La Librería

Pequeños retales de literatura

viernes, enero 28, 2005

Bibliotecarios con exceso de celo

Imaginemos la siguente escena, una persona llega a una pequeña librería que se encuentra en liquidación. Lleva en su bolsillo el dinero suficiente para efectuar unas cuantas compras. La librería esta abarrotada, dato generalmente inhabitual en el templo de los mercaderes del libro. Con paciencia y a fuerza de ir avanzando poco a poco, el futuro comprador consigue hacerse un pequeño espacio que le lleva frente a los anaqueles. Entonces comienza a ojear con devoción, uno por uno, los lomos que asoman ligeramente de los estantes. Su dedo índice, acaricia suavemente la encuadernación de cada ejemplar, y va -como si estuviera pasando lista- saltando de libro en libro. A medida que ese dedo se desliza, el buen lector va descubriendo los títulos de aquellos ejemplares que algún día desearía que formaran parte de su biblioteca personal. De repente, su manos cogen un libro que por alguna razón ha conseguido acaparar su atención. Sólo hay un ejemplar. Ojea el precio de la etiqueta pegada en la contratapa, y este le parece entre aceptable y razonable. Entonces viene la decisión que resultará trascendente a efectos de su futura comodidad ¿deberá cargar con ese ejemplar? O por el contrario, ¿deberá abandonarlo a su suerte mientras continúa su exploración literaria con la posibilidad que el ejemplar se acabe esfumando? ¿A caso no encontrará otras piezas bibliotecarias de mayor importancia que descarten esa primera elección? ¿A caso no aparecerá entre la caterva de lectores algún otro gourmet literario de parecido gusto? Algunas personas lo cogerán por aquello de pájaro en mano; otros más confiados esperarán hasta el final para comprarlo; un tercer grupo tendrá un comportamiento más ladino, y se dedicará a esconder el ejemplar en un puesto distinto al que le correspondía.
Pues bien, a este tercer grupo era donde pretendía llegar. Este colectivo en realidad correspondería a lo que podríamos llamar “los revolvedores crónicos”, y son sufridos, tanto por libreros como por bibliotecarios. Una plaga que se ha de vigilar igual que se combate la Lepisma saccharina, (los pececillos de plata que se ocultan en la humedad de los papeles viejos). El comportamiento de estos irresponsables lectores provoca que algunos libros desaparezcan perdidos en el limbo de los libros, y como mal menor, que en algún otro caso algún afortunado, se lleve una sorpresa al encontrar un libro preciado explorando los más insospechados rincones.
Ahora ricemos un poco más el rizo, e imaginemos algún biblioteca, donde fuera el propio bibliotecario el causante del desvarío ordenatorio, y en donde en consecuencia, fuese casi imposible localizar cualquier libro. Pues bien esto ocurre precisamente al comienzo del libro de Anatole France, La rebelión de los ángeles (1914), donde el Sr. Sariette, France -La rebelión de los ángeles- es el encargado de conservar la biblioteca de la familia Esparvieu, una biblioteca dedicada a la religión, la ciencia y la filosofía, que tiene la bagatela de contar con más de tres cientos sesenta mil volúmenes. Anatole France cuenta como el Sr. Sariette, celoso de los libros que custodia, llega a inventar una irreal clasificación criptográfica, para que nadie más que él, pueda tener acceso a los volúmenes. El problema le llegará cuando un ángel burlón comienza a desordenar su ya de por sí imposible biblioteca. Y este enredo bibliotecario, será el principio de una nueva rebelión luciferina, que se encargará de buscar adeptos entre los desarraigados de París.
Pero volviendo al tema que nos ocupaba, otro caso de bibliotecarios demasiado escrupulosos de su trabajo, nos lo propone el escritor y profesor de semiología Umberto Eco, que desde que escribió El nombre de la rosa, se ganó ya una mención especial por parte de los que amamos los libros. Escribió también un pequeño e irónico panfleto que tituló con el nombre de Decálogo de las bibliotecas, donde da algunas recomendaciones para la conservación de los libros. La lógica que nos presenta bajo sus líneas es abrumadora; puesto que la finalidad del bibliotecario es cuidar que los libros no resulten dañados: la forma más efectiva para ello, será evitar que el posible lector tenga acceso a esos libros. Las tretas que se barajan son múltiples, desde múltiples catálogos ordenados bajo los más caprichosos criterios del bibliotecario, hasta llegar a poner el máximo de trabas logísticas para cada consulta. La última norma que nos propone, creo que al menos, gozaría del beneplácito de los bibliotecarios menos trabajadores:
NORMA ADICIONAL
“El objetivo primordial es conseguir que la biblioteca permanezca completamente cerrada la mayor parte del año por orden gubernativa".
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lunes, enero 24, 2005

