Si ya cuando ví Yo te saludo María –por cierto, horrible traducción en este caso del título- me quedé ojiplático ante tamaño bodrio intelectualoide, debería entonces haber evitado volver a caer en las redes de Jean-Luc Godard, pero el hombre es el animal que tropieza dos veces con la misma piedra, así que cuando me enteré que programaban Weekend, me planeé mi propia noche -dentro de mi fin de semana-, para quedarme en el sofá frente al televisor con la única compañía de las palomitas, dispuesto a volverme a enfrentar a Godard.
Desde hace tiempo tenía un especial interés por esta película, porque había leído que estaba basada en el relato de Julio Cortázar La autopista del sur. Y en este blog la figura de Cortázar se venera con devoción. El relato sitúa a un ingeniero que va hacia París y que se encuentra metido en un atasco interminable, y lo que comienza con una situación de tedio absoluto se irá alargando en el tiempo hasta tal punto, que se establece una microsociedad en el mismo atasco. Puede parecer algo demasiado fantasioso, pero hace un año cuando leí en el periódico que un atasco en China duraba ya nueve días, irremediablemente me acordé del relato de Cortázar.
Pero volviendo a Godard, ese enfant terrible de la Nueva Ola francesa (generación que creó la llamada Nouvelle Vague). Godard es insufrible, pero ante tal adjetivo, no soy de los que recomienda que su nombre sea completamente olvidado de las guías cinematográcias. No! No! A Godard hay que conocerlo para luego tener el placer de odiarlo.
Cámaras al hombro (aguas de las que años después beberán otros movimientos como Dogma); improvisación en los guiones; escenas con largos silencios insoportables; múltiples referencias intelectuales –pedantes y egocentristas diría yo-; denuncia contra la sociedad actual; importancia del momento y de la forma más que el propio argumento de la película, cambio de los cánones cinematográficos y especial interés hacia el nuevo cine norteamericano. Voces en off o mensajes en pantalla que interrumpen constantemente sus películas (sospecho que con mensajes subliminales que van directos a acabar de freir nuestros pobres cerebros). Y sobretodo muchas ganas de provocar.
La película narra como un matrimonio formado por Corinne y Roland se disponen a pasar su fin de semana en la campiña francesa de visita a los padres de ella. El primer diálogo es una conversación sexual, en la que parece que cansados de una vida sexual anodina marital, necesitan estimularse con fantasías en las que entran terceros (con referencia incluida a Georges Bataille y su Historia del ojo con ese episodio fetichista de sentada de nalgas sobre plato de leche).
Una vez subidos en el coche vemos el primer episodio de violencia que ocurre entre ellos y sus vecinos; un pequeño toque entre los parachoques desemboca en disparos con carabina por parte del vecino, lo que ya nos da a entender que es lo que vamos a ver durante el resto del largometraje (e incido especialmente en lo de “largo”).
Corinne y Roland van en su descapotable, discutiendo sobre el testamento y el deseo de heredar que tienen sobre el pariente al que van a visitar, y en el camino se encuentran un inmenso atasco que ellos sortean sin demasiada oposición por el resto de conductores (aquí es cuando me di cuenta que no había demasiada voluntad de hacer la película creíble y que todo era más bien un disparate con la supuesta intención de denunciar los males de una sociedad aburguesada). El coche avanza en un travelling interminable en el que ya no solo adelantan a los coches atascados, sino que continuamente vemos coches incendiados o accidentados en los arcenes, con la presencia de cadáveres y heridos en la cuneta o sobre el asfalto. El travelling dura unos diez minutos por algún extraño motivo de Godard que nos hace sufrir su traumas infantiles al rodar todo lo que se le pasa por la cabeza sin pensar demasiado en el interés que pueda tener en el espectador.
La verdad es que aquí es cuando ya comencé a ponerme de los nervios, y para no volverme loco, confieso que me fui a hacerme la cena y desconectar durante unos cuantos minutos. Sintonizando con Godard entendí a la perfección que podía saltarme perfectamente fragmentos de su película, que el hilo argumental –casi inexistente- no sufriría en demasía. He leído que Godard veía sus películas como si de lenguaje pictórico se tratase, donde era más importante la sensación que producía al espectador que la propia comprensión. Epa!! Pues haber rodado un cortometraje y nos ahorrabas tanto gratuito sufrimiento!! Y desde luego hay que reconocer una cierta genialidad en Godard, ya que después de filmar un bodrio tras otros, podemos afirmar que sus películas van siempre cargadas de polémica por el debate que generan entre defensores y atacantes de su obra. Aunque quizás ese mérito decrece cuando uno ve que la Godard se repite con ese deseo de provocación, en vez de intentar desarrollar una historia que comunique con el espectador (yo al menos soy de los que creen que lo básico de una película es que se cuente una historia con un mínimo de interés, y si alguien de los que lee esto cree que no, pues entonces le reto a que vea esa “joyita” que perpetró Warhol que lleva el título de Sleep, en la que se durante cinco horas aparece un tío durmiendo y luego si aguanta sentado todo el tiempo viéndola pues pongo a sus pies por su santa paciencia digna de Job).
