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Pequeños retales de literatura

miércoles, agosto 04, 2010

La belleza de un instante

Escribir aquí después de varias semanas sin decir nada, es volver a poner las manos en la piedra y empujarla tal Sísifo ascendiendo la montaña. Una vez comienza a rodar luego ya es más fácil. Pero inicialmente el esfuerzo me parece que tiene algo de titánico y a la vez estéril, porque sé que la piedra siempre volverá a caer. Pero también hay una parte de euforia y celebración, como esos cohetes que ascienden silbando en el aire, y explotan en palmeras multicolores y dan algo de luz a la noche. Si escribo debo decir algo que tenga una cierta belleza. Debo decir algo que tenga un cierto valor intrínseco por que sí, porque si mis palabras no alcanzan, al menos lo que cuenten sea suficientemente bello para que la propia historia merezca ser contada aunque sea torpemente. Si escribiera más a menudo me conformaría con narrar algo nimio, pero escribo por goteo, y ya que hoy toca, esperemos captar el movimiento de caída de la gota como si nuestro ojo fuera una cámara de slow motion intentando captar cada microsegundo que pasa.

Y no hablo de una excesiva torpeza; pero si hablo de una excesiva belleza. Una impronta de belleza tal que merezca ser vivida más que ser escrita. Aún así debo ser testigo. Recuerdo en American Beauty como uno de los jóvenes le enseñaba a su amiga, las imágenes captadas por su cámara en el momento en que un remolino de viento arrastraba caprichosamente una bolsa de aire, y le decía algo así: “a veces hay tanta belleza en el mundo que siento que no la puedo aguantar”. Y siguiendo mi vena cinéfila recuerdo también la voz de Constantino Romero diciendo en Blade Runner la mítica frase: “todos esos instantes se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”.

Captar el instante decisivo que diría el fotógrafo Cartier-Bresson. Y si no… a las pruebas me remito con esta fotografía:
“Gerda
¿Reconocen esta foto? A ella la llamaban cariñosamente la pequeña rubia, aunque su verdadero nombre era Gerta Pohorylle, luego fue más conocida como Gerda Taro, un nombre que rescatado del olvido siempre ha ido inevitablemente unido al del fotógrafo Robert Capa.

La foto corresponde a la amplia serie de negativos que se descubrieron hace unos años en México. En ella está Gerda Taro durmiendo en la cama de un hotel, lleva el cabello corto y viste un pijama de hombre. Mientas que su cara muestra un sueño plácido y tierno, sus piernas recogidas parecen querer echar a correr. La fotografía es fruto de la Leica y del ojo de Robert Capa.

¿Quién era Gerda Taro? Lo primero quizás remarcar que ella también fue una gran fotógrafa pero de muy corta trayectoria. Capa y Taro huyeron por su origen judío de Alemania y se conocieron en el loco París de los años treinta, el que Hemingway recordaba como una fiesta. Ambos sin apenas dinero, y viviendo a la sombra de la bohemia parisina

Taro que era unos pocos años mayor que Capa, creyó desde el primer momento en el talento de aquel joven fotógrafo que aspiraba a comerse el mundo. Se enamoraron locamente y a partir de entonces comenzaron una andadura juntos. Robert Capa en aquella época aún llevaba su nombre judío Ernest Andrei Friedmann. Pero ambos tuvieron una ocurrencia que influyó decisivamente en su futuro: inventaron un personaje, alguien que no existía y al que llamaron Robert Capa. Un nombre que correspondería a un fotógrafo norteamericano que estaría siempre en la brecha. Y a la vez siempre ilocalizable. Andrei sería el ayudante de revelado, y Taro la secretaria del reportero. Ambos serían el nexo que uniría a este reportero inexistente con el resto del mundo. Creyeron que el apellido norteamericano les abriría las puertas de muchas revistas, y así podrían vender las fotografías más caras (la triste ley de la oferta y la demanda dependiendo del lugar donde ha nacido uno). La jugada les funcionó, y sólo tras varios años se desveló el misterio. Andrei adoptó finalmente el nombre de Robert Capa.

