Un infierno a las puertas del Ombú
“Si Tu voluntad... es enviarme al infierno en medio de los malos, Tú no ignoras que no estoy hecho para entenderme con ellos. Por eso te ruego, Señor, que saques allí a todos los malos antes de arrojarme a mí al infierno”
DE UN CUENTO HASSÍDICO
La cita la he conocido a través de Deboráh Puig-Pey a quién conocí hace unas horas, y a quien leí hace unos minutos. Hay algo que he aprendido en estos meses de blogueo, y es que escribir en este espacio tiene uno de sus significados en conseguir, aunque solo sea levemente, devolver al César lo que es del César.
Vine hoy hablarles de los infiernos, y utilizo su forma en plural, porque estos siempre me han parecido mucho más humanos y más desesperados que lo que daría un único infierno teológico. El infierno que conozco se llena de frustraciones personales y su verdadero alcance apenas atisbo. Sé que se encuentra en mi interior, y que a veces se encarga de avivar mis razones bajo el fuego de mi desesperación.
Les prevengo, porque si normalmente ya me gusta citar de por sí, mis infiernos me parece tema de tal calibre, que acercarme a ellos directamente tiene carácter de suicidio. Es por ello voy a tomar medidas de distancia; bordearé las profundidades en círculos concéntricos como ya hicieran Dante con Virgilio. Nueve círculos en descenso donde los habrán repechos donde apoyarse pero donde ninguno gozará de auténtica consistencia. Ramas que solo rozarlas se quebrarán. Será habilidad del lector descender evitando una caída abismal. ¿Better to reign in Hell than serve in Heaven? La estética del príncipe de las Tinieblas desde luego tiene un cierto tirón, y es que el dolor tiene algo de insano para el poeta, donde el máximo sufrimiento es agua de manantial donde saciar la sed.
En mi experiencia les diré, que el sabor del infierno es el de la sangre, la que se saborea después de recibir un crochet directo a la altura de la boca. En mi experiencia también les diré que su textura es la de miles de cristales clavados en la piel (debió de ser una especie de septicemia borgesiana). La última imagen que les doy es la más clara: el infierno tiene caderas de mujer, pero no las de una desconocida, sino las de alguien que pasó ya por tu cama y después de joderte el corazón, tantas veces que perdimos la cuenta, te pide otra oportunidad (te dice que será la última, pero ella siempre miente). Swedenborg se equivocaba en su inocencia al afirmar que el infierno no podía ser tal. Tal vez Sartre afilaba mucho más fino con aquello de culpar a los demás. Porque si el infierno fuero uno mismo apaga y vámonos.
Me despido por hoy, pero antes los versos de uno de nuestros más ilustres malditos. Sea como esas vagas dedicatorias que solo dejan entrever un simple: “A quién me lea”.
“y quisiera destruir el universo
porque si hay algún monstruo, éste es la desgraciaDE UN CUENTO HASSÍDICO
La cita la he conocido a través de Deboráh Puig-Pey a quién conocí hace unas horas, y a quien leí hace unos minutos. Hay algo que he aprendido en estos meses de blogueo, y es que escribir en este espacio tiene uno de sus significados en conseguir, aunque solo sea levemente, devolver al César lo que es del César.
Vine hoy hablarles de los infiernos, y utilizo su forma en plural, porque estos siempre me han parecido mucho más humanos y más desesperados que lo que daría un único infierno teológico. El infierno que conozco se llena de frustraciones personales y su verdadero alcance apenas atisbo. Sé que se encuentra en mi interior, y que a veces se encarga de avivar mis razones bajo el fuego de mi desesperación.
Les prevengo, porque si normalmente ya me gusta citar de por sí, mis infiernos me parece tema de tal calibre, que acercarme a ellos directamente tiene carácter de suicidio. Es por ello voy a tomar medidas de distancia; bordearé las profundidades en círculos concéntricos como ya hicieran Dante con Virgilio. Nueve círculos en descenso donde los habrán repechos donde apoyarse pero donde ninguno gozará de auténtica consistencia. Ramas que solo rozarlas se quebrarán. Será habilidad del lector descender evitando una caída abismal. ¿Better to reign in Hell than serve in Heaven? La estética del príncipe de las Tinieblas desde luego tiene un cierto tirón, y es que el dolor tiene algo de insano para el poeta, donde el máximo sufrimiento es agua de manantial donde saciar la sed.
En mi experiencia les diré, que el sabor del infierno es el de la sangre, la que se saborea después de recibir un crochet directo a la altura de la boca. En mi experiencia también les diré que su textura es la de miles de cristales clavados en la piel (debió de ser una especie de septicemia borgesiana). La última imagen que les doy es la más clara: el infierno tiene caderas de mujer, pero no las de una desconocida, sino las de alguien que pasó ya por tu cama y después de joderte el corazón, tantas veces que perdimos la cuenta, te pide otra oportunidad (te dice que será la última, pero ella siempre miente). Swedenborg se equivocaba en su inocencia al afirmar que el infierno no podía ser tal. Tal vez Sartre afilaba mucho más fino con aquello de culpar a los demás. Porque si el infierno fuero uno mismo apaga y vámonos.
Me despido por hoy, pero antes los versos de uno de nuestros más ilustres malditos. Sea como esas vagas dedicatorias que solo dejan entrever un simple: “A quién me lea”.
“y quisiera destruir el universo
y la única injusticia que existe es la injusticia evidente
y si hay alguna moral, ésta es la moral del desastre”.
Leopoldo María Panero.
Etiquetas: Literatura
2 Comments:
Grace mile. Y a la salud del de los concéntricos...
Me alegro que siguieras las migas de pan. Vaya también a la salud de los excéntricos que también tienen su parte divertida.
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