La Librería

Pequeños retales de literatura

jueves, julio 31, 2014

Patricia Heras 4. Locotrónica además de suicida

Intentar comprender la mente de un suicida es una tarea casi siempre imposible, porque los motivos que le llevan a uno a la autodestrucción implican por norma unos pensamientos demasiado complejos. Pero con el deseo al menos de imbuirme de la atmósfera que Patricia Heras respiró durante sus últimos años de vida, he vuelto a releer sus diarios, para intentar desentrañar algo de lo que se le pasó pasó por la cabeza antes de su suicidio (mi agradecimiento a Juan Nicho y Diana J. Torres artífices creo de la edición de esa recopilación de escritos que dejan testimonio de su paso por la vida).

¿Quién era Patricia Heras? Aunque posiblemente ella no fuese muy amante de las etiquetas, intentaré dar algunas rasgos de su personalidad. Patricia era una chica sensible de inteligencia superior a la media y con mucho sentido del humor (las bromas de su intermitente diario me han hecho reír muchas veces). Era además una chica rebelde cuya rebeldía sin duda se acrecentó tras su periplo judicial y penal. Militante feminista y defensora de las teorías queer; comprometida especialmente en la rama de la movida transfeminista y participante en distintas performances de las Muestras Marranas. Trabajadora siempre precaria, le gustaba liberarse al salir de su sórdido mundo laboral, e intentaba llevar la vida al límite, y para ello no dudaba en experimentar con todo tipo de drogas en sus noches de fiesta en los locales de ambiente por los que se movía. Allí terminaba quemando la pista de baile, con sus amigos tan cocida como locotrónica por el abuso de alcohol y mezclas de drogas varías. Creía en el amor, pero buscaba refugio en el sexo, un sexo tan liberador como ninfómano.

Era una chica de sonrisa fácil, pero aún así, también tenía interiormente una cierta tristeza, la de sentirse ajena a un mundo en el que no encajaba. Quería continuar siendo joven siempre, porque volverse mayor significaba aprender a cuidarse uno mismo, y ella necesitaba que fuera otra persona la que la salvara de la autodestrucción.

Patricia Heras sentía desde pequeña una fascinación por el mundo gótico y siniestro, y de alguna manera había acabado entendiendo la muerte como una voz amiga que la llamaba a cruzar la línea hacia una tranquilidad donde uno al menos pudiese dejar de tener que luchar por las más o menos oportunidades que se nos ofrecen en la vida. Ya en su infancia tanteó varias veces la muerte, pero no fue hasta sentirse demasiado cansada, cuando al final decidió acabar por fin con su vida. Había conseguido el tercer grado en el centro penitenciario de Wad Ras (por una pena, por la que como ya he explicado, ella defendió siempre su total inocencia). Pero quizás fue ese ajetreo de tener que ir a dormir cada día a la cárcel, para luego levantarse y tener que ir a trabajar, o el tener que renunciar en parte a la vida que había llevado hasta el fatídico día de los hechos, lo que acabó desquiciándola y decantando la balanza hacia su suicidio.

En sus diarios a veces también habla de brotes de dolor, que de vez en cuando le visitaban; y un ojo que parece que se le nublaba de vez en cuando, pero con esos síntomas no se me ocurren posibles patologías, y lo único que puedo decir es que ella parecía acatar el devenir de su extraña vida con cierta tranquilidad (no parece que tuviera un comportamiento bipolar, sino más bien lo suyo era sencillamente un deseo de exprimir la vida al máximo).

"Mientras camino con la bici a un lado hacia casa, por algún motivo no me he querido subir, voy meditando contrariada. Todo ha cambiado. Estaba bien a gustico haciendo mi vida y de repente me he visto forzada a cambiar mi existencia, y ya no hay marcha atrás. Todo ha cambiado de repente, sin haberlo elegido, y me veo empujada hacia algo que desconozco, un camino extraño que no quería tomar, un destino –maravilloso cuento- la mar de raro, lo cual me perturba."

Lectora empedernida, tenía la carrera de filología, y había vivido fuera de España, en Londres, en Atenas y en Berlín, tal vez intentando encontrar un lugar donde de verdad deseara establecerse. Y por último, quedó primero fascinada -después de huir de su Madrid natal- por una Barcelona que le abrió los brazos en primera instancia, pero que luego la metería en la absurda pesadilla en la que se convirtió su vida, pero que a la vez al estar siempre pendiente de su ineludible ingreso en prisión, hizo que viviera cada día de su vida como si fuera el último.

