Sólo para fumadores
Ocurrió que un día no pude ya comprar ni cigarrillos franceses —y en consecuencia leer mis cartas—, y tuve que cometer un acto vil: vender mis libros. Eran apenas doscientos o algo así, pero eran los que más quería, aquellos que arrastraba durante años por países, trenes y pensiones y que habían sobrevivido a todos los avatares de mi vida vagabunda. Yo había ido dejando por todo sitio abrigos, paraguas, zapatos y relojes, pero de estos libros nunca había querido desprenderme. Sus páginas anotadas, subrayadas o manchadas conservaban las huellas de mi aprendizaje literario y, en cierta forma, de mi itinerario espiritual. Todo consistió en comenzar. Un día me dije: "Este Valéry vale quizás un cartón de rubios americanos", en lo que me equivoqué, pues el bouquiniste que lo aceptó me pagó apenas con qué comprar un par de cajetillas. Luego me deshice de mis Balzac, que se convertían automáticamente en sendos paquetes de Lucky. Mis poetas surrealistas me decepcionaron, pues no daban más que para un Players británico. Un Ciro Alegría dedicado, en el que puse muchas esperanzas, fue solo recibido porque le añadí de paso el teatro de Chejov. A Flaubert lo fui soltando a poquitos, lo que me permitió fumar durante una semana los primitivos Gauloises. Pero mi peor humillación fue cuando me animé a vender lo último que me quedaba: diez ejemplares de mi libro Los gallinazos sin plumas, que un buen amigo había tenido el coraje de editar en Lima. Cuando el librero vio la tosca edición en español, y de autor desconocido, estuvo a punto de tirármela por la cabeza. "Aquí no recibimos esto. Vaya a Gilbert, donde compran libros al peso". Fue lo que hice. Volví al hotel con un paquete de Gitanes. Sentado en mi cama encendí un pitillo y quedé mirando mi estante vacío. Mis libros se habían hecho literalmente humo.
Julio Ramon Ribeyro -Solo para fumadores
Antes de desgranar un poco este fragmento vayamos a los hechos que han propiciado estas volutas de humo que conforman mis palabras. Permítanme también la confianza para nombrar a personas que ustedes no conocen, y ya tal chapucero émulo de Umbral, me permito colocarlas en esta desordenada pseudocrónica: N. ha decidido dejar de fumar, parece convencida en intención, sin embargo parece que le está costando habituarse a esa ausencia de nicotina. El motivo es que quiere superar ese vicio antes de la posibilidad de que se quedara embarazada. Lo cual ya sería suficiente shock para ella para sobrellevarlo con el mono del tabaco. No diré que está irascible, porque esta palabra implica más mala leche de la que puede tener ella, pero desde luego si que está inquieta. Ayer ví a una muy sensible M –ni Julie Andrews en casa de la familia Von Trapp sabe desplegar tal carrusel de emociones en tan poco tiempo-. Bueno, de hecho estuve unas un buen número de horas con ella (ahora me las adeuda junto al dinero del taxi ;D). M. practica con sorna esa frase atribuida a Mark Twain: “Dejar de fumar es fácil, yo lo he hecho lo he dejado como cien veces”. La he visto varias veces con la pretensión de dejar de fumar, y aunque ayer no llevaba en un principio tabaco, terminó la noche con un par de paquetes en su bolso (una situación sin parangón porque al resto del mundo, la cantidad de tabaco va menguando con el paso de las horas). El caso de S. es también curioso, fue ella la que casi me convence para leer el bestseller que escribió Alen Carr al respecto: “Es fácil dejar de fumar si sabes como”. Ella había quedado iluminada tras su lectura, y como si de una secta extraña se tratase, después de la lectura se había pasado convencida al lado de los no fumadores. Al cabo de unos meses los buenos propósitos se habían desvanecido y yacían convertidos en ceniza. Lo bueno de S. es que tiene mucho sentido del humor, y sabe reírse de si misma. Por cierto, dato ineludible de esta crónica: mañana voy a la boda de J. y S. Hay otros casos que conozco al respecto que me valdrían de ejemplo, pero esto comenzaría a hacerse demasiado pesado.
El hecho es que de entrada me extraña que en la mayoría de los casos, esta pretensión de dejar de fumar provenga del lado femenino. Este dato si estoy en lo cierto, daría para varias explicaciones sociológicas, pero que ahora se me hace un poco pesado exponerlas. Personalmente me gusta fumar. Mi consumo de cigarros yo lo calificaría como bajo, y que suelo fumar un paquete de tabaco más o menos a la semana. Lo cual no sé si me excluye totalmente de los grupos de riesgo que padecerán las enfermedades ligadas al hecho de fumar, pero a falta de datos relativos al respecto y que tampoco aspiro a una vejez excesivamente duradera, prefiero seguir corriendo los riesgos sujetos a la cajetilla.