Gerda Taro y Robert Capa, ambos nombres parecen fruto de la cinéfila resonancia sonora de Frank Capra y Greta Garbo. Dicen que Taro fue la que le enseñó a Capa, como debía peinarse; como debía vestirse; y en definitiva como debía comporta para llegar a convertirse en ese Robert Capa ficticio que ambos habían creado. Capa en contraprestación le comenzó a enseñar a Taro los artificios y misterios de la fotografía. Ambos se amaban; ambos se complementaban.

No me gusta cuando leo que algunos críticos dicen que Robert Capa ensombreció la carrera de Gerda Taro, porque creo que aunque durante unos años estuvo en el olvido de la crítica, es en cierta manera gracias a Capa y a su relación, por la que la figura de Gerda Taro ha sido revaloralizada. Y de la misma manera, posiblemente Capa sin Taro tampoco hubiera llegado nunca dónde llegó. Por eso prefiero ver a ambos como un conjunto, como una unidad. No me interesa demasiado si tal o cual fotografía corresponde en realidad al ojo de Capa o Taro, sino que prefiero pensar que fue hecha por ellos.

Además, cuando vemos en las fotografías de aquellos años aparecer el rostro de Gerda Taro o Robert Capa, hay que percibir que siempre es el otro el que está fotografiando; ese instante de inmortalidad que nos llega siempre viene por la mirada del otro.

Robert Capa y Gerda Taro llegaron a Barcelona un 5 de Agosto de 1936 apenas un mes después de que estallara la Guerra Civil Española. Las fotografías que ambos tomaron desde el bando republicano, son uno de los testimonios gráficos más importantes de nuestra Guerra Civil.

Dicen que Capa y Taro al final tenían una relación abierta en la que Capa era un mujeriego y Taro mantenía otros amantes, pero aún así, aunque su relación se hubiera enfriado seguían siendo grandes amigos. Y poco antes de morir Taro tenían una cita en París.

Taro murió en la retirada de Brunete, aviones enemigos volaron bajo, causando el caos en la columna que huía ante el avance de las tropas franquistas, y un tanque republicano en la confusión golpeó el coche de heridos al que Taro se había subido al estribo haciéndola caer. Las cadenas del tanque le aplastaron las piernas y la destripó. Después de unas horas de agonía Gerda Taro murió el 26 de julio de 1937 en un hospital del Escorial. Está considerada como la primera fotógrafa muerta en un conflicto bélico. Sus últimas fotografías se perdieron, y quizás hubiesen sido el testimonio más dramático de nuestra guerra civil.

Unos días después fue enterrada con honores en el cementerio de Pere Laichase justo el día de ella hubiera cumplido 27 años. Estos días se cumple el centenario de su nacimiento y por tanto también el aniversario de su muerte.

El año pasado se hizo una exposición en el MNAC de Barcelona sobre la obra de Gerda Taro. Supongo que la exposición será itinerante y continuará en otros lugares de la geografía española. De todas maneras aquí dejo una pequeña muestra que publicó El País.

Yo de todas maneras sigo hipnotizado por esa fotografía en la que Gerda Taro duerme, ¡cómo me hubiera gustado a mí ser el que inmortalizara ese momento!

Este post va con dos dedicatorias, la primera es privada; la segunda es al técnico de Telefónica que online me acaba de arreglar un problema que tenía con el wifi. Y luego hablan mal de ellos…

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2 Comments:

Blogger Ulschmidt said...

Como calienta motores Ud. con aquello de Sísifo! Sublime. Hombre, que dan ganas de ayudarle a empujar la piedra. También yo recuerdo aquella frase de Blade Runner dicha en el techo mientras el robot lloraba y no se notaba, claro, porque llovia.
De los fotografos enamorados nada sabía.

11:48 p. m.  
Blogger Vigo said...

Bueh, si usted me ayuda a empujar la piedra, entonces ni piedra ni ná que se resista...

De Capa es famosa esa foto en la que un soldado republicano es justamente fotografiado en el momento que recibe un disparo (Bueno, existe una cierta polémica con esa foto sobre si todo fue un montaje, pero esa es otra historia).

Por cierto, no lo dije en el post porque se me olvidó ponerlo, pero aprovecho ahora: Robert Capa murió unos años después al pisar una mina en la guerra de Indochina.

11:40 p. m.  

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