La Librería

Pequeños retales de literatura

miércoles, mayo 07, 2008

Siempre la misma música

He estado unos cuantos días enfermo, seguramente un mísero resfriado, pero el condenado se ha he hecho notar; me ha hecho que me deshiciera en estornudos a cada minuto; que mi cuerpo se convirtiese en una fábrica de mucosidades, y que debido a las décimas de fiebre no se me pasase por la cabeza nada más que estar tumbado en el sofá viendo la tele mientras sin demasiado esfuerzo sintonizaba mi mente con el vacío existencial que me ofrecía el televisor. Luego, todo se reducía a dejar pasar las horas, los minutos, y los segundos, aquejado de una debilidad general que me impedía cualquier otro tipo de actividad que generase algún tipo de esfuerzo.
Ahora ya comienzo a estar más lúcido... Aproveché estos días para terminar el libro que estaba leyendo Siempre la misma música de Raúl Argemí. Y puesto que cuando pasan demasiados días sin postear, pienso que en contraposición debo currarme unas cuantas líneas que muestren algo de intención, aquí va mi crítica –superficial, pero crítica al fín-.
Primero aclaro que el libro de Argemí pertenece al género de la novela negra, y que éste es un género del que normalmente no leo libros, ya que prefiero dedicar mi tiempo de lectura a otros libros que considero más sustanciales (pero que conste que para gustos colores). Pero ocurre que este libro me lo regalaron, y puesto que acostumbro a intentar ser amable frente a los regalos de los demás, siempre acabo sintiéndome obligado a leer antes los libros que me regalan que los que yo mismo compro.
Raúl Argemí es un argentino radicado en Barcelona. Cuando ví la fotografía de la solapa, no pude más que notarle un cierto parecido en su mirada con la del mítico Eleuterio Sánchez (El lute), el mismo brillo en unos ojos hundidos rodeados por arrugas y unas prominentes ojeras. El detalle no es banal porque el propio Argemí pasó diez años en la cárcel durante la dictadura argentina de Videla. No soy partidario ni mucho menos de teorías lombrosianas, pero si que creo que diez años en una cárcel deben cargar unos ojos con una tristeza similar.
Pero vayamos al libro, el protagonista, al que apodan el Negro, intenta manejarse en el mundo del hampa con bastante poca fortuna. Le encargan diversos trabajos de poca monta, pero siempre estos se suelen torcer, por lo que termina fastidiando los negocios en los que le han involucrado, siempre por culpa de su mala estrella. Inevitable al hablar en estos términos de no acordarme la película La buena estrella, en la que Jordi Molla hacía el papel de un drogadicto cuya vida era una sucesión de derrotas, salvo tal vez una única victoria, el haber cruzado a su camino el inquebrantable amor de Maribel Verdú. Volviendo a nuestra novela, al Negro Benítez le encargarán llevar un cargamento de drogas a la frontera de Chile, un asunto que parece sencillo, pero esta aventura con aires de road movie, se torcerá a la primera de cambio, y lo malo es que la historia se volverá a repetir una y otra vez, sonando para el Negro siempre la misma música.
En el libro Argemí sin duda demuestra estilo en su prosa, su dominio del argot de los bajos fondos sumado al uso de expresiones argentinas, le dan al texto una cierta frescura en la madurez de su prosa. Y supongo que este fue el principal motivo por el que el libro fuera galardonado por el Premio Tigre Juan de Novela.
Sin embargo la historia no me ha acabado de convencer, la veo demasiado primaria, como si Argemí hubiera caído una y otra vez en todos los clichés correspondientes (tal vez sea un defecto natural de las novelas de género, y por ello por lo que yo me aparto de ellas). Argemí utiliza un escenario parco en descripciones de cualquier tipo, y parco en los personajes que integran las secuencias, eso sumado con la poca extensión de cada uno de los capítulos que componen el libro, provocan una sensación de fragilidad, como si se tratase de un azucarillo diluyéndose siempre en el agua. Apenas nos situamos en una escena y Argemí ya nos salta a la siguiente, produciéndose un efecto de no saber muy bien donde situarnos, y menos si por ejemplo uno no ha visto de primera mano esa argentina histórica de soldados y guerrilla a la que Argemí se refiere.
Entiendo que el efecto de Argemí es buscado, narra las escenas en diversos tiempos, y las mezcla produciendo ese efecto de fusión que busca un poco desconcertar al lector. El mismo recurso que Juan José Saer utilizó en su novela más experimental Nadie, nada, nunca. Sin embargo, esta deformación en la forma no hace más que darle un poco de confusión a una historia que de por sí es demasiado sencilla, y hubiera preferido que la complejidad estuviera en la propia historia, y que el autor evitara caer en los clichés a los que me refería, y ahondara un poco más en unos personajes que uno visualiza más por haberlos visto en otros libros o películas que por lo que Argemí nos cuenta.
De todas maneras si la prosa se hubiera mantenido al nivel que Argemí ofrece en las primeras páginas (copio el primer capítulo), hubiera dado igual todo lo que he dicho, porque sin duda hubiera sido un gran libro. Pero no es así, Argemí sólo brilla en momentos determinados, y su libro se queda en una especie de promesa de lo que podía haber sido (esa cosa desangelada que tienen nuestros sueños…).

