La Librería

Pequeños retales de literatura

miércoles, diciembre 28, 2011

Mousetown o el circo de ratones de Tallahassee

Si a uno le preguntan la capital de Florida. Las respuestas típicas de un europeo serían: Miami, Florida, y quizás la más concurrida, que sería la de los “no saben no contestan”. En realidad, es una pregunta difícil de acertar por una sencilla razón, y es que esta ciudad no tiene ningún equipo famoso de ningún deporte asociado a ella; no sucedería lo mismo con otras ciudades de la zona como: Miami u Orlando, cuyos equipos de baloncesto, de la NBA tienen un cierto renombre... Como ya digo, mantengo la teoría de que la geografía estadounidense que uno conoce, se encuentra en consonancia con el conocimiento que uno tiene de las conferencias este y oeste de la NBA. Y ocurre que ninguno de estos didácticos saberes deportivos tiene correspondencia con la desconocida capital de Florida.

La ciudad que ostenta el honor de llevar la distinción de este título capitalicio, es nada más y nada menos que Tallahassee. Es evidente que hay unas cuantas ciudades por Florida que tienen actualmente mayor número de habitantes, sin embargo, hay que decir que hubo otra época en la que Tallahassee era una ciudad de grandes oportunidades, en la que tuvo un cierto renombre como ciudad de descanso vacacional. Mucha gente decidía pasar sus veranos en los balnearios que rodean los lagos de Tallahassee (el Jackson, el Lamonia y el Miccosukee). Fueron días de gran esplendor turístico, allá por los años setenta -pero no del siglo XX sino del XIX- cuando apenas comenzaban a instaurarse el concepto del circo tal como hoy los conocemos. Durante esos años en que la tierra americana era una tierra para los emprendedores, Adam Forepaugh trasladó a esa pequeña ciudad, su hasta entonces desconocido circo de ratones. En aquella década de florecimiento los turistas acudían a Tallahassee mientras transcurría el verano, y mientras aprovechaban que las aguas termales rejuveneciera el cutis de sus pieles arrugadas, aprovechaban también para visitar el que luego se convertiría en el famoso espectáculo del Mousetown Circus (el reconocido circo de Villaratón) que tenían a apenas unos kilómetros de distancia.

Villaratón1Mirando los periódicos de la época, me entero de la historia; leo que Adam Forepaugh acababa de perder al elefante protagonista de su antiguo circo, al que tuvieron que envenenar ya que éste a su vez había matado a un par de trabajadores. Algo cansado del asunto decidió buscar una nueva idea para su circo. Y por pura casualidad, un día ante sus ojos se cruzó el espectáculo que exhibía Reginald Sedgmore acompañado de su familia y una decena de inquietos ratones. Reginald era un comediante de origen galés que había emigrado a los Estados Unidos con intención de hacer algo de fortuna. Allí se había casado con una joven inmigrante polaca, con la que había tenido tres hijos.
Villaratón2
La familia Sedgmore había encontrado su manera de subsistencia, acoplando a la carreta con la que viajaban de ciudad en ciudad, una gran caja con un circuito, dispuesto para que los ratones corrieran de un lado a otro por una serie de rampas y ruedas. Con esa carreta Reginald y su familia se habían dedicado a recorrer de punta a punta la geografía norteamericana mostrando su pequeño espectáculo itinerante. Cuando Adam Forepaugh vio la exhibición, le propuso a Reginald Sedgmore asociarse con él, y una vez juntos, se trasladaron a Tallahassee, donde decidieron establecerse, montando allí su pequeño circo de ratones.

Una vez asentados en una granja, la familia Sedgmore se dedicó en cuerpo y alma a amaestrar a los pequeños ratones para que fueran capaces de realizar algún efectivo truco, intentando que los viajeros que pasaban por la carretera se desviasen hacia su granja. Poco a poco, el boca a boca hizo que el espectáculo se diera a conocer entre los turistas de los balnearios cercanos, dispuestos a pagar los 10 céntimos que costaba la entrada. Así, el dinero fue entrando y Adam Forepaugh que por su carácter decidido, era el que principalmente tomaba las decisiones empresariales y llevaba los asuntos económicos, no dudó en invertir el dinero para ampliar tanto las instalaciones, como el número de ratones que se intentaban amaestrar; subiendo también la dificultad de los números que se representaban. Adam Forepaugh, incluso no dudaba en viajar cuando alguien le decía que en algún lugar del mundo había algún ratón con habilidades especiales que él creyese que pudiese incorporar a su circo ratonil. Los periódicos bautizaron el espectáculo con el nombre de Mousetown Circus, que al final, debido al éxito popular que alcanzó esta designación, se acabó imponiendo como nombre real del espectáculo.

