre los tres primeros clasificados. Como decía el título de película de Gamboa: “`Perder es una cuestión de método”. Admitiendo el veredicto de los jueces -para el cual confieso un cierto resquemor- he de decir que hubo gente que invirtió más tiempo con su trasero encajado en la puñetera bañera.
Al menos, y hay que ser positivos en esta vida, todo ello me ha servido para sacar varias lecciones, y la primera de ellas, es que no vale la pena esforzarse para intentar ganar una competición ciega con un buen número de competidores. Algunos de los ganadores de las recién acabadas olimpiadas, confiesan tras sus triunfos que el secreto es creer en uno mismo, visualizarlo, y cosas por el estilo. ¡Patrañas! Seguro que muchos de los que perdieron también visualizaron y creyeron… Quiero decir que la mentalización puede facilitar, pero no es una garantía de nada. ¿Recuerdan el personaje del padre de La pequeña Miss Sunshine? Si no han visto esta película y tienen la oportunidad no lo duden. Pues bien, lo que vengo a decir es que a veces por mucha voluntad, la realidad se impone a la mentalidad.
Todo esto me hace recordar un magnífico diálogo que plasma S.K. en La larga marcha. Libro al que ya dediqué una entrada, y en la que hoy que revisito me he encontrado con un interesante comentario que aporta más luz sobre el tema.
Resumo el argumento: la larga marcha, narra una competición en la que bajo la promesa de un suculento premio un montón de participantes se lanzan a una absurda competición. Se trata de ver quién es capaz de aguantar más tiempo caminando a través de una larga carretera. Las reglas son sencillas, no se puede parar en ningún momento y se ha de ir a una cierta velocidad mínima. Y si por alguna razón un participante se quiere retirar, no hay problema, unos soldados se encargarán de retirarlo con una bala en el lugar adecuado. Sólo puede quedar un ganador.
Aquí va el diálogo:


"Media hora después, McVries se acercó a Garraty y anduvo en silencio a su lado un buen trecho. Por fin, en voz muy baja, le dijo:
-¿Crees que vas a ganar, Ray? Garraty meditó la respuesta.
-No -dijo finalmente-. No, yo... No.
El sincero reconocimiento le atemorizó. Pensó otra vez en recibir el pasaporte... ¡no!, en recibir el balazo, en el último medio segundo gélido de absoluta certeza, en ver los agujeros sin fondo de los cañones apuntán­dole. Las piernas heladas. El estómago en un puño, los músculos, los genitales y el cerebro agazapándose en el olvido apenas a unas pulsaciones de la muerte.
Tragó saliva, con la garganta seca.
-¿Y tú? -preguntó.
-Me parece que no. A las nueve he dejado de pen­sar que tengo alguna posibilidad real. Verás, yo... -McVries carraspeó-. Es difícil decir esto, pero yo vine aquí con los ojos abiertos, ¿comprendes? -Hizo un gesto hacia los demás muchachos-. Muchos de ésos no. Yo sabía las posibilidades, pero me olvidé de las perso­nas. Creo que jamás entendí que el auténtico meollo del asunto era éste. Me parece que tenía la idea de que cuan­do el primer chico se encontrara con que no le queda­ban más avisos, dirigirían contra él unas pistolas y, cuando dispararan, saldría confeti con la palabra bang y... y el Comandante diría «¡Inocente! ¡Inocente!» y todos nos iríamos a casa. ¿Entiendes a qué me refiero?
Garraty recordó su lacerante horror cuando Curley fuera abatido en un amasijo de sangre y materia cerebral como harina de avena, los sesos en el asfalto.
-Sí -asintió-. Sé a qué te refieres.
-Me ha costado darme cuenta, pero desde que he superado el bloqueo mental lo he comprendido todo. Camina o muere, ésa es la moraleja de este cuento. Así de sencillo. No se trata de la supervivencia del más pre­parado. Ahí fue donde me equivoqué al meterme en esto. Si lo fuera, tendría bastantes posibilidades. Pero hay hombres débiles que llegan a levantar coches si sus esposas están atrapadas debajo. El cerebro, Garraty.
-La voz de McVries se había convertido en un ronco susurro-. No se trata de hombre o Dios. Es algo... del cerebro.
Un chotacabras cloqueó en la oscuridad. La niebla se estaba levantando.
-Algunos de esos chicos seguirán caminando mu­cho después de que las leyes de la bioquímica y la ca­pacidad física hayan saltado por la borda. El año pasa­do hubo un chico que gateó durante tres kilómetros, a seis kilómetros y medio por hora, antes de sufrir un calambre en ambos pies, ¿recuerdas haberlo leído en alguna parte? Mira a Olson: está agotado pero sigue adelante. Ese maldito Barkovitch funciona a base de odio de alto octanaje y sigue fresco como una rosa. No creo que yo pueda hacerlo así. No estoy cansado, no cansado de verdad... todavía. Pero lo estaré. -La cica­triz destacaba en su rostro fatigado mientras clavaba los ojos en la oscuridad—. Yo creo que... cuando esté lo bastante cansado... sencillamente me sentaré.
Garraty guardó silencio, pero se sintió alarmado. Muy alarmado.
-De todos modos, pienso sobrevivir a Barkovitch-añadió McVries, casi para sí mismo—. De eso estoy se­guro.

Stephen King -La larga marcha-

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2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Creo que dentro de poco se organiza otra Extra Mile Endurathon... por si estáis interesados.

5:19 p. m.  
Blogger Vigo said...

Grazie por la información que me llega años tarde je,je. Es que blogger es muy caprichoso con lo de avisarme con los antiguos comments

10:29 p. m.  

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