El olvido sobre Noel Clarasó
Estoy mal acostumbrado con la efectividad de Google y generalmente cuando rastreo el nombre de cualquier escritor me salen múltiples biografías y decenas de artículos y reseñas. Por eso, cuando me pasa todo lo contrario, que es que no encuentre nada de lo que busco; mis ojos se sorprenden mientras mi mente va repitiéndome una y otra vez: ¡qué raro! Lo cierto es que si uno busca Noel Clarasó por internet, apenas encuentra una escueta biografía en la Wikipedia, y la mención de unos cuantos libros que se venden en las librerías online de segunda mano. También hay algún que otro post como el mío ahora, que se extraña de la casi ausencia de ningún artículo que haga referencia a este escritor catalán, pero somos como voces en el desierto o mejor dicho voces que se pierden en el incesante murmullo que es internet. Curiosamente, lo que si que abunda, son las recopilaciones de citas de Noel Clarasó, podríamos decir que al menos su ingenio si que dejó huella, por la cantidad de aforismos o frases que han quedado recogidas en la red.
Si yo hubiera nacido en otro lugar, me imagino que no le daría la más mínima importancia a este olvido, pero debido a que compartimos Barcelona como nuestra querida ciudad de nacimiento, me molesta en cierta manera este descuido de la red y en especial de las autoridades culturales catalanas. Por supuesto, me molesta también que haya sido apartado por la crítica y lo que es peor, me molesta que haya sido olvidado por la memoria de la gente (esto debe ser como el dilema de la gallina y el huevo). ¿No tendrá Noel Clarasó uno de esos familiares dispuesto a luchar por su recuerdo? Es descorazonador mirar por la red buscando algún artículo, y encontrar a duras penas solo la voz de otro lector que explica su infructuosa experiencia cuando ha preguntado en las librerías de viejo por los libros de este escritor, y como cuenta que ante sus preguntas, el resultado habitual es que no les suene a nadie de nada, y por supuesto la consiguiente respuesta: “no está prevista una reedición de su obra”.
Lo más extraño es que Noel Clarasó fue un autor muy prolífico y hasta gozó de bastante reconocimiento durante la postguerra española. Fue especialmente famoso por algunas series televisivas, que tuvieron una cierta popularidad allá por los años sesenta-setenta como pudieron ser: Tercero izquierda en la que salía José Luis López Vázquez o Escuela de matrimonios que protagonizaban Elvira Quintilla y el siempre afable Manuel Alexandre (la serie parece una precursora de las discusiones que años después protagonizaron Pepa y Avelino en su Escenas de matrimonio).
Noel Clarasó fue sobretodo reconocido por diversas antologías y diccionarios humorísticos, pero lo que a mí me llama la atención es su particular heterodoxia temática de su obra, que difería especialmente del realismo habitual que dominó durante la postguerra en los autores españoles. Clarasó escribió libros de terror como Miedo que es una estupenda recopilación de relatos macabros; libros de jardinería como Jardinería doméstica; libros de temática policíaca como El asesino de la luna, o incluso libros de una brillantez erudita como es la Antología de maravillas, curiosidades, rarezas y misterios, en la que de una forma amena recopiló todo lo que avivaba su especial curiosidad (en cierta manera mi blog no deja de ser una especie de versión mucho más precaria y menos cuidada de este tipo de antologías).
Noel Clarasó escribió decenas de libros, dirigió diversas obras de teatro, guionizó también series y películas que tuvieron gran aceptación popular, por eso no deja de extrañar que varias décadas después su nombre haya sido casi borrado de la memoria popular.
Queda por eso un reducto –en plan Astérix y Obélix- donde aún perduran las letras de Clarasó, algo escondidas pero aún rescatables. Si uno visita la hemeroteca de La Vanguardia y busca allí, descubrirá la faceta periodística de Clarasó, con centenares de columnas en el periódico con el que siempre colaboró (puestas en formato PDF y con posibilidad de ponerlas en OCR), pero aunque la digitalización no es completa, es todo un gusto poder encontrarlas y disfrutar de ese humor que presentaba con cada una de sus crónicas, en las que se deja entrever su particular mirada de lo cotidiano.