Las imágenes acompañan a Benedetti

Esto de la informática es un mundo misterioso, ahora parece que si me deja postear imágenes. Gracias amigo, ha sido todo un detalle por tu parte; a partir de ahora te propongo que tu hagas lo que yo te pida, y yo dejaré de aporrear los botones de tu teclado. Incluso estoy dispuesto a firmar un armisticio, por el cual me comprometa a dirigir mi registro de improperios únicamente contra tus congéneres rebeldes...

EL NIÑO CINCO MIL MILLONES
Mario Benedetti

"En un día del año 1987 nació el niño Cinco Mil Millones. Vino sin etiqueta, así que podía negro, blanco, amarillo, etc. Muchos paí-ses, en ese día, eligieron al azar un niño Cinco Mil Millones para homenajearlo y hasta para filmarlo y grabar su primer llanto.

Anne Geddes -Niños-

Sin embargo, el verdadero niño Cinco Mil Millones no fue homenajeado ni filmado ni acaso tuvo energías para su primer llanto. Mucho antes de nacer ya tenía hambre. Un hambre atroz. Un hambre vieja. Cuando por fin movió sus dedos, éstos tocaron la tierra seca. Cuarteada y seca. Tierra con grietas y esqueletos de perros o de camellos o de vacas. También con el esqueleto del niño número 4 999 999 999.

Anne Geddes -Niños2-

El verdadero niño Cinco Mil Millones tenía hambre y sed, pero su madre tenía más hambre y más sed y sus pechos oscuros eran como tierra exhausta. Junto a ella, el abuelo del niño tenía hambre y sed más antiguas aún y ya no encontraba en sí mismo ganas de pensar o de creer. Una semana después, el niño Cinco Mil Millones era un minúsculo esqueleto y en consecuencia disminuyó en algo el horrible riesgo de que el planeta llegara a estar superpoblado."

** Más información sobre Anne Geddes

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Carta de La Maga a Rocamadour

Llevo unos días actualizando el look de este blog. Viendo el resultado, la verdad es que estoy muy satisfecho, ¡si hasta parece que llevara tiempo en esto! Pero una vez recuperado de esta euforia informática (toda la vida uno pensando que el ordenador y yo éramos como el perro y el gato y al final resultará que no es pa tanto).
De todas maneras hoy quería postear algo, porque hoy necesito rasgar corazones. Decía Kafka que los libros debían ser como el hacha que se enfrenta ante un mar congelado que cada uno lleva en su interior. Entonces lo que propongo es que seamos apasionados, y para ello que mejor que jugar a la Rayuela junto a La Maga.
Vaya!! Intento colgar unas imágenes y lo único que consigo son recuadros con aspas rojas (todo no podía ser tan idílico). Veo que por internet deambulan otros cuantos como yo. Bienvenido al Club. Mientras no lo solucione, probaré otro sistema.

La carta de La Maga a Rocamadour (Rayuela, Cap. 32).
Julio Cortázar

Rocamadour, ya sé que es como un espejo. Estás durmiendo o mirándote los pies. Yo aquí sostengo un espejo y creo que sos vos. Pero no lo creo, te escribo porque no sabes leer. Si supieras no te escribiría o te escribiría cosas importantes. Alguna vez tendré que escribirte que te portes bien o que te abrigues. Parece increíble que alguna vez, Rocamadour. Ahora solamente te escribo en el espejo, de vez en cuando tengo que secarme el dedo porque se moja de lágrimas. ¿ Por qué, Rocamadour ? No estoy triste, tu mamá es una pavota, se me fue al fuego el borsch que había hecho para Horacio; vos sabés quién es Horacio, Rocamadour, el señor que el domingo te llevó el conejito de terciopelo y que se aburría mucho porque vos y yo nos estábamos diciendo tantas cosas y él quería volver a París; entonces te pusiste a llorar y él te mostró como el conejito movía las orejas; en ese momento estaba hermoso, quiero decir Horacio, algún día comprenderás, Rocamadour.