Villaratón3Uno de los primeros números en funcionar fue el del gato Mr Peebles que era capaz de subir y bajar por una escalera de mano; la dificultad del número se encontraba en que en cada escalón se colocaba un ratón que permanecía casi inmóvil ante los pasos del gato.

Otra actuación famosa era la que proporcionaban el doctor Bing –que era el propio Reginald- y la ratita Tatí. La función comenzaba cuando Reginald intentaba hacer un truco de magia escondiendo a la rata Tatí en un sombrero de copa y daba unos pases mágicos para hacerla desaparecer, pero esta en cambio nunca aparecía por donde el doctor Bing esperaba que apareciese, sino que en su lugar la rata emergía por los lugares más insospechados ante la carcajada del público.

El inolvidable número del señor Jingle, un ratón que atendía a órdenes humanas, y que tenía la sorprendente capacidad de entender las palabras que identificaban los tres colores básicos. Se le colocaba a un lado de un tablero y al otro se colocaban carretes de hilo de los distintos colores. Y tras la orden en la que se pronunciaban las palabras “Give me” seguidas del color deseado, el señor Jingle iba a donde se encontraba el carrete de hilo y con dos de sus patitas apoyadas, lo trasladaba de una a otra punta del tablero.

Villaratón4Otro de los números famosos fue el de la gran rata Jack, una rata gigante de Papua de más de medio metro de cuerpo y otro medio de cola, bautizada como la rata más grande del mundo, y que lo que es hacer, no hacía absolutamente nada, salvo gruñir, pero ese gesto ya era suficiente para asustar tanto a los niños, como a la mitad del público asistente.

También fueron reconocidas las famosas ratas funambulistas que recorrían un cable tensado de un extremo a otro, donde al final recibían como premio un pequeño trozo de queso por parte de alguno de los hijos de la familia Sedgmore (por aquella época Adam tambié había encontrado una mujer que se había incorporado a la familia del circo, pero nunca llegaron a tener descendencia).

Villaratón5Pero quizás los números que causaron mayor sensación, fue el de la pequeña familia Moss, unas ratas que eran de procedencia alemana, que habían sido amaestradas para ser capaz de subirse unas encima de otras y encima mirar al público esperando el consiguiente aplauso, para luego volver a buscar otra figura piramidal. Los cinco ratones que componían la familia Moss eran capaces de aguantarse sobre distintos objetos mientras se subían unos sobre otros. El súmmum ocurría cuando alguno de los hijos de los Sedgmore le hacía pasar un arito con forma de hula hoop a la rata que estaba en la cúspide de la figura.

Y por último, el fantástico número de la única rata trapecista del mundo, le petite flying rat, la pequeña e inigualable Lady Marion. Un número de miniacrobacia, tan extraordinario como singular; ¡la pequeña ratita amaestrada era capaz de balancearse subida a un trapecio! Villaratón6Y no conforme con esto, que antes de abandonar el trapecio se lanzaba a tocar el cielo; encorvaba su cuerpo cogiendo impulso con su cola, y hacía que éste girase en una doble voltereta sobre el aire, para luego aterrizar placidamente sobre el tablero de madera que quedaba bajo el trapecio. Para que el espectáculo fuese completo, sólo hubiese faltado que la pequeña Lady Marion se hubiese dirigido al público y con un gesto de complicidad hubiese pronunciado la palabra: ¡Tachán!

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domingo, diciembre 25, 2011

Bon Nadal!!

