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Pequeños retales de literatura

sábado, octubre 29, 2016

El ictus y la historia de Isabel

Hacía meses que no volvía por aquí, nunca tengo tiempo, y sin embargo llevo unos días en que he perdido el concepto del tiempo. Tal vez atrapado en el aquí y ahora como les gusta expresar a los filósofos orientales. La vida son altibajos, en los que te pones triste cuando las circunstancias te golpean y de ahí solo se sale amaneciendo un día con una enorme sonrisa en los labios. Unos días de tristeza, que se curan siempre al encontrar la pureza de algunos sentimientos. Ahora vuelvo a encontrar sensaciones y tal como un cerdo, me apetece revolcarme en el fango de mis palabras.

Hoy se ha dado la coincidencia de que quiero desbordar mi alegría, elevarla en grado, a la vez que es el Día Mundial del Ictus, y hay una chica a la que hace tiempo le quería rendir un pequeño homenaje, un camino empedrado de palabras, que como baldosas amarillas le guiaran hacia mi mundo de cariño y fantasía.

Se llama Isabel Palomeque, y detrás de ella hay una historia de superación muy especial. Hace más de diez años en un día cualquiera mientras disfrutaba junto sus compañeros de una cena de trabajo entre enfermeros, sufrió un dolor intenso en la cabeza, que le provocó la pérdida de conocimiento. Para entonces su vida había cambiado completamente. Despertó en la cama de un hospital sin poder hablar y sin apenas poder moverse (estamos acostumbrados a oír hablar de ataques al corazón, pero sin embargo hay un poco más de desconocimiento de lo que significa sufrir un ataque cerebrovascular; la segunda causa de muerte de España).

Isabel sufrió un ictus, que la llevó a las puertas de la muerte, y aunque el destino quiso que no las atravesase, si que la dejó estancada en un mundo de tinieblas. Los médicos no daban muchas esperanzas por ella y al principio creyeron que era un caso irreversible, donde ella siempre tendría que depender para cualquier cosa de los demás; atrapada en un estado de discapacidad tanto física como mental, de forma permanente. Como si de golpe, a cualquiera de nosotros tranquilos en nuestras plácidas vidas, nos colocasen en el tobillo un grillete con una pesada bola, y nos dijesen: ahora tendrás que arrastrarla toda tu vida.

A Isabel, que hasta entonces había sido enfermera, le pasó un poco como sucede en la película El doctor de la directora Randa Haines, donde a un médico le diagnostican un cáncer y de repente pasa al otro lado del telón, y en un cambio de roles el médico se transforma en paciente. Y una vez reconvertido en el papel de sufriente, le toca aguantar la deshumanización de todo el protocolario sistema médico.

Fue gracias al tesón de su familia, al apoyo de algunos amigos que no se difuminaron con la desgracia, y a su coraje personal, que Isabel comenzó una lucha para su recuperación acudiendo a centros más especializados en la rehabilitación. Y allí con cada batalla personal que le ganaba a su cuerpo, Isabel fue descubriendo que aparecía una brillante luz al final del túnel distinta a la anterior que casi le había arrastrado a la muerte. Una luz que le indicaba que podía volver a tener ganas de vivir, y seguir sintiéndose útil hacia el resto de la sociedad. Una nueva actitud ante la vida que más que condenarla, le había dado una nueva oportunidad. Y se dió cuenta, como a ella le gusta decir: “que el espectáculo debía continuar”.

Todo esto lo cuenta en su libro Alta Sensibilidad, uno de esos libros testimoniales que seguramente habrá servido para ayudar a otras personas que han sido aquejadas por ésta u otras enfermedades, donde el paciente pierde la esperanza.

Pero esta historia más que un final tiene en este punto un nuevo principio, y además lleno de hermosura. Un día Isabel se apuntó a un taller de danza integrada que se impartía en el centro de rehabilitación al que acudía, unos talleres de danza que dirigía el coreógrafo Jordi Cortés.

Al poco tiempo Isabel se había incorporado a la compañía de Jordi realizando el espectáculo V.I.T.R.I.O.L. Había comenzado una nueva Isabel Palomeque en la que se primaba desbordar la sensibilidad a través del movimiento.



Una historia que te toca el corazón, sin final aún, porque todo en la vida siempre es un comienzo.

Al final del video Isabel explica como solo puede mover una de sus dos manos, pero riéndose, dice que la otra que le queda: ¡como la mueve! Y con esto me viene ahora a la mente aquella canción cantaba el loco más loco del Clot, que decía aquello de: “no la compadezcas nunca, no se vaya a enterar” je,je.

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