El último dragón
Se acercan las Navidades, y continúo tirando los dados sobre el tablero, y no sólo sumo las puntuaciones y muevo ficha, sino que analizo todas las posibilidades; hago recuentos estadísticos; me invento fórmulas imposibles. Todo para lograr una cierta determinación sobre las pautas de mi vida. Mi cabeza es puro hervidero, un zum zum de abejas desconcertadas, y para colmo mi corazón es un rastrojo que arrastro por las baldosas. Y hoy daré mil vueltas a la cama antes de conciliar el sueño, haré el número del acróbata insomne que hace equilibrios sobre las sabanas.
Pero toda esta selva de sinsentidos, me provoca un exceso de humanidad hacia los demás. ¿Pudiera ser que el principio de indeterminación de Heisenberg, díjese que a más indeterminación más humano se vuelve el electrón? ¿Será que Dios no juega a los dados, porque para jugar ya tiene a las personas? En un trono celestial hay un ojo que nos mira, y que siente un placer sádico con el devenir de nuestras vidas.
¿Qué voy a decir? Sólo que ahora me acuerdo de mi amigo Tiburón y su fantática epopeya, al que tengo que escribir para saber a que lugar del mundo quiso huir. No lo conocieron, y seguramente no lo conocerán nunca, pero les aseguro que era capaz de morder cuanto se pusiera por delante, lo cual, imagínense la pareja que formábamos: el buen samaritano que duda siempre del camino correcto (yo) y el ángel caído a los infiernos dispuesto quemar todo lo que se le pusiese por delante (él).
(Voy a tener que inaugurar una nueva sección dentro de personales, que incluya mis paranoias).
Esto lo escribió Tiburón Martillo (con alguna licencia por mi parte). Y yo añoro su parloteo mesiánico.
“Gracias a mis anhelos, suspendido sobre el vacío, me dirijo al final de un camino sin vereda. La oscuridad penetra en mí, evitando que alguna vez pueda hacerlo la luz. El alba pronto se encontrará con el crepúsculo; la señal esperada. Mientras sigo un invisible rastro, huelo sangre, abro mis garras, abro mis fauces, deseo ir mas rápido. Detras de mí, persiguiéndome sin cesar un pasado que porta la verdad consigo. Bastaría con voltearme para obtener algunas respuestas que me interesan, pero el precio sería quedarme en la caverna. Una vez más. Lo sé, ¿cómo? porque lo sé. Volando prosigo percibiendo como a mi paso lo vivo perece y los gritos anuncian mi venida. Nada de ello como siempre queda. Recoge mi pasado lo más hermoso de mi vida para no devolvérmelo jamás. Único consuelo de quien nunca me podrá vencer es mi destino. Porque soy un dragón”.
Pero toda esta selva de sinsentidos, me provoca un exceso de humanidad hacia los demás. ¿Pudiera ser que el principio de indeterminación de Heisenberg, díjese que a más indeterminación más humano se vuelve el electrón? ¿Será que Dios no juega a los dados, porque para jugar ya tiene a las personas? En un trono celestial hay un ojo que nos mira, y que siente un placer sádico con el devenir de nuestras vidas.
¿Qué voy a decir? Sólo que ahora me acuerdo de mi amigo Tiburón y su fantática epopeya, al que tengo que escribir para saber a que lugar del mundo quiso huir. No lo conocieron, y seguramente no lo conocerán nunca, pero les aseguro que era capaz de morder cuanto se pusiera por delante, lo cual, imagínense la pareja que formábamos: el buen samaritano que duda siempre del camino correcto (yo) y el ángel caído a los infiernos dispuesto quemar todo lo que se le pusiese por delante (él).
(Voy a tener que inaugurar una nueva sección dentro de personales, que incluya mis paranoias).
Esto lo escribió Tiburón Martillo (con alguna licencia por mi parte). Y yo añoro su parloteo mesiánico.
“Gracias a mis anhelos, suspendido sobre el vacío, me dirijo al final de un camino sin vereda. La oscuridad penetra en mí, evitando que alguna vez pueda hacerlo la luz. El alba pronto se encontrará con el crepúsculo; la señal esperada. Mientras sigo un invisible rastro, huelo sangre, abro mis garras, abro mis fauces, deseo ir mas rápido. Detras de mí, persiguiéndome sin cesar un pasado que porta la verdad consigo. Bastaría con voltearme para obtener algunas respuestas que me interesan, pero el precio sería quedarme en la caverna. Una vez más. Lo sé, ¿cómo? porque lo sé. Volando prosigo percibiendo como a mi paso lo vivo perece y los gritos anuncian mi venida. Nada de ello como siempre queda. Recoge mi pasado lo más hermoso de mi vida para no devolvérmelo jamás. Único consuelo de quien nunca me podrá vencer es mi destino. Porque soy un dragón”.
Etiquetas: Personal
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