Ocurrió la víspera de la Navidad, el 24 de diciembre de 1914 cuando en plena guerra de trincheras entre británicos y alemanes. Desde la trinchera alemana comenzaron a cantar villancicos típicos alemanes, a los que los ingleses respondieron con sus correspondientes villancicos acompañados también del sonido de los instrumentos rudimentarios de los que con ingenio habían podido acopiarse. Fluyó entonces la comunicación desde ambas trincheras, y los deseos de “Feliz Navidad” se sucedieron (un fragmento de la película Christian Carion aquí). Un desconocido soldado surgió de una trinchera, y se acercó con un paquete de cigarrillos para regalárselos a los soldados de la trinchera enemiga. Ante este acto de extraordinaria generosidad, y tras comprender por un único instante lo absurdo de aquella guerra, ambos bandos declararon una espontánea tregua. Los soldados se acercaban a un punto intermedio de su línea de tiro, y se plantaban allí para darse un abrazo con cada uno de los enemigos, quienes horas antes habían intentado meterle un tiro entre ceja y ceja. En medio de aquella tierra de nadie, se intercambiaron whisky, chocolate o cigarrillos (narrado aquí por el controvertido Íker Jiménez aunque aquí, al lado de la historia, me parece bastante fiel a los hechos ocurridos).

Durante dos días allí no se mató a nadie, los soldados aprovecharon para enterrar a sus muertos, e incluso cuentan las crónicas que llegaron a jugar un partido de fútbol entre ambos bandos. Luego la tregua se rompería por mandato de los generales, que nunca comprendieron nada de lo que allí había ocurrido.

Personalmente no me gusta la Navidad y menos los villancicos, que más que alegres me parecen que tienen algo de decadentes y diabólicos (ver un montón de niños de voces aflautadas cantando consignas navideñas me produce cierto desasosiego). Prefiero mil vez más el verano. Donde va a parar, esto es mucho mejor:
Natalie
Esta foto cuyo fotógrafo desconozco también tiene algo de inquietante, Natalie Wood tumbada en bikini al lado de una piscina, repasando lo que parece un guión, con un ejército de peligrosos tigres peluche, acechándola. Bueno, indudablemente, este post va dedicado a mi Carmen que es como Natalie pero hablando en castizo -o catalán- y sobretodo hablando mucho más rápido que la actriz, y que durante estas fechas ya debe estar de los nervios preparando las comidas y cenas de Navidad familiares que se suceden, día sí, día no.

Y ya aprovecho, y bon Nadal a tothom!, conocidos y desconocidos, todo aquel navegante que arrime aquí su barco durante unos segundos es bienvenido.

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martes, diciembre 20, 2011

Cómo acabar de una vez por todas con la cultura

“Picasso era un hombre bajo que tenía un modo gracioso de caminar poniendo un pie delante del otro hasta que daba lo que él denominaba "un paso". Nos reímos de sus deliciosas ideas, pero a fines de 1930, con el fascismo en alza, había muy pocas cosas de qué reírse. Tanto Gertrude Stein como yo examinamos con meticulosidad las últimas obras de Picasso, y Gertrude Stein opinó que "el arte, todo el arte, es simplemente la expresión de algo". Picasso no estuvo de acuerdo y dijo: "Déjame en paz. Estoy comiendo". Mi opinión fue que Picasso tenía razón: estaba comiendo.”

Memorias de los años veinte –Woody Allen-

(del libro Cómo acabar de una vez por todas con la cultura)

Picasso comiendo

Lo he dicho en muchos posts: me gustan las películas de Woody Allen, porque en sus guiones me suelo encontrar un chiste detrás de otro, y yo que soy de risa fácil, pues acabo cayendo en el gag. Generalmente, lo que más me entusiasma de una película es que tenga un guión ingenioso, más que cualquier otra cosa. En el relato Memorias de los años veinte, Woody Allen hace un juego literario con personajes de la bohemia de París. Ahí aparence Hemingway, Gertrude Stein, Picasso, Dalí, o los Fitzerald . Este relato en cierta manera es el precedente de la película Medianoche en París.

Esta pintada la he sacado de internet y se vé que estaba en la pared de enfrente del Museo Picasso de Málaga. También tiene su qué.

Picasso Graffiti

Hombre... pasar no pasa nada. Lo único que un poco de cultura nunca viene mal.

