Un cadáver en la biblioteca
Leí hace unos cuantos años una novela titulada Quien mató a los Robins. Se trataba de un libro de suspense cargado de asesinatos donde la familia Robins iba decreciendo de forma preocupante. La particularidad era que cada capítulo se planteaba como un juego frente al lector, pues siempre aparecía un cadáver (uno de los pobres integrantes de la familia Robins) y el lector debía de intentar desentramar al final de cada relato todas las incógnitas: el nombre del asesino, el lugar del homicidio, el modo, el cuándo y el por qué. Las soluciones venían todas al final del libro. Era como estar leyendo a Agatha Christie pero con un montón de lagunas entorno a cada asesinato.
Ahora bien, si descubrir un asesino pudiera parecer complicado, estos días he llegado a la conclusión que puede ser mucho más complicado identificar un cadáver. Podría parecer una cuestión baladí, pero la verdad es que llevo varios días dándole vueltas al asunto. El problema se origina cuando hace unos años debí de leer una biografía en la que un escritor moría tranquilamente mientras trabajaba en las correcciones de su último manuscrito. Una muerte que yo utilizaba siempre como muerte ejemplarizante, del cómo me gustaría morir. Pero en algún momento de mi vida el recuerdo se debió desdibujar. Ustedes se preguntarán de qué escritor estoy hablando, pues bien, esa misma pregunta es la que últimamente me está quitando el sueño.
Esta vez no se trata de decir aquello de “la Sra. Prado, en la cocina, con el candelabro”, sino que únicamente tengo un muerto en una biblioteca. Créanme si les digo que he investigado el asunto: He llegado a descubrir datos como que Petrarca murió mientras leía a Virgilio, que el ajedrecista Howard Staunton murió en su biblioteca mientras trabajaba en un libro de ajedrez, que Boris Vian -según la leyenda negra- murió sentado en su butaca, por el ataque al corazón que le causó ver la versión fílmica de su libro Escupiré sobre vuestras tumbas, o incluso que en una biblioteca de Brickendon se pasea el fantasma del corredor de bolsa Charles Barclay, quién apareció muerto sentado en una de las mesas.
Pero pese a estos nombres y otros, tengo el convencimiento que ninguno de ellos es el cadáver que estoy buscando.
“Me meto en la cama con una novela de misterio de una escritora inglesa que goza de gran predicación entre los seres humanos. El argumento de la novela es harto simple. Un individuo, al que, para simplificar, llamaremos A, aparece muerto en la biblioteca. Otro individuo, B, intenta adivinar quién mató a A y por qué. Después de una serie de operaciones carentes de toda lógica (habría bastado aplicar la fórmula 3(x2-r)n*0 para solucionar el caso de entrada), B afirma finalmente (erróneamente) que el asesino es C. Con esto el libro concluye a satisfacción de todos, incluido C. No sé lo que es un mayordomo”
Eduardo Mendoza –Sin noticias de Gurb-
Ahora bien, si descubrir un asesino pudiera parecer complicado, estos días he llegado a la conclusión que puede ser mucho más complicado identificar un cadáver. Podría parecer una cuestión baladí, pero la verdad es que llevo varios días dándole vueltas al asunto. El problema se origina cuando hace unos años debí de leer una biografía en la que un escritor moría tranquilamente mientras trabajaba en las correcciones de su último manuscrito. Una muerte que yo utilizaba siempre como muerte ejemplarizante, del cómo me gustaría morir. Pero en algún momento de mi vida el recuerdo se debió desdibujar. Ustedes se preguntarán de qué escritor estoy hablando, pues bien, esa misma pregunta es la que últimamente me está quitando el sueño.
Esta vez no se trata de decir aquello de “la Sra. Prado, en la cocina, con el candelabro”, sino que únicamente tengo un muerto en una biblioteca. Créanme si les digo que he investigado el asunto: He llegado a descubrir datos como que Petrarca murió mientras leía a Virgilio, que el ajedrecista Howard Staunton murió en su biblioteca mientras trabajaba en un libro de ajedrez, que Boris Vian -según la leyenda negra- murió sentado en su butaca, por el ataque al corazón que le causó ver la versión fílmica de su libro Escupiré sobre vuestras tumbas, o incluso que en una biblioteca de Brickendon se pasea el fantasma del corredor de bolsa Charles Barclay, quién apareció muerto sentado en una de las mesas.
Pero pese a estos nombres y otros, tengo el convencimiento que ninguno de ellos es el cadáver que estoy buscando.
“Me meto en la cama con una novela de misterio de una escritora inglesa que goza de gran predicación entre los seres humanos. El argumento de la novela es harto simple. Un individuo, al que, para simplificar, llamaremos A, aparece muerto en la biblioteca. Otro individuo, B, intenta adivinar quién mató a A y por qué. Después de una serie de operaciones carentes de toda lógica (habría bastado aplicar la fórmula 3(x2-r)n*0 para solucionar el caso de entrada), B afirma finalmente (erróneamente) que el asesino es C. Con esto el libro concluye a satisfacción de todos, incluido C. No sé lo que es un mayordomo”
Eduardo Mendoza –Sin noticias de Gurb-
Etiquetas: Literatura, Personal
6 Comments:
Ponderemos el libro en "pendientes" Por cierto, sin noticias de Gurb es buenísimo, ligerito pero realmente divertido :)
Tampoco es tan arduo tu predicamento. Ya el Viejo dio su propia fórmula para resolver embrollos similares:
"En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito...".
Dale, pues.
Y gracias por el paseo que te diste por mi bitácora.
Yavannna, la verdad es que hay que elogiar a Eduardo Mendoza, alguien que puede escribir libros como "La verdad sobre el caso Savolta, cambiar de registro y hacer un "Sin noticias de Gurb" o incluso elaborar nuevos estilos de prosa como en la serie del "Misterio de la Cripta embrujada". Es lo que yo llamaría un escritor con oficio.
Jorge, Oh sí!! El viejecito ciego dijo eso y muchas cosas más.
La biblioteca de Babel podría haber sido el nombre de esta página, lo que pasa es que ya estaba pedido (ja,ja)
Me interesó el seguimiento de noticias sobre Cabrera Infante. Tu bitácora es un buen lugar.
¿Qué tal, Vigo?
¿Recordás acaso la nacionalidad del difunto escritor? Como dicen por ahí, me pusiste una pulga en la oreja...
Saludos,
Luis
luis Gracias, luis por el interés.
Creo que tengo la vaga sospecha que el cadáver no identificado tendría nacionalidad británica o americana.
Pero sé que decir esto, no es decir mucho. Pero soy persistente...
Hola: te he hecho un enlace.
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