Aquí dejo un ejemplo:
EL SOL Y LA GENTE
Noel Clarasó
De todo lo que tienes ahora —me pregunta el aficionado a las curiosidades humanas— si te dijeran que en los últimos años de la vejez sólo has de conservar una cosa, ¿cuál escogerías?
Le observo los ojos primero, no vaya a ser una trampa infantil para burlarse de mí. No se trasluce ninguna sombra de mala intención en el perfil de sus órbitas Lo pienso un rato y contesto sin estar muy seguro de decir la verdad.
—Dos cosas: el sol y la gente.
—¿Y si fuera una sola?
—Que escogieran ellos. Pero siempre echaría de menos la otra.
Después a solas, me siento frente a mí, me pongo de paciente y doctor a la vez y me analizo. ¿Por qué habré dicho que el sol y la gente? Es costumbre de los esforzados mentales hablar primero y pensar después lo que han dicho. Los que no quieren esforzarse hablan igual (y a veces aciertan más), pero no piensan antes ni después.
El sol y la gente. Estoy en un hotel. Por primera en el hotel y en el sitio. Llevo tres días y me quedaré tres o cuatro más. Al llegar, me ofrecieron habitación en el primer piso.
—¿Es exterior?
Exteriores sólo había en los últimos pisos.
—¿Y que dé el sol en la ventana?
Que diera el sol en la ventana sólo había una en el último, el quinto, menos cómoda que otras. No me la aconsejaban.
—Pues, ésta. Me gusta tener luz.
No dije toda la verdad Me gusta tener luz y sobre todo me gusta que al abrir la ventana, a una hora u otra del día, me dé el sol. Esto me compensa de la cama desacostumbrada, de la soledad, del grifo que cierra mal, de las raras formas de los colgadores del armario, de los desagües que no engullen, de todo.
Y otra cosa. Me gusta asomarme a conocer a los vecinos de las ventanas y balcones inmediatos. Siempre los asiduos son los mismos tipos en todas partes, casi todos mujeres: Las que limpian dentro y sacuden fuera, la madre que saca niños al sol, alguna muchachita que busca en las nubes el primer cabo del hilo de un sueño, todas las viejecitas que todavía viven dentro y que se ponen en los balcones a que les dé el sol, a estar al sol. Ellos, los viejecitos, prefieren bajar a tomarla en un banco de la plaza o del parque.
En la ventana que queda más próxima a la mía he descubierto a un matrimonio feliz. Son un tipo nuevo para la colección. Están en la edad de estrenarse como abuelos. Tienen muchas macetas con plantas, algunas en flor. Y cuidan los dos, alternativamente las mismas plantas. Es un caso poderoso de unión espiritual. Me gustaría conocerlos de cerca y aprender la solución de este problema tan mal resuelto en las mejores casas.
No me atrevo a gritarles, pero a través de la calle trato, con gestos, de expresar mi admiración por sus flores. El no me entiende. Ella sí, en seguida, y traduce mis gestos al marido. Me sonríen los dos, contentos. Y él levanta hacia mí una maceta con un geranio rojo. Abro los brazos, saludo a la flor y grito:
—¡Gracias!
Supongo que ellos después, como ahora lo cuento yo, contarán que un huésped del hotel les alabó las flores desde la ventana. Aunque yo mejor quería alabarles a ellos, por una cosa difícil de explicar por gestos de ventana a balcón.
Me imagino viejísimo. Imaginarse uno mismo viejo, es feo. Imaginarse viejísimo, no. Y que todo mi tesoro es una ventana al sol, por donde puedo ver de cerca las gentes de las otras ventanas y, de la calle. Y me siento feliz por adelantado.
Y aún me imagino más, que la imaginación tiene el vuelo libérrimo. Imagino que un día llega la muerte a buscarme y me encuentra en mi ventana al sol y a la gente.
—Te llegó la hora.
—Cuando tú quieras.
Y me pongo cómodo al sol, miro por última vez como vive y se mueve la gente, apoyo la cabeza, cierro los ojos despacito... Y me quedo quieto, que no se note nada. Y que luego un día me encuentran allí, y gritan:
—Pero, ¡si está muerto!
Y que yo les oigo, echo mi última risa por dentro y pienso:
—Desde hace tres días.
Es una forma casi alegre, y con complicidad del sol y de la gente, de imaginar la última travesura.
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