Fue a partir de las campañas del estado en contra de el uso del tabaco en lugares cerrados, y el encontrar en la red diversos blogs que se declaraban como libres de humo, cuando decidí colgar en mi blog un cartel con una leyenda que defendiera el derecho de fumar y de hacer cada uno con su cuerpo lo que quiera. Cuando me hablan de que el fumador es un futuro gasto para las arcas del Estado, siempre pienso que el fumador ha pagado con creces a base de impuestos ligados al tabaco cualquier tipo de estancia en un hospital, por el tiempo que fuera necesario.
El exceso de prohibiciones me hace rebelarme contra lo políticamente correcto (recuerdo ahora las bondades de la película Smoking room). Y me fastidia mucho que a determinados lugares a los que uno va por gusto, les puedan obligar a restringir o incluso prohibir el consumo de tabaco.
Retomando el texto que he puesto al principio del post, es un fragmento de un relato autobiográfico del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro: Sólo para fumadores, en el cual el escritor narra de una manera muy cercana, la relación de amor-odio, que tuvo siempre el escritor con el tabaco. El texto desde luego es un auténtico acierto, y muestra eficazmente las inquietudes de cualquier fumador.
Además expresa totalmente, algo que desde hacía años yo tenía la intención de mostrar, y es la relación pseudomística que el fumador establece con el fuego. Un fuego que atrae y que a la vez es dominado por el fumador.
Ahora tocaba hablar de Ribeyro… pero el sueño me está venciendo, así que sólo otro link, que es otro cuento de Ribeyro con el que alcanzó también un relativo reconocimiento: Los gallinazos sin pluma en el que muestra las dificultades de un par de hermanos por sobrevivir en un mundo en el que viven rodeados de pobreza.
Antes de desgranar un poco este fragmento vayamos a los hechos que han propiciado estas volutas de humo que conforman mis palabras. Permítanme también la confianza para nombrar a personas que ustedes no conocen, y ya tal chapucero émulo de Umbral, me permito colocarlas en esta desordenada pseudocrónica: N. ha decidido dejar de fumar, parece convencida en intención, sin embargo parece que le está costando habituarse a esa ausencia de nicotina. El motivo es que quiere superar ese vicio antes de la posibilidad de que se quedara embarazada. Lo cual ya sería suficiente shock para ella para sobrellevarlo con el mono del tabaco. No diré que está irascible, porque esta palabra implica más mala leche de la que puede tener ella, pero desde luego si que está inquieta. Ayer ví a una muy sensible M –ni Julie Andrews en casa de la familia Von Trapp sabe desplegar tal carrusel de emociones en tan poco tiempo-. Bueno, de hecho estuve unas un buen número de horas con ella (ahora me las adeuda junto al dinero del taxi ;D). M. practica con sorna esa frase atribuida a Mark Twain: “Dejar de fumar es fácil, yo lo he hecho lo he dejado como cien veces”. La he visto varias veces con la pretensión de dejar de fumar, y aunque ayer no llevaba en un principio tabaco, terminó la noche con un par de paquetes en su bolso (una situación sin parangón porque al resto del mundo, la cantidad de tabaco va menguando con el paso de las horas). El caso de S. es también curioso, fue ella la que casi me convence para leer el bestseller que escribió Alen Carr al respecto: “Es fácil dejar de fumar si sabes como”. Ella había quedado iluminada tras su lectura, y como si de una secta extraña se tratase, después de la lectura se había pasado convencida al lado de los no fumadores. Al cabo de unos meses los buenos propósitos se habían desvanecido y yacían convertidos en ceniza. Lo bueno de S. es que tiene mucho sentido del humor, y sabe reírse de si misma. Por cierto, dato ineludible de esta crónica: mañana voy a la boda de J. y S. Hay otros casos que conozco al respecto que me valdrían de ejemplo, pero esto comenzaría a hacerse demasiado pesado.
El hecho es que de entrada me extraña que en la mayoría de los casos, esta pretensión de dejar de fumar provenga del lado femenino. Este dato si estoy en lo cierto, daría para varias explicaciones sociológicas, pero que ahora se me hace un poco pesado exponerlas. Personalmente me gusta fumar. Mi consumo de cigarros yo lo calificaría como bajo, y que suelo fumar un paquete de tabaco más o menos a la semana. Lo cual no sé si me excluye totalmente de los grupos de riesgo que padecerán las enfermedades ligadas al hecho de fumar, pero a falta de datos relativos al respecto y que tampoco aspiro a una vejez excesivamente duradera, prefiero seguir corriendo los riesgos sujetos a la cajetilla.
