La Librería

Pequeños retales de literatura

jueves, junio 27, 2013

El astillero o cuando el orín devora al hierro.

Hablemos un poco de Onetti (acabo de leer Juntacadáveres y El astillero) y después de tantos días sin escribir por aquí y que el blog parece haber entrado en un proceso de abandono creciente, seguramente le sentará bien pintar un poco las paredes del blog con una capa de palabras, aunque sean de tristes colores grises y concebidas en un día de lluvia fina.

“Cuando pudo ver se miró las manos; contemplaba la formación de arrugas, la rapidez con que se iban hinchando las venas. Hizo un esfuerzo para torcer la cabeza y estuvo mirando -mientras la lancha arrancaba y corría inclinada y sinuosa hacia el centro del río- la ruina veloz del astillero, el silencioso derrumbe de las paredes. Sorda al estrépito de la embarcación, su colgante oreja pudo discernir aún el susurro del musgo creciendo en los montones de ladrillos y el del orín devorando el hierro.”

El astillero –Juan Carlos Onetti-

“Decadencia”, esta palabra definiría la situación de Puerto Astillero, el rincón donde Larsen “Juntacadáveres” pretende cambiar su suerte, pero acaba siendo una parte más de todo el proceso de deterioro que sufre el astillero.

“Derrota”, esta otra palabra explicaría los últimos años de la vida de Larsen, aunque también hay una parte esperanza, pero en realidad es una falsa esperanza, ya que el propio Larsen sabe que se engaña a si mismo al pensar que su estrella va a cambiar de un día a otro, pero prefiere mentirse a si mismo como la única manera para aguantar su destino.

Y luego está Santa María, esa ciudad creada por la imaginación de Onetti, que pertenece a esa clase de ciudades a las que acuden aquellos que generalmente no quieren ser encontrados.

“Calles de tierra o barro, sin huellas de vehículos, fragmentadas por las promesas de luz de las flamantes columnas de alumbrado; y a su espalda el incomprensible edificio de cemento, la rampa vacía de barcos, de obreros, las grúas de hierro viejo que habrían de chirriar y quebrarse en cuanto alguien quisiera ponerlas en movimiento. El cielo había terminado de nublarse y el aire estaba quieto, augural.

- Poblacho verdaderamente inmundo -escupió Larsen; después se rió una vez, solitario entre las cuatro lenguas de tierra que hacían una esquina, gordo, pequeño y sin rumbo, encorvado contra los años que había vivido en Santa Maria, contra su regreso, contra las nubes compactas y bajas, contra la mala suerte.


El astillero –Juan Carlos Onetti-

Bueh, espero hablar de estos libros al menos un poquito, pero no me hagan demasiado caso; cuando uno espera demasiado luego casi nunca se cumplen las expectativas, y si no que se lo digan a aquellos que aún esperan la llegada de Godot, o al pobre agrimensor K. que intenta llegar a un castillo al que nunca llega, y si no al mismísimo Larsen que obtiene el pomposo cargo de Gerente General del astillero, y pronto se da cuenta que su sueldo se reduce a un mero asiento contable que nunca cobra.

Barco abandonado

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