PD. Lucía Etxevarría (el gran tema en el día de hoy) afirma la tesis que la piratería también acabará con la producción cultural. Bueno, lo que ha dicho exactamente es: "dado que he comprobado hoy que se han descargado más copias ilegales de mi novela que copias han sido compradas, anuncio oficialmente que no voy a volver a publicar libros en una temporada muy larga”. Esta mujer parece que esté deseando que la comunidad internauta la ponga a parir. Encima, con las demandas que arrastra por plagios... Mira Lucía, que mucha gente se va a hacer ilusiones, esperando que tu comentario sea vinculante.

Luego encima declara que el libro se vende por unos veinte euros de los que ella sólo recibe entre 2 y 3 euros por cada venta. A los que luego tiene que descontar el dinero de su agente, el dinero de hacienda y el gestor.

¿Señorita Etxevarría no se da cuenta donde radica gran parte del problema? Si con la piratería se dinamita parte de esta arcaica estructura cultural ¡Bienvenida sea!

Cito a Hernán Casciari en una entrevista que salía hace unos días en La Contra de La Vanguardia. El gordo Casciari para estas cosas de internet, es una de esas voces que vale la pena oír.

Entrevistador: ¡Alcanzaba su sueño de escritor!
Casciari: La verdad es que sí, porque me contrataron como columnista en prensa y un editor me publicó como libro Más respeto, que soy tu madre. Le exigí dejar el texto gratis, en internet, eso sí.

E: ¿No perjudica eso a las ventas del libro?
C: No, quien se ha encariñado con algo en internet querrá poseerlo en forma de libro, querrá el objeto para poder hojearlo, releerlo, llevárselo al váter, al tren, regalarlo...

E:¿Los soportes no restan?
C: Al contrario. El problema es otro: ¡Los intermediarios! Descubrí que mi editor me engañaba, supe que los editores estafan a los autores: te prometen el 10% de las ventas, pero imprimen y venden más ejemplares de los que te confiesan y no te pagan tu parte.

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lunes, diciembre 19, 2011

Breve historia de un hombre (o sólo un nombre y una hermosa mujer).

Mi querida Begoña lleva unos cuantos días caminando por la gran manzana neoyorquina ¡que jodía! Sepan que nuestra tierna adolescencia y en múltiples cartas viajeras que esperábamos impacientemente en nuestros buzones, ella era “Valladolid” tal como yo era “Barcelona”. Adolescencia de tiernos recuerdos. Y al final mira tú por donde, yo acabé siendo “Vigo”. Bueno la realidad es que no fue ningún capricho del destino, sino que fue un acto premeditado por mi parte. Por una simple razón: ella en una fase de su vida pasó por allí, y yo con mi alter ego cibernético quise hacerle un homenaje (como este que le hago ahora).

Luego ya se pueden imaginar lo que pasó, que ese pseudónimo que significaba bastante poco, acabó ganando fuerza en la red, tanto, que en algunas amistades caló lo suficiente para que hoy en día mucha gente siga utilizando “Vigo” antes de llamarme por mi nombre verdadero (que si no lo saben y tienen curiosidad sólo tienen que mirar el correo que hay en el lateral). Lo de ponerse un “nick” no es un acto del todo inocente. Uno luego tendrá que responder ante personas muy distintas y tendrá que justificarlo una y otra vez. No se pueden imaginar las veces que yo he tenido que responder a la pregunta de si era de Vigo, o si conocía esa ciudad, o si al menos era del Celta de Vigo. Las respuestas son: no, no y no (y lo certifico). Vale sí, soy un pequeño fraude.

Incluso como tengo muchos vínculos con gente latinoamericana, y como muchos de ellos utilizan el término “gallego” para referirse a los españoles, yo soy el gallego por antonomasia (por lo que también respondo al nombre de “Gallego” para algún argentino). ¡Pero no me miren como un impostor! En estos últimos años, he intentado hacer mi propio curso de galaico-inmersión: conozco la poesía de Alvaro Cunqueiro, me gusta el pulpo a feira acompañado de un buen ribeiro, e incluso tras el consumo de una cantidad no demasiado exagerada de alcohol, me veo capacitado para entonar alguna estrofa del Adiós, ríos; adiós, fontes de Rosalía de Castro.