Fue a partir de las campañas del estado en contra de el uso del tabaco en lugares cerrados, y el encontrar en la red diversos blogs que se declaraban como libres de humo, cuando decidí colgar en mi blog un cartel con una leyenda que defendiera el derecho de fumar y de hacer cada uno con su cuerpo lo que quiera. Cuando me hablan de que el fumador es un futuro gasto para las arcas del Estado, siempre pienso que el fumador ha pagado con creces a base de impuestos ligados al tabaco cualquier tipo de estancia en un hospital, por el tiempo que fuera necesario.
El exceso de prohibiciones me hace rebelarme contra lo políticamente correcto (recuerdo ahora las bondades de la película Smoking room). Y me fastidia mucho que a determinados lugares a los que uno va por gusto, les puedan obligar a restringir o incluso prohibir el consumo de tabaco.
Retomando el texto que he puesto al principio del post, es un fragmento de un relato autobiográfico del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro: Sólo para fumadores, en el cual el escritor narra de una manera muy cercana, la relación de amor-odio, que tuvo siempre el escritor con el tabaco. El texto desde luego es un auténtico acierto, y muestra eficazmente las inquietudes de cualquier fumador.
Además expresa totalmente, algo que desde hacía años yo tenía la intención de mostrar, y es la relación pseudomística que el fumador establece con el fuego. Un fuego que atrae y que a la vez es dominado por el fumador.
Ahora tocaba hablar de Ribeyro… pero el sueño me está venciendo, así que sólo otro link, que es otro cuento de Ribeyro con el que alcanzó también un relativo reconocimiento: Los gallinazos sin pluma en el que muestra las dificultades de un par de hermanos por sobrevivir en un mundo en el que viven rodeados de pobreza.
Etiquetas: Personal
4 Comments:
Yo fumaba mucho y dejé sólo dos veces en la vida. En la primera estuve tres meses sin fumar y empezaba a pasarme la ansiedad cuando un mal día me hizo permitirme un sólo cigarrillo. Luego fumé tres, luego fumé los siguientes diez años.
El motivo fue económico: estaba desempleado y fumar me parecía inmoral.
El siguiente motivo fue el nacimiento de mi último hijo. Hete aquí debemos preocuparnos de durar un buen rato en condiciones laborales aceptables, pensé, más ahora que los adolescentes se quedan en casa de papá hasta los 47 años, mas o menos. Ergo, dejé. Estuve muy nervioso el primer mes, y más también. Guardé el último atado (cajetilla) y de ahí retiraba el último cigarrillo y aspiraba con fruición, sin prenderlo. Hice eso mucho tiempo.
También un ejercicio mental de construcción propia según y por el cual repetía mentalmente el rito de encender un cigarrillo, hasta el efecto de las primeras bocanadas entrando en los pulmones. Trataba de recordar esas sensaciones, de inducirlas. Había leído que la ansiedad ataca al fumador hasta esa primer pitada y que luego se fuma el resto mecánicamente. Así que el ejercicio aquel pretendía provocar la saciedad placébica.
Debo decir que se aumenta de peso. Jamás me ganó la repugnancia que dicen que llega luego del abandono: yo, por el contrario, cuando alguien fuma cerca aspiro con entusiasmo. Y no fumo ni un cuarto porque estoy seguro de retomar a pleno.
Y si me garantizaran que el fin del mundo ocurrirá dentro de unas semanas cesaré de inmediato el pago de impuestos y volveré el vicio, sin duda.
Cada día fumo más, mi hija de 8 años me lo ha prohibido, lo hago a escondidas.
Fumo cuando escribo, fumo cuando leo, fumo cuando pinto, fumo al salir de una exposición más que nunca jajajano sé, empiezo a sentirme realmente culpable, a veces me escondo para fumar.
Un abrazo, me gusta tu Blog
si fumas a escondidas toda via es mas adictivo lo que haces por que recuerda que lo proivido es lo mas deliciosos de esta vida...
saludos.... atte un amigo que es ex-adicto a la heroina ...
Bueh aquí no es que haga apología del tabaco o de las drogas, pero de igual modo no hago apología de la vida sana.
Cada cual con su responsabilidad. Eso sí. Creo que es interesante traspasar algunos límites, y por maltratar un poco el cuerpo... ahora bien heroína yo creo que eso ya es demasíao pal body. ¿No?
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