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Pequeños retales de literatura

miércoles, julio 25, 2012

El efecto Pigmalión

No tengo muy claro de que hacer el post, así que he decidido seguir un poco la senda marcada por mis últimas entradas, y por eso se me ha ocurrido hablar del llamado efecto Pigmalión, que ciertamente es algo ambiguo, pero por eso mismo es aplicable a multitud de campos o situaciones de la vida.

¿El efecto Pigmalión? Muchos arquearán la ceja ante el pomposo nombre. Bien, lo explico, pero como toda buena historia, lo mejor será comenzar por el principio, especialmente cuando este es tan bonito como el mito que narra Ovidio en su Metamorfosis sobre el rey Pigmalión.

Cuenta Ovidio que hubo un rey en Chipre que buscaba una mujer para casarse, pero que esta debía tener la cualidad exclusiva de ser perfecta (como dijo el entrenador del Talavera Albert Ferri: “nos ha jodido y a mi me gustaría tener de novia a Michel Pfeiffer… y tengo un petardo de novia”). Frustrado en su búsqueda, Pigmalión decidió dedicar su tiempo al arte de la escultura, para así al menos poder labrar sobre la piedra la figura de hermosas mujeres. Y a una de sus esculturas la llamó Galatea, y la esculpió tan bella que hasta creyó enamorarse de ella.

La diosa Afrodita conmovida por el deseo del rey, decidió darle la felicidad que consideró que Pigmalión se merecía, ya que era debido a su esfuerzo gracias al cual había podido crear tan bella escultura, así que apiadándose del rey, decidió darle la vida a Galatea (fíjense que si en vez de una mujer hubiera dado vida a una marioneta de madera estaríamos hablando de Pinocho).

Hoy en día cuando los psicólogos o los profesionales de la educación hablan del efecto Pigmalión, se interpreta como cuando las expectativas se vuelven reales por la sencilla razón de que es lo que en principio esperamos como resultado (somos lo que los demás esperan que seamos). Para poner un ejemplo claro, un profesor decide desde el primer momento que la mitad de los alumnos son los buenos estudiantes, y la otra mitad en cambio son los malos, a la larga los alumnos estimulados sacarán mejores notas que los alumnos despreciados, ya sea tanto por el efecto que se produce en los distintos alumnos, como por el propio prejuicio del profesor (en un proceso de retroalimentación).

Todo este tema se entronca por supuesto en todo tipo de relaciones personales, e incluso tiene aplicación en muchos otros campos: ahora por ejemplo vienen las olimpiadas, y muchos deportistas utilizan como técnica de entreno, la visualización de verse ganando las pruebas en las que compiten. Este hecho provoca que nuestra mente y nuestros músculos actúen tal como los hemos programado previamente. Estaríamos hablando en este caso de un efecto Pigmalión autoinducido.

De igual modo el efecto Pigmalión también explicaría algunos comportamientos que se dan en algunas crisis financieras. El miedo por ejemplo a una quiebra bancaria, puede producir que los mercados se retraigan (o que aumente las famosa prima de riesgo), y que el consumo de las personas disminuya, incluso si el rumor se vuelve intenso, los ciudadanos asustados pueden retirar sus ahorros de los bancos, por temor que estos quiebren, provocando esto la verdadera ruptura de estos. El efecto Pigmalión vendría aquí de la mano de lo que también se denomina como profecías autoinducidas.

Allá por el 2007 el joven Joshua Bell cogió su violín y se puso a tocar en uno de los túneles del metro de Washington entre las ocho y las nueve de la mañana. Durante una hora pasaron por allí más o menos mil personas, y sólo siete de esos ciudadanos se detuvieron durante más de un minuto a escucharle. La gente continuaba con sus prisas yendo de su casa al trabajo o del trabajo a sus casas. Joshua ganó por 45 minutos de tocata, 32 dólares. Todo esto no hubiera pasado de ser el día a día de un músico callejero, sino fuese porque Joshua Bell en realidad era un virtuoso del violín; que el instrumento que tocaba era un stradivarius, y que las piezas que interpretó estaban consideradas como partituras de alta dificultad incluso para violinistas expertos.
Efecto Pigmalion
Si a la gente le hubieran dicho que una entrada en un concierto de Joshua Bell donde éste tocase solía costar unos 100 dólares, seguramente se hubieran parado a escucharle decenas de esos anónimos usuarios del metro aunque solo fuera por unos minutos. Pero la mente de esas personas no estaba preparada para interpretar que un músico de tanto talento, estuviese tocando en medio de un túnel del metro a primera hora de la mañana, sin que nadie le prestase ningún tipo de atención. Nuestro cerebro funciona por pautas, por contextos, nuestras neuronas se encargan de ordenar e interpretar el mundo; por eso nos choca y malinterpretamos cualquier cosa que salga del contexto adecuado.

