La Librería

Pequeños retales de literatura

jueves, enero 22, 2009

Delirios del corazón

Ya lo habrán notado que las palabras salen con cuentagotas. Bueno ya lo dijo el sabio chino –siempre son ellos- que si no se tiene algo interesante que decir, era mejor el silencio. Y aunque escribir sobre ciertas cosas como mirarse al ombligo, no tiene demasiada complejidad, también es demasiado gratuito. Y siempre he pensado que es mejor sólo hacerlo cuando uno se divierte. No es que fuese demasiado difícil divertirme, únicamente tendría que reengancharme alguno de los temas que tengo siempre pendientes o aquellos otros temas que últimamente rondan por mi cabeza, y tachán, saldría por arte de birbiloque el pretendido texto. Pero últimamente tengo a mi ordenador sacando humo, y ponerme con el Word sobre él, sería un abuso (correría el riesgo de ser acusado de explotación en el reino de las máquinas). Sin embargo, a veces me es inevitable darme de bruces con esos detalles que maravillan, y no dar cuenta de ello, me parecería una total descortesía. Hoy eso sucedió. Muchas veces dar las gracias significa mucho más para el que las da, que para el que las recibe. Por lo que conviene que a la otra persona se le permita al menos ese detalle de correspondencia. Quiero decir, que nunca entendí comportamientos, como el negarse a recibir muestras de agradecimiento o el negarse a decir lo siento (esto lo cogí de love story, y es una frase con mucha trampa). Recuerdo aquella anécdota del gran Fernando Fernán Gómez que discutió con aquel admirador y le acabó diciendo aquello tan manido de: ¡A LA MIERDA!. El viejo anacoreta seguramente pecó por impaciencia, pero habría que entenderle también a Don Fernando y el agobio involuntario que a veces sufren algunos famosos. Cuentan que el actor en una ocasión declaró sobre el teatro algo así: “-Lo que más me molesta de mi profesión, es que mientras actúo, el público esté al lado mirando como trabajo”. Supongo que el sentido del humor madura con la inteligencia y con una cierta pizca de cinismo gana en eficacia, como el toque de pimentón que se le pone al presentar un pulpo a la gallega (para muestra, quédense un martes por la noche viendo la tele, tele al doctor Gregory House).
Me estoy enrollando como las persianas, y deberíamos de ir abreviando –como los caballos ;D (¡Yes, we can!). Les iba a hablar de un tipo de delirios, pero no lo haré hoy. Hoy voy a hacer otra cosa que debería haber hecho hace unas cuantas semanas. Voy a buscar unos pocos mails que tengo perdidos por mi correo, y voy a aprovechar para felicitar el año a ciertas personas que siempre están de una manera o de otra en mi corazón. Ya ven, soy como esas bombillas que brillan tenuemente, y que en un momento determinado queman su filamento de tungsteno, dando un color intenso que apenas dura unos segundos. ¿Delirios? Sí el tema era delirios del corazón, pero me fui dispersando. Ahora sólo toca una coplilla del romancero popular.
La copla narra la desolación que sufrió el rey borbón Alfonso XII tras la muerte por tifus de la reina María de las Mercedes, apenas unos meses después de que se hubiesen casado. Y dice aquello de:
“Dónde vas, Alfonso XII, dónde vas triste de tí? Voy en busca de Mercedes que hace tiempo no la ví….”



Pd. Ustedes no lo saben –en realidad tendrían que estar en mi mente para saberlo- pero en este post ha habido varias dedicatorias encubiertas: a la pareja de Anna y Maurici, al señor Anllo, al inteligente Habar y a mi querida y bella lola. Y darle las gracias a esa desconocida eléctrica mexicana (y más no, porque si no el texto rebosaría de nombres y las personas caerían por los costados).

Etiquetas: ,

 
 

Licencia C 2004-2005 by Daniel Vigo

Email