Rocamadour, es idiota llorar así porque el borsch se ha ido al fuego. La pieza está llena de remolacha, Rocamadour, te divertirías si vieras los pedazos de remolacha y la crema, todo tirado por el suelo. Menos mal que cuando venga Horacio ya habré limpiado, pero primero tenía que escribirte, llorar así es tonto, las cacerolas se ponen blandas, se ven como halos en los vidrios de la ventana, y ya no se oye cantar a la chica del piso de arriba que canta todo el día Les amants du Havre. Cuando estemos juntos te lo contaré, verás. Puisque la terre est ronde, mon amour t'en fais pas, mon amour, t'en fais pas... Horacio la silba de noche cuando escribe o dibuja. A ti te gustaría, Rocamadour. A vos te gustaría, Horacio se pone furioso porque me gusta hablar de tú como Perico, pero en el Uruguay es distinto. Perico es el señor que no te llevó nada el otro día pero que hablaba tanto de los niños y la alimentación. Sabe muchas cosas, un día le tendrás mucho respeto, Rocamadour, y serás un tonto si le tienes respeto. Si le tenés, si le tenés respeto, Rocamadour.

Rocamadour, madame Irène no está contenta de que seas tan lindo, tan alegre, tan llorón y gritón y meón. Ella dice que todo está muy bien y que eres un niño encantador, pero mientras habla esconde las manos en los bolsillos del delantal como hacen algunos animales malignos, Rocamadour, y eso me da miedo. Cuando se lo dije a Horacio, se reía mucho, pero no se da cuenta de que yo lo siento, y que aunque no haya ningún animal maligno que esconde las manos, yo siento, no sé lo que siento, no lo puedo explicar. Rocamadour, si en tus ojitos pudiera leer lo que te ha pasado en esos quince días, momento por momento. Me parece que voy a buscar otra nourrice aunque Horacio se ponga furioso y diga, pero a ti no te interesa lo que él dice de mí. Otra nourrice que hable menos, no importa si dice que eres malo o que lloras de noche o que no quieres comer, no importa si cuando me lo dice yo siento que no es maligna, que me está diciendo algo que no puede dañarte. Todo es tan raro, Rocamadour, por ejemplo me gusta decir tu nombre y escribirlo, cada vez me parece que te toco la punta de la nariz y que te reís, en cambio madame Irène no te llama nunca por tu nombre, dice l'enfant, fíjate, ni siquiera dice le gosse, dice l'enfant, es como si se pusiera guantes de goma para hablar, a lo mejor los tiene puestos y por eso mete las manos en los bolsillos y dice que sos tan bueno y tan bonito.
Hay una cosa que se llama tiempo, Rocamadour, es como un bicho que anda y anda. No te puedo explicar porque eres tan chico, pero quiero decir que Horacio llegará en seguida. ¿ Le dejo leer mi carta para que él también te diga alguna cosa ? No, yo tampoco querría que nadie leyera una carta que es solamente para mí. Un gran secreto entre los dos, Rocamadour. Ya no lloro más, estoy contenta, pero es tan difícil entender las cosas, necesito tanto tiempo para entender un poco eso que Horacio y los otros entienden en seguida, pero ellos que todo lo entienden tan bien no te pueden entender a ti y a mí, no entienden que yo no puedo tenerte conmigo, darte de comer y cambiarte los pañales, hacerte dormir o jugar, no entienden y en realidad no les importa, y a mí que tanto me importa solamente sé que no te puedo tener conmigo, que es malo para los dos, que tengo que estar sola con Horacio, vivir con Horacio, quién sabe hasta cuándo ayudándolo a buscar lo que él busca y que también buscarás, Rocamadour, porque serás un hombre y también buscarás como un gran tonto.

