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Pequeños retales de literatura

domingo, junio 19, 2011

La paradoja de Jevons y el egoísmo individual

No suelo meterme en berenjenales sobre discusiones económicas más de lo que me exige la cortesía con los amigos, por la principal razón que se más bien poquito sobre el tema –seguramente sólo se lo suficiente para meter la pata de vez en cuando- y además el dinero en sí nunca me ha llamado la atención más allá de lo que respecta a cubrir mis principales necesidades. De hecho me interesa únicamente como anomalía, como la rareza que me produce que un minúsculo diamante muchas veces valga más que la vida del hombre que lo está desesperadamente buscando. Sin embargo, últimamente no paro de hablar de hipotecas, burbujas inmobiliarias, crisis y todo eso, y este run-run y el hecho que en el fondo soy de la escuela carnotista, me ha hecho que ahora me detenga a explicar algunos conceptos que rondan por mi cabeza sobre el concepto de la paradoja de Jevons.

En 1865, William Stanley Jevons, escribió el libro “La problemática del carbón”, en la que se establecía la siguiente tesis: Si aumentábamos la eficiencia en el consumo del carbón, en vez de ahorrar energía, lo que provocábamos era un aumento de la propia demanda”. O sea que aunque en un principio el ahorro pudiera aumentar, al final, el uso del modelo optimizado provoca un aumento del consumo del recurso y una mayor demanda.

Esta paradoja encuentra múltiples ejemplos donde podríamos aplicarla relacionados con nuestra vida cotidiana: desde el consumo de recursos energéticos, hasta capacidad en las redes ADSL, e incluso la construcción de carreteras, y la llamada burbuja inmobiliaria. Analicemos alguno de estos casos.

Existe la errónea creencia de que si en red hay congestión de tráfico la solución debería ser el aumento de carreteras. Sin embargo la paradoja de Jevons nos advierte que el aumento de nuevas vías en la red de carreteras, lo que provoca es que la gente se anime a coger más el coche, lo que indica que aunque inicialmente haya una descongestión inicial, a la larga la congestión del tráfico a la que se llega es la misma, sólo que con más carreteras y más coches (con por supuesto aumento en los problemas de tipo ambiental). Las políticas actuales hoy en día van más hacia lo que se denomina como push and pull (empujar e influir), algo así como un método de disuasión e incentivo, que pretende dificultar el uso del transporte particular y en cambio fomentar el uso del transporte público.

Sobre la burbuja inmobiliaria también encontramos un caso curioso. El gobierno del PP liberalizó el suelo, pensando que así se aumentaría la edificación, lo que haría que aumentase la oferta sobre la demanda y que esto conllevaría una disminución en el valor de los pisos. Sin embargo, el precio de la vivienda aumentó durante los gobiernos del PP y del PSOE, porque no se guiaba por la demanda, sino por el interés especulativo. Los pisos se iban sobrevalorizando con la expectativa de incrementos futuros y el negocio se retroalimentaba en una espiral de crecimiento que tenía los días contados porque antes o después el sistema debía colapsarse, y tender hacia un punto de equilibrio. Las casas en realidad sólo valen si hay personas que quieran vivir en ellas, y si hay un exceso en la oferta de venta de casas, tal que el mercado no pueda asumir, al final se vuelven bienes sin valor. Los promotores en este caso se han encontrado con un montón de casas vacías sin compradores que quieran vivir en ellas y los precios entonces han comenzado a bajar. Lo que psicológicamente afecta al comprador al revés de lo que fue el efecto especulativo, ahora muchos compradores sabiendo que si se esperan a la hora de comprar pisos los precios aún disminuirán más, están a la espera, y esto ha hecho que el negocio de la compra-venta de pisos esté aún más estancado de lo que podría estar realmente.


Españistán, de la Burbuja Inmobiliaria a la Crisis (por Aleix Saló)

En este caso podríamos entender la eficiencia de Jevons, como el aumento en la construcción (ligado al beneficio especulativo). De tal modo que podríamos decir que la paradoja de Jevons lo que nos viene a decir es que si en un sistema se pretende llegar a un equilibrio y este depende del beneficio individual, por mucho que el equilibrio del beneficio global sea otro, si se les deja a la elección de las personas, lo que se provoca es el equilibrio donde el beneficio momentáneo individual llega al máximo. Lo que tarde o temprano provoca un equilibrio por colapso.