Como en la película Zelig de Woody Allen, el buen impostor es el que se camufla entre sus adversarios. Y como he llegado a Woody Allen y tiro por qué me toca, vuelvo a la gran Nueva York y a mi amiga Begoña. ¡Qué incluso ha estado en la Morgan library! (biblioteca que tiene un maravilloso fondo de libros extraños). Me hubiera encantado estar con ella por allí y ver también el Dakota, el MOMA y el Guggenheim neoyorquino. Éste maravilloso amanecer lo ha fotografiado desde la habitación de su hotel.
Nueva York
Me quedo sin palabras.

Y yo por el contrario tuve un fin de semana agobiante, en el que le di tantas vueltas a la cabeza que ahora me parece a punto de explotar, y me sale la mala leche por las orejas (así que vigilen si ponen cualquier comentario). Y como estoy con el pensamiento en Nueva York por mi amiga, y además mi estado de animo está en plan “destroyer” que diría esa gran cinéfila que es Sílvia –que si lee esto y ve el video, me temo que con tanta distorsión guitarrera ¡puro noise! me lanzará otro zueco-. Aquí les presento a esa gran artista transgresiva y underground que es y fue Lydia Lunch, cantando en el grupo Teenage Jesus and The Jerks (la traducción creo que sería: el joven Jesús y los idiotas que me imagino y no hay que suponer mucho, que es una referencia a Jesús y sus apóstoles). Lydia Lunch fue una pieza clave en el punk-rock; formó parte de un movimiento neoyorquino que se llamó el No wave (de corte nihilista y con grandes carencias en la visión de futuro). La canción del video es Orphans y por la letra me imagino que es una referencia a esos huérfanos que quedan tras las guerras, y que corren llenos de pánico cuando explota una bomba (por esta y otras muchas razones las guerras son siempre una mierda). Pero si tienen rabia, esta podría ser su canción.



Orphans –Lydia Lunch (Teenage Jesus and The Jerks).

Mi amiga Bego siempre tenía mucha rabia, y yo en cambio era el tranquilo de los dos. Pero quizás con el tiempo -como sucedió con el nick- hayamos cambiado de roles. Ella para mí siempre fue también: “Mas que amor, frenesí”. Ahora con los años, creo que ahora soy yo el más rabioso y a ella la veo por el contrario más tranquila. Las vueltas que da la vida.

Un gran beso Valladolid, and happy return to your house.

PD. Creo que se acerca fin de año, y me entra una especie de saúdade, porque no paro de rendir homenajes a muchas de las personas que han sido importantes en mi vida. Disculpen tanto sentimentalismo, pero…

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martes, diciembre 13, 2011

La biblioteca del infierno

Hace ya unos cuantos años hablando con Gálvez –el hombre de la montaña- tuve una divertida conversación que voy a intentar plasmar aquí. Discutíamos sobre la presencia de unos adverbios en un texto suyo. Creo que más o menos fue así:

- V: Yo no hubiera puesto esos adverbios. Cuando escribo prefiero evitar las palabras que acaban en “mente”, son largas, esdrújulas y me parecen feas.
- G: Pues yo no tengo ningún problema en colocarlos (Gálvez en realidad me diría alguna genialidad pero ahora no recuerdo).
-V: Stephen King dice que de “adverbios está empedrado el infierno".
-G: Ya, y de buenas intenciones….
-V: Pues igual acabas allí de bibliotecario. Total sería cambiar la nieve por el fuego.
-G: Sería feliz allí. Si pudiera disponer de eterna lectura. Vamos, daría mi alma ahora mismo. Además, seguro que por allí habría buenos libros.
(Buscando algún nuevo tipo de castigo para sus adverbios que lo conmoviese)
V: Bueno, pero tendrías que alimentar el fuego, y cada día estarías obligado a arrancar hojas de los libros y echarlas a las calderas de Botero.
G: No creo que me faltasen candidatos –respondió Gálvez con sorna-.