Es así, Rocamadour: En París somos como hongos crecemos en los pasamanos de las escaleras, en piezas oscuras donde huele a sebo, donde la gente hace todo el tiempo el amor y después fríe huevos y pone discos de Vivaldi, enciende los cigarrillos y habla como Horacio y Gregorovius y Wong y yo, Rocamadour, y como Perico y Ronald y Babs, todos hacemos el amor y freímos huevos y fumamos, ah, no puedes saber todo lo que fumamos, todo lo que hacemos el amor, parados, acostados, de rodillas, con las manos, con las bocas, llorando o cantando, y afuera hay de todo, las ventanas dan al aire y eso empieza con un gorrión o una gotera, llueve muchísimo aquí, Rocamadour, mucho más que en el campo, y las cosas se herrumbran, las canaletas, las patas de las palomas, los alambres con que Horacio fabrica esculturas. Casi no tenemos ropa, nos arreglamos con tan poco, un buen abrigo, unos zapatos en lo que no entre el agua, somos muy sucios, todo el mundo es muy sucio y hermoso en París, Rocamadour, las camas huelen a noche y a sueño pesado, debajo hay pelusas y libros, Horacio se duerme y el libro va a parar abajo de la cama, hay peleas terribles porque los libros no aparecen y Horacio cree que se los ha robado Ossip, hasta que un día aparecen y nos reímos, y casi no hay sitio para poner nada, ni siquiera otro par de zapatos, Rocamadour, para poner una palangana en el suelo hay que sacar el tocadiscos, pero donde ponerlo si la mesa está llena de libros. Yo no te podría tener aquí, aunque seas tan pequeño no cabrías en ninguna parte, te golpearías contra las paredes. Cuando pienso en eso me pongo a llorar, Horacio no entiende, cree que soy mala, que hago mal en no traerte, aunque sé que no te aguantaría mucho tiempo. Nadie se aguanta aquí mucho tiempo, ni siquiera tú y yo, hay que vivir combatiéndose, es la ley, la única manera que vale la pena pero duele, Rocamadour, y es sucio y amargo, a ti no te gustaría, tú que ves a veces los corderitos en el campo, o que oyes los pájaros parados en la veleta de la casa. Horacio me trata de sentimental, me trata de materialista, me trata de todo porque no te traigo o porque quiero traerte, porque renuncio, porque quiero ir a verte, porque de golpe comprendo que no puedo ir, porque soy capaz de caminar una hora bajo el agua si en algún barrio que no conozco pasan Potemkin y hay que verlo aunque se caiga el mundo, Rocamadour, porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de la madre, el juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer. No me da la gana de ir, Rocamadour, y tú sabes que está bien y no estás triste. Horacio tiene razón, no me importa nada de ti a veces, y creo que eso me lo agradecerás un día cuando comprendas, cuando veas que valía la pena que yo fuera como soy. Pero lloro lo mismo, Rocamadour, me equivoco, porque a lo mejor soy mala o estoy enferma o un poco idiota, no mucho, un poco pero eso es terrible, la sola idea me da cólicos, tengo completamente metidos para adentro los dedos de los pies, voy a reventar los zapatos si no me los saco, y te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete ...”

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viernes, enero 14, 2005

Novelas metaliterarias

Acaban de salir estas dos novelas que he elegido para este post, las dos son de corte metaliterario, y como tales, suelen ser atractivas para lectores compulsivos.
Bleton -Los negros del traductor La primera de ellas es del francés Claude Bleton y se titula “Los negros del traductor”. Comienza con una escena donde el protagonista (un traductor de autores españoles) cuenta sus penas a una clochard, bajo uno de los bellos puentes del Sena -mi memoria vuelve a la siempre presente Rayuela-. Una novela que seguro que causará el disfrute para todos aquellos trujamanes que sufren en silencio desde su profesión.


Edwards -El inútil de la familia- La segunda novela que recomiendo se titula “El inútil de la familia” y pertenece al chileno Jorge Edwards (ganador hace unos años del Premio Cervantes). La novela es de corte irónico, y trata sobre la relación de un escritor maldito y su familia. El título no puede ser más explicativo, y debe ser comprensible para todos aquellos que pertenecen al grupo de los bichos raros con ínfulas de escritor. Estoy seguro que si algún día leo esas páginas, me sentiré gratamente identificado.


PD. ¿Deberían pagarme por publicidad gratuita? ¿O tal vez acabaré o costeando el precio de algunos subrepticios derechos por las imágenes que paulatinamente me voy apropiando? Va a ser que no, aunque la primera pregunta sigue estando en estudio.

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martes, enero 11, 2005

Mersault aprende de la muerte

Hay algunos escritores que me reconfortan, no sé si por lo que dicen o porque llegaron antes al lugar al que yo me dirigía. Camus es uno de esos escritores que parece haber encontrado las respuestas a un mundo sin respuestas. Hace mucho tiempo descubrí gracias a el que yo era uno de esos existencialistas que no entienden de la vida, ¿acaso alguien sabría responderme ante el sentido de la vida? Sólo Camus en el mito de Sísifo supo hacerme comprender que pese a lo absurdo, había que seguir adelante. Desde que descubrí al escritor francés-argelino, sus libros siempre están cerca de la cabecera de mi cama.