George Bernard Shaw escribió también su famosa obra de teatro que tituló Pigmalión y que luego George Cukor adaptó al cine con la película My Fair Lady con una estupenda Audrey Hepburn como protagonista.

En la obra un profesor de fonética, apuesta con un amigo a que es capaz de hace pasar por una dama a una deslenguada florista sin estudios, después de seis meses de educación intensiva.

En realidad cambiar a las personas da más problemas que otra cosa, y acaba desembocando en algún tipo de frustración personal. Salvo que la otra persona de verdad quiera cambiar. Ahí si que se pone interesante el asunto.

¿Y qué se espera de mí? No lo sé. Eso me desconcierta.

Y como remate una de las conocidas escenas de My Fair Lady.

My Fair Lady - The Rain In Spain

The rain in Spain stays mainly in the plain.
(La lluvia en Sevilla es una pura maravilla xD)




Aunque la que mueve los labios es Audrey Hepburn, la voz que suene en realidad es de la cantante Marni Nixon (al César lo que es del César).

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4 Comments:

Anonymous Palimp said...

La anécdota del violinista siempre me ha parecido el ejemplo perfecto de que la gente desprecia ciertas manifestaciones artísticas más por falta de sensibilidad que por otra cosa.

9:30 p. m.  
Blogger Orion said...

Buenas.

Había oído hablar algo del violinista y el metro, pero creía que se trataba de una leyenda urbana.
Y yo me pregunto: ¿Si hubieran puesto en lugar de a Joshua Bell a Steve Vai o Joe Satriani (disfrazados, por supuesto, para que nadie pudiera reconocerlos), el resultado habría sido el mismo? Seguro que muchas personas habrían llegado tarde al trabajo.
Doy otro ejemplo: Ponemos a Svetlana Zakharova a bailar en la Rambla de Barcelona y a continuación a estos:
http://www.youtube.com/watch?v=teCXhtKE-e0
¿Quien crees que atraería a más público?

Si en los telediarios hubieran anunciado el concierto de Bell en el metro, se habría liado la de Dios: Miles de aficionados a la música clásica se habrían congregado allí horas antes de que el violinista llegara. Pero como se hizo "de estragis" el resultado fue lo que fue, y lo que esperaban los organizadores, para eso lo hicieron, para demostrar lo inculto que es el populacho.
Este tipo de "experimentos" me suele tocar las narices (cosas mías).
Como bien dices, si hubieran informado a la gente sobre la identidad del violinista, aunque los que pasaban por allí no tuvieran el más mínimo interés por la música clásica, se habrían parado a escuchar.

Mira este vídeo de Yoko Ono:
http://www.youtube.com/watch?v=HdZ9weP5i68
Seguro que si tu o yo montamos este "performance" en plena calle o en el metro, en lugar de aplaudirnos y pedirnos autógrafos, nos dan de ostias.

Estoy de acuerdo contigo en lo que dices sobre el contexto adecuado y la interpretación. Por otra parte, la mayoría necesitamos que nos digan lo que merece la pena o no, lo que está bien o mal. Y esto se puede aplicar a todo, no sólo a la música. La gente cuando entra en una libreria, acude a la mesa de los best seller, donde están los libros más vendidos, de portadas llamativas, rodeados de carteles con la foto del autor, que sonriendo ampliamente y con mirada hipnótica, parece decirte: "Ven gilipollas, cómprame, cómprame"

¡Saludos!

1:19 a. m.  
Blogger Vigo said...