Investigando, he visto que en algunos círculos bibliotecarios es de uso común el término de Infierno para determinar una sección antigua de algunas bibliotecas, donde el público no tenía acceso y donde se guardaban los libros censurados. Fondos bibliotecarios cuyos libros que allí se escondían se consideraban de lectura perniciosa. La mayoría de ejemplares de aquellas secciones estaban allí por el delito de ser libros de alto voltaje erótico. Hoy en día casi todas estas censuras nos parecen un poco obsoletas (Basta mirar los títulos que se encuadraban en el Index librorum prohibitorum de la Iglesia Católica), aunque por supuesto aún tenemos dudas morales en ciertos casos, como puede ser la presencia en bibliotecas de ciertos libros que creemos que pueden inducir al odio o a la violencia, como podría ser por ejemplo el Mein Kampf de Hitler, o también nos preguntamos si es bueno que libros con un alto contenido erótico puedan ponerse en un lugar fácilmente accesible a los menores de edad.

Sin embargo, internet en este sentido para bien o para mal sigue rompiendo barreras y cada vez es más fácil seguir aquella máxima de Mateo de "Buscad y hallaréis".

sex David Hamilton

La primera foto es del graffiti de un lavabo hecha por Joey de Villa. Total, yo seguía un post que siguiese la secuencia del amor y el infierno. Al final encontré el término “sexo” que me pareció una buena respuesta para ambos conceptos. El sexo como una zona que quedara equidistante, y a la vez con la intensidad y la contundencia que implica la simple idea de esta palabra. Con el sexo el concepto del tiempo se vuelve más intenso. No hay mañana. Solo importa el hoy y eso me gusta. Además, creo que a los Beatles les habría hecho gracia esta vuelta de tuerca a su canción.

La segunda foto es del fotógrafo David Hamilton, que si me tiran de la lengua yo diría que tiene algo de viejo verde, porque con casi ochenta años y el hombre lleva toda su vida capturando a jóvenes lolitas con el clic de su cámara. Pero como por un fetichismo u otro todos vamos de aquí directos al infierno, me parece totalmente apropiada para completar el post. ¡A la vez que muy vistosa! ¿No hay un emoticon para hacer que se te cae la baba?xD

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sábado, diciembre 10, 2011

Del amor y otros infiernos

Juliana sabe algunas cosillas que yo no recuerdo, por eso siempre que dudo me encanta preguntarle a Juliana y sólo me queda esperar a que me de sus inspiradas respuestas –como ya he contado alguna vez por aquí Juliana es el archivo central de mi ordenador. El corazón que late dentro del hardware de mi portátil. Juliana y yo nos llevamos bastante bien. Juliana en cierta manera es parte de mí.

Le pregunto: ¿Háblame de la Katábasis griega? A Juliana se le iluminan los ojitos; hace bip bip y comienza a darme respuestas y referencias. No es tan poderoso como el omnipotente Google, pero Juliana nunca defrauda.

La katábasis o catábasis es a grandes un descenso a los infiernos; bajar al inframundo (aunque el concepto es tan amplio que a veces poéticamente puede referirse a interpretaciones que van desde un simple atardecer, hasta sencillamente el descenso de una montaña). A la katábasis le sigue normalmente una estado de anábasis, que viene a ser la ascensión después de haber estado en los infiernos; la resurrección que viene después de haber visitado el reino de los muertos (Jenofonte tituló así su narración más famosa, en la que se explica la travesía de regreso a casa del ejército derrotado de Ciro el Joven después de combatir contra su hermano).

Véamos algunos ejemplos sobre la katábasis: la esposa de Orfeo, Eurídice muere tras ser mordida por una serpiente. Orfeo que era especialista en tocar la lira, comienza a tocar canciones tan tristes que todos los dioses que le oyen, lloran hasta el punto que conmovidos le dejan bajar a los infiernos gobernados por el Dios Hades para rescatar a Eurídice, y sólo le ponen una condición, que una vez la haya rescatado, él deberá caminar delante de ella, y no podrá mirar hacia atrás hasta que hayan vuelto al mundo superior. Pero Orfeo acaba mirando hacia atrás para comprobar si de verdad Eurídice le está siguiendo, y al hacerlo, Eurídice desaparece para volver al reino de Hades (es fácil encontrar semejanzas de este mito con el de Adán y Eva y aún más con la historia de Lot y su mujer Edith que acaba convirtiéndose en estatua de sal, cuando mira hacia atrás mientras Sodoma y Gomorra son destruidas).

