Parabienes
Ya saben que les vaya todo bien, y que sus sueños si no se cumplen al menos no se pierdan. No digo más que no soy un entusiasta de este tipo de celebraciones y uno corre el riesgo de terminar emocionándose en este tipo de discursos.
Prefiero volver a mis reinos de sonrisas y lágrimas. ¿Conocen el cuento de El cocodrilo de Felisberto Hernández? Léanlo, a mi me hizo reír. Aquí un pequeño fragmento por lo de nuevo año y tal:
“Entonces yo, como el empleado sorprendido sin trabajar, quise reanudar mi tarea y poniéndome las manos en la cara empecé a hacer los sollozos.
Ese año yo lloré hasta diciembre, dejé de llorar en enero y parte de febrero, empecé a llorar de nuevo después de carnaval. Aquel descanso me hizo bien y volví a llorar con ganas. Mientras tanto yo había extrañado el éxito de mis lágrimas y me había nacido como cierto orgullo de llorar. Eran muchos más los vendedores; pero un actor que representara algo sin previo aviso y convenciera al público con llantos...
Aquel nuevo año yo empecé a llorar por el oeste y llegué a una ciudad donde mis conciertos habían tenido éxito; la segunda vez que estuve allí, el público me había recibido con una ovación cariñosa y prolongada; yo agradecía parado junto al piano y no me dejaban sentar para iniciar el concierto. Seguramente que ahora daría, por lo menos, una audición. Yo lloré allí, por primera vez, en el hotel más lujoso; fue a la hora del almuerzo y en un día radiante. Ya había comido y tomado café, cuando de codos en la mesa, me cubrí la cara con las manos. A los pocos instantes se acercaron algunos amigos que yo había saludado; los dejé parados algún tiempo y mientras tanto, una pobre vieja -que no sé de dónde había salido- se sentó a mi mesa y yo la miraba por entre los dedos ya mojados. Ella bajaba la cabeza y no decía nada; pero tenía una cara tan triste que daban ganas de ponerse a llorar...”

Fotografía de David Orea
Etiquetas: Literatura







Sarah Kane, veintiocho años de vida que terminaron un 20 de febrero de 1999; una cuerda se enroscó sobre su cuello como una serpiente y la vida de Sarah Kane se terminó mientras su cuerpo se tambaleaba colgado de una de las vigas de su casa. Ya había intentando suicidarse en otra ocasión, sólo que esta vez nadie estuvo cerca para salvarla. Es lo triste de no tener a nadie cerca.