Cuando volví de hacerme la cena -más o menos- el matrimonio ya no iba en coche, sino que iba andando por el bosque, y aquí es cuando comenzaba el carnaval de disfraces (bajo presupuesto sí, pero rodar con Godard debía ser toda una diversión). La pareja se encuentra a una chica que dice ser Emily Bronte, ellos le preguntan por donde deben ir, y ella contesta una y otra vez con frases de sus poemas, lo que les comienza a poner frenéticos (¡y a quién no!). ¡Claro! Una crítica a aquellos que viven inmersos en la literatura sin darle una oportunidad a la vida… Y tú te dices: “gracias” Godard, por denunciarme tantas cosas en tú película ¿qué haría yo sin tu sabiduría iluminatoria). Aquí se produce la mejor escena para mí de la película, en un momento uno de los personajes suelta: “esta película es una mierda” y tú que lo digas. Y para acabar de terminar la secuencia, acaban prendiéndole fuego a la pobrecita de Emily Bronte que bastante tenía con haberse equivocado de cuento. Y ya puestos, yo hubiera aprovechado para atar a Jean-Luc Godard a un árbol, rociarle de gasolina, y tirarle una cerilla encendida, aunque seguramente antes le hubiera hecho sufrir un poco, poniéndole los grandes éxitos de Leonardo Dantés.
Después de otros absurdos encuentros, Corinne y Roland llegan a casa de sus familiares pero el padre resulta que ya ha muerto. Puesto que no les ha dejado el testamento, la pareja mata a la mujer del padre (creo, porque confieso que entre unas cosas y otras aquí ya mis quehaceres se habían vuelto más importantes que el bodrio de película que estaba presenciando, y mis ausencias del sofá eran más continuas y mi visionado más intermitente).
Pero, Ah! Amigos!! Godard aún guardaba su traca final, de repente la pareja se encuentra por la tranquila campiña francesa a un comando terrorista hippy de corte maoísta pertenecientes al FLSO (Front de Libération de la Seine et Oise). El bosque ahora es una especie de escenario apocalíptico, donde estos hippies disfrazados de indios son dados a distintas parafilias, en las que se encuentran el spanking, la mutilación de animales, o el canibalismo.
Y francamente, mi desesperación era tal, que no debí poner demasiado énfasis en el final de la película, porque ni recuerdo exactamente como acababa aunque me imagino que con un fundido en negro en el momento más insospechado. De todas maneras considero que la película es un despropósito, donde ya me imagino a todos proponiendo imbecilidades, y Godard diciendo “pues sí, vamos a meterlo”.
No sé, creí que Blow up de Antonioni ya había sufrido la peor de las adaptaciones hechas sobre los relatos de Julio Cortázar, pero no, el destino siempre guarda sospechas inimaginables e inesperadas.
Le reconozco por eso a Godard su capacidad innovadora, que con algo de moderación pueden ser recursos útiles a la hora de rodar una historia. Y le reconozco también su voluntad de denuncia a la sociedad burguesa de aquella época, que en cierta manera antecedió a los sucesos que daría lugar al Mayo 68 francés y que ahora con el movimiento del 15 M está también de cierta actualidad. Mi comprensión especial hacia estos jóvenes últimos, que equivocados o no, no quieren conformarse con la sociedad actual, y que espoleados por el libro “Indignaos” de Stéphane Hessel han salido a tomar la calle (A esa llama de esperanza, le dedico ese himno que es la canción Revolución de Amaral). Al menos dejémosles el derecho de quejarse.
En lo que respecta a Godard, confieso que voy a seguir viendo algunos de sus otros films (es que hay un par de sus películas de las que tengo muchas referencias para olvidarlas así como así y supuestamente son más digeribles). Además uno en el fondo tiene alma de masoquista.
Pero como decía antes, si uno no ha visto a Godard y nada de la nouvelle vague, no podría entender este maravilloso squetch de los Monty Python, o leer críticas tan divertidas como ésta del amigo Xavier Agueda.
Por cierto, el próximo Jueves 26 hay PolifemOs con temática cortazariana y con presencia del ínclito y siempre interesante Carles Alvarez Garriga, que vendrá a hablar de los Papeles Inesperados de Cortázar.
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