La Librería

Pequeños retales de literatura

lunes, enero 14, 2008

Me he quedado sin pulso y sin aliento...

Qué tristes que son las despedidas! Por eso las odio. No se asusten (ja!) no me refiero a este blog, sino que mis palabras más que encerrar dobles sentidos, intentan penetrar y difuminarse en el cotidiano día a día. Como iba diciendo: me siento incapacitado para decir un adiós que suene definitivo. Un contrasentido, porque muchos de mis adioses lo son de verdad. En muchos casos me cuesta ser sociable, aunque “afortunadamente” éste es un rasgo muy común en personas a las que admiro (así que al menos no caigo en la incomprensión total). Estas Navidades pude ver bastantes capítulos de la serie House -al final también caí en sus redes-, y como una especie de patologías genéticas veo rasgos en el doctor Gregory House en los que me puedo sentir reflejado. No dramaticemos: no es Asperger y tampoco soy brillante. Sencillamente, que se me hacen pesados los holas y adioses. Dificultad que aumenta proporcionalmente con el número de personas a las que tengo que saludar. En estos casos reconozco que es más sencillo decir un adiós que un hola, porque los adioses, por eso, suelen necesitar de menos palabras.
Hace unos días tuve que dar uno de esos adioses, y la verdad es que jode mucho tener que soltarlos. Se me ennublaron los ojos. Y de eso quería dejar constancia en mi blog, que para eso es mío.
Pongo un viejo texto de Hank, ¿qué quién es Hank? Hank era un jodido cabrón al que llegué a cogerle aprecio. No puedo extenderme, porque relatar el vínculo que me unió a Hank, necesitaría bastantes más líneas de las que deseo escribir.

Una lluvia pausada resbalaba por los cristales del coche más allá de su melena amarilla. La miraba, sentada a mi lado, conteniendo las lágrimas. Las suyas aparecieron de repente, bajo sus gafas, agridulces. Las besé y le pregunté ¿por qué lloras?. No sé, porque soy tonta... - contestó.
Me esforcé, mucho, por aguantar las mías, pero me reventó la ternura y lograron escapar: ¿y tú, por qué? - preguntó. La emoción de verte a tí - contesté faltando mucho a la verdad. No le dije que su ausencia me traspasaba el pecho: estaba ante mí y no tenía motivos.
Semanas después volví a preguntarle: ¿por qué lloraste aquella tarde?. Sentía, no me preguntes por qué, que aquel encuentro era una despedida - me dijo.
Nos encontramos otras veces después, escasas, hasta que hemos dejado de hacerlo. No importan los motivos.
Aquel día los dos sentíamos la lejanía a pesar de los besos y los abrazos.

Murió creo que el domingo el poeta Angel González. Creo que este hecho se merece al menos unas breves palabras por mi parte. Dirán algunos aquello que a las personas deberían reconocerse mientras viven y no mientras mueren, pero creo que uno apenas tiene tiempo de hacer muchas cosas, y si hago una mínima mención ahora, siempre será mejor que no haber dicho nada nunca. El título de este post hacía referencia a un bello poema suyo (Me he quedado sin pulso y sin aliento/separado de ti. Cuando respiro,/el aire se me vuelve en un suspiro/y en polvo el corazón de desaliento.(…))

Y para finalizar una pequeña fábula de Angel Gonzalez, para no alejarnos demasiado de ese juego armamentístico en el que me veo envuelto (como si de una premisa Oulipiana se tratara, donde es la dificultad la que determina el post).



Fábula y moraleja
Angel González

Dos soldados se amaban tiernamente
Grababan en las balas las iniciales de sus nombres propios
Elegantemente entrelazadas
-quizá con un punto de cursilería
Intentaban de ese modo llevar su amor al corazón de todos los hombres,
Lo que estaban logrando
Con licencia de armas,
Perseverancia y buena puntería.

Aprendí de esta historia
Que a los hombre educados en el desprecio
Hasta el amor les sirve para expresar su odio

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