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Pequeños retales de literatura

lunes, febrero 18, 2013

Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros -John Steinbeck- (1ª Parte)

Steinbeck Arturo Terminé de leer hace unos días Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros del escritor John Steinbeck, y este post permanecía en mi mente en un estado de ininterrumpida latencia. Sabía que quería escribir una serie de posts acerca del mito artúrico, pero al final siempre me fallaban las fuerzas y las ganas; y esta tarea se convertía –salvando por supuesto las distancias- en algo tan frustrante para mí como la propia búsqueda del Grial por parte de los caballeros que componían la mesa redonda. Pero durante estos días mis pensamientos han ido madurando y al final creo que he encontrado justo el punto en el que me apetece orbitar, así que auguro que en los próximos dos o tres posts, aquí, voy a cubrir cada una de mis palabras con la pesada armadura de los caballeros andantes. ¡Esperemos que ésta no esté demasiado oxidada!

Pero saltémonos ya los vacíos prolegómenos y vayamos a la médula del hueso. La lectura del libro de Steinbeck es interesante, y eso que no encontré algunas de las historias que esperaba encontrar (el relato que me interesaba especialmente leer y que prácticamente en el libro se omite es el que da cuentas de la propia búsqueda del Grial), sin embargo el libro me ha revelado varias sorpresas, como las cartas que componen el último capítulo a modo de apéndice, en las que Steinbeck escribe tanto a su editora, como a algún amigo profesor que le ayuda en su trabajo de traducción (la intención del escritor es realizar una nueva versión actualizada en el idioma, y parte para ello del libro de Thomas Malory, La muerte de Arturo, basado éste a su vez en los escritos de Chrétien de Troyes. En realidad las primeras referencias al Rey Arturo se dan en poemas galeses). En estas cartas Steinbeck va describiendo detalladamente su proyecto de traducir esta obra al inglés moderno, y como poco a poco va construyéndose una idea sobre la personalidad de Malory (éste por cierto escribió su libro desde la cárcel mientras cumplía penas por asesinato y violación, aunque Steinbeck plantea la hipótesis de que estas acusaciones pudieran ser falsas), y es en esta misma comprensión donde consigue liberarse de la rigidez que imprime la tarea de la traducción, en pos del propio interés literario. De hecho estas cartas me han parecido que tenían la suficiente entidad para haberse editado por separado, ya que aportan una buena serie reflexiones que hace Steinbeck y su precisión al narrar su trabajo, dan una abundante cantidad de temas sobre los que críticos podrían haberse entretenido teorizando, mientras rellenaban páginas y páginas con algún tipo de ensayo distinto a la propia narración artúrica.

Es bastante curioso el dato que el libro en cierta manera acabó sobrepasando al propio Steinbeck, y como éste terminó apartando este proyecto y dedicándose a escribir sus otros libros. La última escena que narra Steinbeck es justo la escena de la infidelidad de Lanzarote con Ginebra, una infidelidad que en cierta manera goza de la actualidad de cualquier adulterio en una relación triangular en el que se que se conjuguen erráticamente las palabras amistad y amor. Con esta escena que tiene tanto de pasión como de traición, Steinbeck abandona su traducción durante años, aunque sigue investigando los datos necesarios para seguir la historia como refleja en las cartas que escribe, pero ya no volverá a encontrar la inspiración necesaria para continuar su labor. El morirá y su inacabado libro será editado póstumamente.

También me parece curioso como esta historia del ciclo artúrico va pasando de mano en mano, perfeccionándose y adecuándose cada vez más a nuestros tiempos. En la versión de Steinbeck -aún bastante fiel al libro de Malory- aparecen infinidad de personajes y las aventuras que se narran a veces se vuelven repetitivas; con caballeros que cruzan armas con otros con la única finalidad del afán de aventuras y demostrar que unos son más hábiles que otros en el manejo de la lanza o la espada; y por ejemplo aparecen una y otra vez escenas en las que un caballero que se sitúa custodiando un puente, con el único propósito de no dejar pasar a ningún otro caballero que ose intentar pasar, a no ser que lo derrote a su paso. Cuando se lee la primera vez tiene su interés, pero luego uno se acaba aburriendo de tales descripciones.

Como ya digo el libro peca para mi gusto de exceso de personajes y de luchas repetitivas, pero a su vez tiene muchos elementos para que la lectura sea interesante, como episodios humorísticos (¡hay hasta un divertido encuentro de roces sexuales entre Lanzarote y otro caballero en el que fruto de una confusión se encuentran juntos en un camastro ambos creyendo que el otro es una mujer, y que no deja de ser un episodio gay bastante ignorado y que queda por tanto también encuadrado dentro del ciclo artúrico). Y también me han encantado algunos de los divertidos diálogos que a veces ocurren entre los caballeros y las damas a las que cortejan, que dan las mismas claves del arte amoroso que podrían utilizarse en la actualidad.

Pero sin desmerecer la narración de Steinbeck, el ciclo artúrico para mí mejora a pasos agigantados, una vez revisionada y tamizada por el director de cine John Boorman, y su espectacular película Excalibur (basado en una adaptación del guionista Rospo Pallenberg), porque la película hace una poda de la historia de Malory, y la despoja tanto de personajes secundarios como de historias superfluas, que seguramente tendrían sentido en su origen trovadoresco, pero que para el ojo actual, no dejan de ser capítulos algo aburridos en los que se enreda el desarrollo narrativo y se aporta finalmente poca chicha a la trama principal.

Boorman sabe encontrar el corazón de la historia, y con su cámara va allá donde sabe que puede sacarle más jugo. Y allí donde Steinbeck había dado un paso, Boorman da sin duda tres más; embelleciendo las partes heroicas, y acrecentado los momentos dramáticos, y no solo clarifica la narración principal, sino que además la adapta perfectamente al lenguaje cinéfilo, consiguiendo como resultado una hermosísima historia dotada de sin duda mayor consistencia. Digamos que si cada uno de estos autores –y otros muchos más que no nombro- aporta su grano de arena en la constitución del mito artúrico es John Boorman, el que a mí me parece que hace una de las aportaciones más interesantes.

Y me quedo aquí. Los próximos mandobles prometo serán más precisos. Y como me he deshecho en loas a la película de John Boorman voy a dejar aquí una de sus grandes secuencias épicas, con la característica música de fondo de Carmina Burana (en realidad prefiero la primera escena -que no he encontrado- en la que suena la música, que es cuando Arturo joven va a ayudar a Leodegrance que está siendo asediado, y que concluye el asalto cuando su enemigo Uryens le acaba nombrando caballero con una escena que recuerda a un bautismo). Compruebo ahora la filmografía de este director y por varias de las películas que le reconozco, creo que puedo decir que estoy ante un director de los grandes.

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