InfiernoEn realidad estas historias son comunes en muchas religiones o mitologías, Juliana por ejemplo me da varias respuestas, y entre las distintas opciones que me ofrece elijo la hermosa historia japonesa de Izanagi, un dios japonés que tras morir su esposa mientras daba luz, hizo también este viaje al inframundo para rescatarla. Aquí también ocurre que Izanagui comete el error de mirar antes de tiempo a su mujer, y ella aún conserva un estado monstruoso debido a su presencia en los infiernos. En este caso es la esposa la que se enfurece tanto que acaba persiguiendo a Izanagui con la intención de matarlo.

A todo esto me pregunto: ¿bajaría yo ahora a los infiernos por una mujer? ¿Qué sería capaz de hacer yo si estuviera enamorado? Prometer la luna me parecería un exceso, y además no creo que pudiera. ¿Qué puedo decir? A veces pienso que poco más he hecho por una mujer que darle la sorpresa de una cena romántica. En general sé muy poco del amor. Tengo una excusa, como tantas otras para cubrir mis defectos. Creo que sé poco del amor y sé más de los demonios –como me recordó Ana que como los dioses griegos también tiene alitas en su espalda-, porque cuando era muy joven quise bajar varias veces a los infiernos. Y duele. Duele mucho.

El argentino Frank Chiaravalloti me hablaba hace unas semanas de la historia del Palacio Barolo en Buenos Aires, el cual es un rascacielos que fue construido con el propósito de albergar las cenizas de Dante –que al final no se llevaron-. El edificio representa el camino que se produce en la Divina Comedia, desde el descenso a los infiernos que son la planta baja, hasta el cielo en cuya cúpula del rascacielos hay un faro que representa a Dios. Debe ser cómico subir en uno de sus ascensores, y saber por ejemplo que te estás bajando en el purgatorio…

Valdría la pena detenerse un poco más en la historia del Palacio Barolo, pero este post ya se ha hecho muy largo, y lo que falta por contar es mejor colocarlo junto a ese lugar donde van las oscuras golondrinas, y donde mira tú por dónde, también están esos besos de la tumba de Oscar Wilde.

Nota: la imagen creo que la saqué del blog de Juan Miguel Contreras, al cual me une un hilo especial. Y si no la saqué de allí, da igual, sea entonces esta nota una simple excusa para saludarlo.

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viernes, diciembre 02, 2011

Permiso, avanti.

¿Qué es un beso? Si se lo preguntaran a un poeta romántico como Gustavo Adolfo Bécquer diría por analogía que es más que un mundo y más que un cielo (yo no sé que te diera por un beso). Por el contrario, si la pregunta se le hace al más absoluto racionalista quizá respondería lo que responde el catedrático de filosofía Alain Montadon en su ensayo “El beso”, un beso son: 17 músculos de cada lengua en movimiento, ¡pero no sólo eso!, sino que también son 9 miligramos de agua, 0.18 de sustancias orgánicas, 0.7 de materias grasas, 0.45 de sal y centenares de bacterias y millones de gérmenes que se consumen o se intercambian en cada beso (francamente esta descripción no me suena demasiado convincente, porque tengo serias dudas del frikianalista que ha calculado tal despilfarro de material humano, ¡y además! Este cálculo… ¿lo dividimos por dos? ¿o ya viene individualizado?)