Desde luego a Patricia no le sentó bien las llamadas medidas de reinserción que propone el sistema judicial, por varias razones, la primera y más importante, porque seguramente era inocente (ya se sabe que en la cárcel todos dicen ser inocentes, pero resulta que algunos en realidad si que lo son y ella es muy probable que perteneciera al grupo de estos últimos), y alguien que la vida de repente le tiene preparada semejante trampa, no suele interpretar que la cárcel le está ofreciendo una segunda oportunidad para la vida, sino más bien todo lo contrario. La mayoría de los educadores y psicólogos que la asistieron no supieron tratarla, porque de entrada ella les ganaba en inteligencia, y porque además se mostraba resentida, pero ¿quién no en su caso? Y aunque ella seguramente estaría agradecida por terminar compartiendo la vida y vivencias de las otras presas, para alguien tan sensible como era ella, tampoco le sentó bien conocer las vidas llenas de dolor pertenecientes a sus compañeras de celda, ya que es muy probable que por empatía, esas historias de desgracia la arrastraron a incrementar su tristeza interna.

El 26 de abril de 2011 Patricia Heras se despide de la vida con una nota en la que agradece los felices momentos vividos a su amiga Diana, y donde le indica que ya no aguanta más. Sale al balcón de su casa y decide arrojarse al vacío a la búsqueda de la anhelada muerte.

Klein

Foto de Yves Klein: Salto al vacío

Y me queda un último capítulo sobre la historia de esta chica… que ahora que he refrescado sus diarios de Poeta Muerta, espero escribirlo en breve.

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domingo, julio 27, 2014

La rueda de Calders

Este lunes me pasaré por la librería Calders y así veré a Sílvia y a Juan Pablo contando cuentos de Pere Calders.

Miro las entrañas de Juliana –para quién no lo sepa Juliana responde a un ordenamiento de bits que hay dentro de mi ordenador- como si estuviese en época romana y fuese a la búsqueda de buenos augurios. Encuentro este pequeño relato que cuenta Guillermo Fadanelli, sobre una estancia en Barcelona en la que a una novia suya le gustaba contar un breve cuento de Pere Calders, que decía:

“De las cuatro ruedas del coche, había una que giraba al revés. Pero era la buena, porque intentaba alejarnos de una curva que nos destrozó a todos”

Un bonito cuento, sin duda…. como la vida misma cuando nos equivocamos en nuestras elecciones. A veces el empeño nos lleva al fracaso (bueh esto lo discutía yo el otro día, pero soy un chaquetero ;) )

Calders

Llibreria Calders
Ptge. Pere Calders, 9 (Barri de Sant Antoni).

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miércoles, julio 09, 2014

A Barcelona en tren botijo

Tarradellas

"Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí".

Acabo de volver en un Talgo. Ahora a recuperar mi normalidad...

Mis agradecimientos a: Juan Renú, miembro de la hermandad; Inma y su bonita sonrisa de las abas atás; Pepelu puesh claro; Helena de hacienda en hacienda en la Manga; Lorenzo el de la multiplicación de los panes y los bitcoins; Roberto legionario de las letras; Paco Sansano y su pequeña flota de corto alcance; Francisco cazador de pulpos; Armand también Legionnaire; Maviki y sus tres bolas negras; Noel pico de oro; Pascal tiburón de nubes de algodón; Jose María eterno aprendiz de la carta náutica; Toñiyonki porque como decía mi padre...; a Anna y su buen Feng Shui; a Helena la de los fuegos artificiales que nunca fueron; a Yoli por tener esa parte de dolce gabbana, a Jose vendedor (piramidal?) de Herbalife por su risa, a Alfredo marinero de secano, a Asun y mi parte de sus mojitos y al perillas por mi parte de sus cervezas, a Anna y su barra libre de cervezas en les fogueres; a las rumanas y a las rusas que nos han dado algo de vidilla, y también a todos los demás que no nombro y que conocí por esas tierras, pero esta lista entonces ya sería demasiado larga.

Y gracias sobretodo a mi primohermano Antonio, capitano Schettino, por dejarme pasar unos días en su casa y en su barco (y por enseñarme a arreglar cosas que dudo nunca más volveré a arreglar). Y gracias también al resto de mi family que también habita por allí.

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