Esto recuerda mucho a la Teoría de juegos de Nash y al problema del prisionero. El equilibro al que nos lleva la paradoja de Jevons en cierta manera es un equilibrio de egoísmo. Podemos decir que el sistema tarde o temprano encontrará un equilibrio, en el caso de la burbuja inmobiliaria ha tenido que ocurrir una terrible crisis en al construcción para que los precios de los pisos comenzaran a bajar, y el mercado inmobiliario comience a buscar un equilibrio más estable.

Como químico, el concepto de equilibrio, como podéis ver, lo tengo bastante presente. Debe ser por el segundo principio de la termodinámica: un sistema cerrado siempre tiende al equilibrio y la entropía de un estado a otro, solo aumentará. Me imagino, que la entropía en este caso vendría a ser el beneficio individual (o el egoísmo humano).

Bueno, puede que todo esto suene bastante extraño, pero es por mi vena carnotista. Además puedo alegar a mi favor, que el propio Jevons intentó relacionar las manchas solares sobre los ciclos económicos. ¡Sí! Jevons un día que pasó demasiadas horas tumbado en la playa, desarrolló la teoría de las manchas solares (sunspots) en la cual, las explosiones nucleares que ocurren en el sol, influían en el clima, y por ende en la actividad económica. Otros después, relacionaron las manchas solares, con la actividad meteorológica además de sobre la psicología de las personas… Es por eso que no creo demasiado desorbitado relacionar la entropía de un sistema con el concepto del egoísmo individual.

Si para disminuir el consumo de energía esta quizá deba encarecerse. Aquí ya me aventuro… entonces me imagino que para disminuir el precio de las casas, lo que se ha de gravar es el impuesto sobre la renta y el de las transacciones inmobiliarias. De igual modo se debería de controlar todo ese dinero negro que rodea el negocio de la compra-venta de casas. De tal modo que la gente cuando comprase o vendiese un piso este estuviera marcado por su valor real (evitar la diferencia entre el valor de escritura y el valor de tasación).

Y hasta aquí la clase económica de hoy. Para la próxima clase léanse el trabajo del profesor Yves Nievergelt: “El precio elástico de la demanda: juego, heroína, marihuana, whisky, prostitución y pescado”. Así ya vendrán preparados.

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lunes, junio 13, 2011

... te he llorado

Hoy es mi cumple, treinta y siete tacos. Joer que rápido pasa la vida. Me voy a Calafell en cero coma. Están todos invitados a la fiesta.
Fiesta católica Nazi
Oye, pues va a ser que no suena mal del todo esto del reguetón, eh aquí, a la caballota Ivy Queen.

Ivy Queen- Te he querido Te he Llorado

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jueves, junio 09, 2011

Si el tiempo fuera de chicle

Siempre que me dicen: "-Andando que es gerundio". Yo respondo: “-Mejor me quedo quieto que es participio”.
Alvaro Carmona

Entre unas cosas y otras el tiempo pasa volando. Desde ya muy jovencito me cree la fantasía de que ojalá los días tuvieran 48 horas en vez de 24; era un juego mental en el que me imaginaba a mí como esos superhéroes de las series que están ahora de moda, donde personas normales y corrientes tienen algún tipo de poder extraño. Si hubiera sido así, hubiera deseado poder parar el tiempo. El otro día me sorprendí como cuando era niño imaginándome que si se me apareciera Al Pacino ofreciéndome firmar un papel que dijera que los días tuvieran más de 300 horas, lo firmaría sin pensarlo, siendo el alma negociable (me imagino que en cómodos plazos). La manecilla del reloj entonces se pararía al llegar al llegar a las doce, y todo el mundo se pararía, como en esos anuncios donde la cámara captura un instante y el mundo se congela, quedando los objetos suspendidos en el aire. Pura liberación, como aquello que decía Cortázar de que los relojes eran pequeños infiernos floridos. Un segundo que fuera eterno (siguiendo con los clásicos aquí evoco a Borges). Por fin podría ir sin prisas por la vida, sin pensar que todo se acumula, y que el tiempo nunca alcanza.

Sospecho que ese exceso de horas solitarias mientras para mí sería una bendición para la gran mayoría de la humanidad sería un suplicio. Podríamos pensar que soportar tantas horas con la única compañía de uno mismo volvería loco a casi cualquiera, aunque puedo decir que yo al menos unos cuantos meses creo que soportaría bastante a gustito antes de que llegara el momento de comenzar a agobiarme.