Las siguientes frases pertenecen a Camus, y expresan pensamientos que de alguna manera he hecho también míos:


  • "debería existir el partido de los que no están seguros de tener razón. Sería el mío."
  • “Se honra a los hombres que han hecho grandes cosas. Pero debería hacerse aún más para algunos que, a pesar de ser quienes son, se supieron abstener de cometer crímenes peores.”
  • “no creo en las revoluciones, porque las hacen los intelectuales y las traicionan los políticos.”
  • “Un fin que necesita de medios injustos no es un fin justo.”
  • ”La memoria de los pobres está menos alimentada que la de los ricos, tienen menos puntos de referencia en el espacio, puesto que rara vez dejan el lugar donde viven, y también menos puntos de referencia en el tiempo de una vida uniforme y gris. Tienen, claro está la memoria del corazón, que es la más segura, dicen, pero el corazón se gasta con la pena y el trabajo, olvida más rápido bajo el peso de la fatiga. El tiempo perdido solo lo recuperan los ricos. Para los pobres, el tiempo solo marca los vagos rastros del camino de la muerte.”
  • “los que viven resentidos contra el mundo, en realidad están resentidos contra sí mismos.”

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sábado, enero 08, 2005

Un Tsunami en el mediterráneo

Son las casualidades las que de algún modo me han encauzado para escribir lo siguiente. Su lugar era otro, pero una vez ya escrito, lo he retocado y me ha parecido que colgarlo aquí también era apropiado. Total, hace días que ha entrado el nuevo año y mi casillero aún restaba en blanco. Además, tal vez escribiendo estas palabras, sea el mejor modo de rendir alguna clase de homenaje a todas las víctimas que han desaparecido por el efecto del Tsunami asiático. Con mal pie ha comenzado este 2005, ya veremos como acaba.

Años después que el aristocrático Tito Livio se embarcase en su magna obra. Más de cien volúmenes bajo el hermoso título Ab urbe condita, en donde se narran los hechos desde el nacimiento de Roma hasta la muerte de Druso. Años después de que Plinio el Viejo en su Historia Natural demostrase la suficiente observación para ser capaz de describir, en algunas de las páginas de los trenta y siete volúmenes, doce variedades de rosas. Ni una más ni una menos. Años después que Gaio Suetonio biografiase la vida de los doce Césares, desde el gran Cayo Julio César hasta el emperador Domiciano, con un estilo puntilloso y fluido que muchos de los biógrafos actuales ya desearían. Y sólo unas cuantas décadas antes de que la figura de Boecio se convirtiera en inmortal, al escribir desde la oscuridad de una cárcel, el tratado de las Consolaciones filosóficas, que perduraría durante los siglos de los siglos. Entonces, tal vez entonces, otro historiador latino, Amiano Marcelino, del que apenas se ocupa de él un pequeño hueco entre las páginas de las enciclopedias, escribía su obra Rerum gestarum libri XXXI que comprende la historia, desde los reinados del emperador Nerva, hasta la muerte de Valente. Una obra que lleva años acumulando polvo en las estanterías de los historiadores. Y así ha sido, hasta que de alguna manera, hace unos días, uno de los párrafos de su obra, cobró una fugaz actualidad.

“ A doce días de las calendas de agosto, en el año en que Valentiniano fue cónsul de Roma por primera vez, el mundo entero se estremeció. Una importante sacudida sísmica afectó el Mediterráneo oriental, después de la cual el mar se retiró varios kilómetros en algunas de las costas y dejó los barcos en seco y millares de todo tipo de criaturas marinas aturdidas en los limos. La gente acudió a ver el fenómeno y a recoger los peces, pero las aguas volvieron de pronto con gran altura y mataron por doquier y arrojaron los grandes barcos anclados en los puertos contra los tejados de las casas, como ocurrió en Alejandría. Luego las aguas se retiraron de nuevo y dejaron un paisaje de muerte y total desolación.”

Sucedió en el Mediterráneo oriental hace 1.450 años, pero hace unos días la misma ola de muerte golpeo con fuerza las costas de Asia, llevándose millares de vida.

Copié este link con las fotografías de algunos desaparecidos, pero me imagino que la red debe estar llena de este tipo de páginas.
http://www.flickr.com/photos/tsunamimissing

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