Los italianos tienen un dicho bastante ingenioso I baci sono propio come le ciliegie, uno tira l'altro, que viene a decir que un beso es como cuando se comen cerezas, que tras comer una, ya luego no se puede evitar ir hacia la siguiente. Pero no se piensen que todo es tan fácil, en realidad, en cuestión de besos hay un relativismo cultural bastante curioso; las mismas italianas no son muy dadas a los besos en público, tal vez por su marcada tradición católica, pero la cuestión es que lo que aquí se denomina como “robar un beso”, allí puede interpretarse como un fuerte altercado contra el honor de cualquier joven ragazza. Y si estás en la italia profunda no te extrañe, que acabes frente al altar con el cañón de una escopeta apuntándote a tu espalda (bueno quizás esto era hace cincuenta años pero quien avisa no es “traditore”). Siempre he pensado que esta es la explicación por la que los italianos vienen aquí y son tan pesados con nuestras compatriotas españolas, y es porque los bambinos ya vienen muy entrenados de Italia; así que vienen dispuestos a vencer aunque sea por cansancio toda resistencia femenina que puedan encontrarse frente a un beso no demasiado buscado. También me imagino que esta especie de represión católica que hay frente a lo sexual –de la que España también se ha llevado su parte de penitencia- es la que luego hace que afloren por esas tierras al pie de los apeninos –donde vive nuestro amigo Marco- personajes tan conquistadores como el propio Casanova.
Kiss
Sepan las mujeres que en otros países hay jurisprudencia al respecto que las beneficia. Está documentado que en Inglaterra en el año 1837 un tal Thomas Saverland intentó besar a una tal Caroline Newton. Y esta al rechazarle, no le bastó con realizar lo que aquí denominaríamos como “hacer una cobra”, sino que de propina la señorita Newton ni corta ni perezosa le mordió la nariz, causándole tal daño, que le arrancó con su salvaje bocado una parte del apéndice nasal de Mr Saverland. Por tal agresión el señor Saverland la llevó a juicio, sin embargo, la sentencia falló a favor de la mujer, y consideró que cuando un hombre besa a una mujer en contra de su voluntad, ella tiene pleno derecho a morderle la nariz. Pero por favor, aquí hago un poco de corporativismo masculino y me dirijo al sector femenino: si esto ocurre, no creo que haga falta arrancarle a uno la nariz, un simple empujón y unas palabras con las que quede claro que ustedes se muestran ofendidas ya creo que debería ser suficiente castigo y vergüenza el dañado orgullo masculino, que ve frustrada su osadía. Yo por eso siempre suelo pedir permiso para dar un primer beso (sic.). Si ya sé que es un poco triste… lo sé. Pero también da para conversaciones idiotas y unas cuantas risas, y de esas sé un rato.

Volviendo a los italianos, y ahora a los besos protocolarios, no sé si alguna vez les han presentado alguien italiano, pero ocurren confusiones parecidas a cuando uno trabaja en una empresa y le presentan una mujer de otra empresa, y entonces uno duda en si darle un leve apretón de manos, o darle directamente un par de besos en las mejillas. A mi me ha pasado un par de veces, y sospecho que ante mi titubeo inicial debo haber quedado como un idiota, pero como consuelo, siempre queda esa coletilla de decir que de las circunstancias se aprende. A día de hoy, optaría por dar casi siempre la mano, salvo si es de un rango menor y además es joven, en este caso, también creo quedas bien con un par de besos, pero en cambio si es de un rango superior o igual, entonces ¡arrea! un apretón de manos y va que chuta, y te ahorras así complicarte la vida. Pues bien, como iba diciendo, los italianos no son muy dados a los besos protocolarios especialmente cuando no hay confianza, por lo que cuando te presentan una mujer, lo normal para ellas es sencillamente ofrecer la mano, así que imagínense también la cara de idiota que se le pone a uno, cuando después que oír el nombre correspondiente, alargas el cuello para darle un par de besos, y te encuentra por respuesta la cara sorprendida y asustada de la italiana que muestra una mano tímida extendida hacia tí.

¡Y basta ya por hoy! En realidad quería hablar de la tumba de Oscar Wilde y las marcas de carmín que dejan las mujeres en su tumba, ya que han puesto un vidrio para evitar que se manche la lápida, pero me enrollo y me enrollo, y después ya saben, reconducir esto es imposible. Tal vez en el próximo post.

Ahora sólo me despido con un pequeño sorbo de mi querida lola para que ustedes que no la conocen ni saben quién es, sepan que en un rincón de España hay una chica hermosa que a veces me habla de la huella de los besos. Se acercan las navidades, y por estas fechas, siempre me acuerdo de ella:

“Estoy aquí en mi ventana, ya sabe que la ola de frío siberiano nos acecha, así que voy a procurar no salir mucho, no acercarme demasiado a los cristales, no perder tanto el tiempo. Y sin embargo hace una hora que lo pierdo buscando otro poema... Sabe que no podía dejar en el aire esta respuesta, sabe que el olvido no me gusta nada, que no puedo dejar que se escurra la huella de los besos...”

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