“El encuentro tuvo el desencanto de los actos cotidianos. Esa cosa desangelada que tienen nuestros sueños cuando se realizan luego de haberlos deseado demasiado
Ni siquiera quiso parecerse a las escenas que amasé, con bilis, alimentando la rabia para no sentirme derrotado, en hora y hora de caminar la jaula.
Lo más suave: que lo iba a tener de rodillas en el suelo, mientras saboreaba la espera antes de empezar a matarlo con dolor y sin apuro. Porque lo quería matar de frente, que supiera que era el Negro el que lo quemaba. Que el Polaco tuviera bien claro que las traiciones se pagan.
No sé. Fue como los ocho años que nos separaban en el tiempo y nos unían en el odio nunca hubieran existido.
El Polaco estaba en el lugar de siempre, en la oficina que tiene atrás de los billares, en ese cuarto que huele a jabón y escoba vieja, haciendo un solitario con las fichas del dominó.
Esa vez no dijo, como era costumbre de siempre:
-Desenfunde, forastero…”


Raúl Argemí –Siempre la misma música-

PD. Si quieren saber más sobre este escritor pueden visitar el propio blog de Raúl Argemí, que también lo tiene. Entre unas cosas y otras leo que ha sido galardonado hace apenas unos días su nueva novela Retrato de familia con el premio Premio L'H Confidencial. Me alegro por él, ya que sin duda con su obra ya se ha ganado un espacio privilegiado dentro de este género, pero siendo egoísta espero que con el tiempo se aventure en otras aventuras literarias de otro calibre distinto de las Luger o las Beretta.

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2 Comments:

Blogger Ulschmidt said...

El género exige siempre una cuota de ingenuidad que sólo puede pagar el cultor del mismo. Irremediablemente yo leo todo lo que publicó Conan Doyle, y dos y tres veces o más, pese a que todos los cliches son trillados y predecibles. Con alguna ciencia ficción clásica me pasa igual.
Algún día le preguntaré de dónde le surge la argentinidad literaria.
Que se componga del resfriado.

11:36 p. m.  
Blogger Vigo said...

Le entiendo, yo por ejemplo cuando era jovencito me encantaban las películas de miedo de serie B, y ahí siempre tenía que aparecer alguna scream girl (chica que chilla) corriendo ligera de ropa. Si no no era lo mismo.
Pero supongo que aún usando esos clichés hay escritores que son auténticos maestros.
Lo de la argentinidad literaria es una pregunta con mucha tela, pero ya sabe que llevo años preparándome. Un día me paro a pensar y le doy una respuesta.
De igual manera, me resultaría curioso saber sus conclusiones sobre Doyle, que seguro que son muchas y variadas.
En nada vuelvo a su blog a ponerme al día. No sabe la rabia que me da atrasarme un poco en sus lecturas.
Muchos saludos querido ulschmidt.

4:49 a. m.  

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