Me imagino Juan Pablo, que habría que distinguir entre las distintas manifestaciones artísticas, ya que cada una tiene sus peculiaridades, pero creo que en algunas artes como la pintura la gente por ejemplo disfruta más diciéndole a los amigos que ha estado de visita en el museo del Louvre, que no el rato que está viendo los propios cuadros.

Quiero decir que si uno se encontrase con un cuadro de un pintor famoso en un mercadillo, casi nadie le prestaría atención, cuando luego ese mismo cuadro una vez certificada su autoría podría venderse por millones de euros en Sotheby’s. En estos casos funciona más el mercado del arte que el propio arte. La conexión de la literatura con el lector es en este sentido un poco más profunda, el lector –que normalmente lleva muchas lecturas encima- sabe más claramente que libro de verdad le gusta y cual le parece una porquería. Es más difícil aquí que le den gato por liebre.

En la música clásica, ocurre algo intermedio, hay algunas personas que tienen la sensibilidad adecuada para disfrutarla, y hay otros que por unas razones u otras no disfrutan de esta música. Me imagino que si el violinista hubiera comenzado a versionar con su violín canciones de las series de televisión actuales, hubiera tenido mucho más éxito.

Gracias por el link que me enviaste sobre los pulpos, te quería contestar… pero se me fueron pasando los días (estoy saturado leyendo muchas cosas, y cuando me concentro tanto me vuelvo muy perro para contestar cualquier tipo de e-mail que no sea indispensable). Debería de practicar esa buena costumbre tuya de contestar los mails inmediatamente después de que uno se los lea. Bueh, aprovecho ahora para disculpar mi silencio y agradecerte el detalle.

10:25 p. m.  
Blogger Vigo said...

Buenas Orion

Creo que efectivamente la sensibilidad para la música clásica está un poco de capa caída –yo al menos solo conozco un puñado de fervorosos seguidores-. Yo no estoy entre ellos, y seguramente de estar en ese metro neoyorquino, hubiera pasado por al lado del violinista sin dedicarle apenas unos segundos de mi tiempo. En cambio soy más sensible a la música moderna, y a veces oigo nuevos grupos desconocidos y en seguida me quedo prendado por su tipo de música.

Lo cual no quita para criticar también un poco el funcionamiento del “mercado del arte” y a nosotros como consumidores. Como decía en el anterior comentario, a veces disfrutamos más contando que hemos estado en tal o cual sitio, que no el efecto de la obra en nosotros mismos. Es como ese chiste en el que en una isla desierta queda una actriz famosa y un tío, y después de tirársela unas cuantas veces, le pide él que se ponga bigote, ella, y luego le dice aquello de: - "¡Oye, tío, ni te imaginas a quien me estoy follando!".

Este experimento realmente parecía un poco orientado a dar ese resultado (quiero decir que por ejemplo que con una partitura un poco más “melódica” seguramente el violinista hubiera tenido un poco más de éxito. Aunque si que te aseguro que he visto experimentos mucho más lamentables en cuanto al rigor: recuerdo uno por ejemplo que dejaban una bici sin candado en Barcelona y otra en Madrid y esperaban a si alguien se la llevaba, y de ahí se atrevían a decir si una ciudad era más segura que la otra.

Lo de Yoko Ono es un poco lamentable para mi gusto, pero funciona porque somos un poco idiotas y nos llama a veces más la provocación que el arte bien hecho. Pero ya lo decían Def Con Dos con aquello de “La culpa de todo la tiene Yoko Ono”.

http://www.youtube.com/watch?v=rAvNS_hXzOg


Supongo que si necesitamos esa orientación, pero en cierta manera creo que se ha abierto una inmensa puerta con Internet, en la que las posibles recomendaciones de otras personas no funcionan tanto como campañas de marketing, sino como recomendaciones honestas. Creo que así acertamos un poquito más nuestros gustos –y a la vez lo educamos- y evitamos un poquito ese tipo de sensaciones de haber sido engañados, por ejemplo como cuando uno veía el trailer anunciado de una película y le parecía una maravilla, y luego acudía al cine y veía que la película no era más que un bodrio.

Muchas gracias Orion por opinar. Estos temas para mí son interesantes, y lo disfruto mucho más cuando escucho también las opiniones de los demás, porque la mía ya me la sé. ;)

10:28 p. m.  

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