La noche me confunde
Seis de la noche y aún quiero terminar de revisar unos archivos, con lo cual preveo que despertará Barcelona y mi ordenador aún seguirá ardiendo. Pero en un pequeño descanso, quizás azorado por algunos recuerdos que me hicieron pasar la semana feliz, voy a escribir unas líneas supuestamente relacionadas con la literatura. Porque está librería quiso ser una vez un reflejo del papel, y en cambio se ha alejado irremediablemente de los buenos propósitos por ese muro infranqueable que es siempre la falta de tiempo. A veces la veo con visos de caricatura cibernética... Aunque supongo que esto es como las capas de una cebolla, donde si la pelo -si me la pelo quiero decir- aún encuentro mi sello, mis verdades y mis mentiras. Y me río de mí y de lo que escribo (signo de salud mental).
Pero hoy quiero que se note en algo que durante muchos años me pasé muchos amaneceres leyendo. Hablaremos de varios concepciones de la noche, y comencemos con la del norteamericano Scott Fitgerald, un norteamericano que tocó el paraíso con los dedos, y que después, en el crepúsculo de su vida hizo un cruel descenso a los infiernos. Suave es la noche tituló a uno de sus, sin duda, grandes libros, y que sin embargo pasó sin pena ni gloria ante público y crítica literaria de la época. Páginas preñadas por la frustración y la desesperación. Un viaje hacia la propia autodestrucción. Tal vez es suave la noche en el sentido que uno al menos está cobijado bajo un inmenso manto, como ese niño que no suelta nunca su frazada (Linus).
Pero hoy quiero que se note en algo que durante muchos años me pasé muchos amaneceres leyendo. Hablaremos de varios concepciones de la noche, y comencemos con la del norteamericano Scott Fitgerald, un norteamericano que tocó el paraíso con los dedos, y que después, en el crepúsculo de su vida hizo un cruel descenso a los infiernos. Suave es la noche tituló a uno de sus, sin duda, grandes libros, y que sin embargo pasó sin pena ni gloria ante público y crítica literaria de la época. Páginas preñadas por la frustración y la desesperación. Un viaje hacia la propia autodestrucción. Tal vez es suave la noche en el sentido que uno al menos está cobijado bajo un inmenso manto, como ese niño que no suelta nunca su frazada (Linus).
Tal vez sea Céline el que conozca lo que hay detrás de la noche, con su personaje Bardamu. Quizás nos lo desvele con su prosa agresiva y barriobajera, capaz de lo sublime y lo soez -aquí teníamos a nuestro equivalente con Cela, pero como buen Iria Flaviano la palmó en un estruendo de solemnidad- que nos embarca en ese agobiante viaje de Bardamu con el telón de fondo de una Francia decadente.
Es curioso que Alberto Manguel haya sacado su último libro con el nombre de La biblioteca de la noche, como si la biblioteca durante el día fuera un ente distinto a los estantes caídos en penumbras. Desde mi experiencia, siempre vigilados por la mampara luminosa del eterno zumbido (¿Cómo llamaban en el Pato a ese omnipotente foco de luz mortecina ante el cual nos arremolinábamos? No caigo, pero el foco estaba bautizado. Lo juro). Siguiendo el razonamiento sensible de Manguel, que nos muestra que en la noche el orden deviene caos y la caricia de los títulos se empapa de caprichos divinos que ofrecen los libros como estrellas brillantes en el cielo.
El horror de la noche de Bataille, tan hermanado con la figura femenina y envuelto en la siniestralidad de la muerte. Y sin embargo a contrapunto, no hay mayor placer que el amanecer entre caricias. Vuelvo a Céline y a los latigazos de su lengua: “el amor es el infinito puesto al alcance de los perros”. Pero la belleza sin duda está escondida ahí, arropada por las mantas. Sean insomnes, y contemplen a su lado un rostro dormido. Y luego como les decía, amanezcan entre caricias. Yo me cansé por hoy… quiero decir tengo que seguir trabajando. Pero les ofrezco el amanecer de mi ciudad. Ocurrirá de aquí a una hora i escaig. Mientras tanto consuélense con el hilo musical.
Recuperando un clásico de los hermanos Cano y Ana Torroja. ¿para cuando esa apoteósica tourné que colmará de satisfacción a cualquier treintaañero con un poco de corazón?
Es curioso que Alberto Manguel haya sacado su último libro con el nombre de La biblioteca de la noche, como si la biblioteca durante el día fuera un ente distinto a los estantes caídos en penumbras. Desde mi experiencia, siempre vigilados por la mampara luminosa del eterno zumbido (¿Cómo llamaban en el Pato a ese omnipotente foco de luz mortecina ante el cual nos arremolinábamos? No caigo, pero el foco estaba bautizado. Lo juro). Siguiendo el razonamiento sensible de Manguel, que nos muestra que en la noche el orden deviene caos y la caricia de los títulos se empapa de caprichos divinos que ofrecen los libros como estrellas brillantes en el cielo.
El horror de la noche de Bataille, tan hermanado con la figura femenina y envuelto en la siniestralidad de la muerte. Y sin embargo a contrapunto, no hay mayor placer que el amanecer entre caricias. Vuelvo a Céline y a los latigazos de su lengua: “el amor es el infinito puesto al alcance de los perros”. Pero la belleza sin duda está escondida ahí, arropada por las mantas. Sean insomnes, y contemplen a su lado un rostro dormido. Y luego como les decía, amanezcan entre caricias. Yo me cansé por hoy… quiero decir tengo que seguir trabajando. Pero les ofrezco el amanecer de mi ciudad. Ocurrirá de aquí a una hora i escaig. Mientras tanto consuélense con el hilo musical.
Recuperando un clásico de los hermanos Cano y Ana Torroja. ¿para cuando esa apoteósica tourné que colmará de satisfacción a cualquier treintaañero con un poco de corazón?
Etiquetas: Creaciones, Literatura
4 Comments:
Vaya pintas que llevaban los Mecano... y que ripios más horrendos hacían.
"Spot atómico". Y anda que hablar de ese manguel, precisamente ese...
el j.
Tu entrega me ha recordado aquella noche en que, apostados sobre las balaustradas de la Posada de San José y casi a punto de tocar la noche en la hoz del Huécar con la punta de los dedos, el maestro Ángel Crespo me confesó que sólía escoger para "desescribir" el poema escrito "aquella hora que no era de los buhos ni de las alondras".
Un fuerte abrazo
carlosmorales@yahoo.es
Palimp
Pero si un día se van de gira, yo me pongo a hacer una cola de varias horas sólo para poder volver a oirles.
A Ana Torroja, le pasa algo parecido a lo de Madonna, a medida que se han hecho mayores, no se si operaciones aparte, estilismo, o lo que sea, se han vuelto más guapas.
Johnny, me alegra que a veces te pases por aquí. Deberíamos quedar un dia. Te vi el dia que Amela hablaba sobre El niño del pijama a rayas pero me perdí casi toda tu parte. Estoy un poco ocupado, pero en cuanto pueda intentaré convocar reunión. Un saludo.
Spot atómico... me venía a la cabeza la palabra spock (pero esto sólo tenía sentido para trekkis).
Toro de barro.
Sí, mis ritmos circadianos se rigen por horas impestuosas.
Un abrazo también para tí.
Curioso tu nombre, por proximidad me viene la escena de Moisés y el becerro de oro.
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