La otra gran pregunta con la que uno siempre acostumbra a plantearse en el juego de las preguntas sin respuesta es si a uno le plantearan la inmortalidad que decidiría. Mi concusión es que los más egoístas deciden vivir eternamente, y los menos, deciden envejecer con sus seres queridos. Y a mi me pone mitad y mitad. La inmortalidad está bien sólo en los libros.

Recuerdo que había un relato –que no sé de quién- en el que un astronauta estaba en la estación espacial, y desde allí veía como explosionaba la Tierra quedando el como único superviviente. Eso sí que sería chungo. Creo que llegado ese punto, uno entonces graba un mensaje de despedida por dejar un último testimonio por si acaso, y luego se toma unas pastillitas que lo lleven hacia el sueño eterno.

Me viene a la cabeza también esas gran película que emitieron en los años ochenta, y que los que pasamos los treinta recordamos con bastante nostalgia, por haberla vista durante nuestra más tierna infancia: “Naves misteriosas” de Douglas Trunbull, y que seguramente está entre las películas que más búsquedas infructuosas ha causado en Google. Yo al menos recuerdo que la primera vez que quise aclarar mi duda de cómo se llamaba esa película, no paraba de encontrar foros, portales y demás, dónde otra gente también buscaba la misma película sin ninguna respuesta positiva. Por fin algún empedernido cinéfilo desde su infame cubículo dio la respuesta correcta, y aquello se escampó como la pólvora por toda “la internet”, y la información sobre la película comenzó a brotar por la red como si se hubiera descubierto la roca de donde mana un intenso manantial.

Naves misteriosas

Naves misteriosas narra en como en un futuro más que cercano (es en el 2012, aquí a la vuelta de la esquina, claro que según otras películas ya tendíamos que estar con taxis espaciales recorriendo las calles) la tierra está completamente yerma, y sólo queda una nave que transporta fauna y vegetación en el espacio con varios astronautas como tripulantes de la nave. Por alguna razón la nave recibe la orden de volver a la tierra y destruir los invernaderos que transporta, y es entonces cuando el encargado de su mantenimiento se enfrenta al resto de la tripulación. En la disputa sus compañeros mueren, y queda él solo en la nave con la única compañía de dos o tres robots que aunque no pueden hablar, empatizan totalmente con el protagonista; con decir que hasta tengo un amigo que lloró cuando uno de los robots se escacharraba (mi amigo también soltó una lagrimita viendo Armageddon, lo cual ya tiene delito y demuestra que mi amigo quizás es un poco de lágrima fácil).

Me pongo a escribir y veo que me enrollo y al final dudo, de si por lo que he escrito merecía romperse el silencio del blog. Supongo que sí. El problema de estos silencios es que cuando más tardo en escribir el post, más me cuesta escribir un post que encuentre que merezca ser escrito. Este lo vale, aunque sólo sea por haber recordado esa maravillosa película que fue Naves Misteriosas. Seguramente si la viera ahora ya no sería lo mismo, aunque supongo que un día la revisitaré.

Volviendo al tiempo -volviendo a tiempo-. Una curiosidad: ¿Sabían que en la revolución francesa se intentó instaurar el día de diez horas? Bueno, el tiempo real no cambiaba, sencillamente se trataba de instaurar el sistema métrico decimal a la hora de medir el tiempo, de tal manera que 1 día tuviera diez horas “nuevas” y cada una de esas horas “nuevas” tuviera “ 100 minutos “nuevos”. De tal manera que la nueva hora tendría 144 minutos viejos (acabo de hacer el cálculo).Vamos, horas de 144 minutos, ¡ni las horas de los relojes de Bilbao, oye!

Durante los meses que se instauró, el sistema no acabó de cuajar por eso, y Napoleón lo abolió y volvió al gregoriano tradicional. Me imagino que bien hecho, porque eso de tener que decir la hora con tres cifras no creo que fuese en realidad demasiado práctico (es como esas empresas que desean simplificar sus procesos, y para hacerlo lo cambian todo de arriba abajo sin dar valor a la experiencia, y acaban haciendo un kilombo de cuidado.

Ale! Se acabó la fiesta del corcho. ¡Hasta el año que viene! (bueno espero no tardar tanto para la próxima entrada ;D)

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