Hace unos meses asistí a una de las tertulias de Polifemo en la que en un momento determinado se planteo un tema básico que toca los pilares de la literatura, la importancia de la obra del escritor frente a la de su propia vida (Vida vs Obra). La mayoría de las opiniones de los que se posicionaron era que lo importante de un escritor es su obra, y la vida no era más que una manera de complementar un poco el estudio de su obra y que éste podía abrir el nivel interpretativo de la narración al entender ciertas connotaciones ligadas a la vida del escritor. Incluso, una opinión que parecía tener bastante consenso era que es preferible leer los libros de cualquier escritor sin antes haber leído ningún dato previo de crítica literaria -y menos biográfico-, ya que así era una manera de “enfrentarse limpiamente” –sin condicionantes previos- al libro en cuestión.
Desde mi punto de vista, entiendo que los que defienden esta posición suelen ser los que tienen a) Básicamente alma de escritor, b) Los lectores superfluos (que solo conocen de la literatura lo poquito que de vez en cuando va cayendo en sus manos) y c) Los lectores puristas (que contínuamente están leyendo libros y en base a esto pueden generar su propia crítica literaria).
Mi opinión que no la mostré entonces -salvo a la divertida Carmen que tuvo la paciencia de aguantar mi discurso pacientemente- es diametralmente opuesta. Y ahora que juego en mi cancha, puedo desarrollar un poco mis convicciones sin que se me caigan los anillos. Lo que digo es que de la gran mayoría de los escritores que conozco –que son muchos- verdaderamente sólo conozco su obra tangencialmente, y en la mayoría se más datos de la vida de estos, que los datos que me proporcionaría leer su propia obra.
Para entender esta paradoja, lo primero sería dejar bien claro qué diferencia a un buen escritor de un mal escritor o al menos de uno del montón. Mi respuesta a eso, es el estilo. Recuerdo unos artículos de Reverte en los que aconsejaba a los jóvenes escritores, y en los que no se mostraba demasiado partidario de esta palabreja, sino que era más favorable a hablar de utilizar un “lenguaje limpio y eficaz”. A mí me gusta la palabra estilo, porque igualmente a la metaliteratura me parece mucho más global y menos encorsetada en ninguna clase de límites; el estilo es una sensación más que una definición. Es lo que hace que uno con sólo abrir un libro por cualquier página y leer unas pocas líneas sepa con un índice de acierto bastante alto, si el libro te va a gustar o no. En palabras de Oscar Wilde: “un libro es como una botella de vino. Basta un sorbo para saber si es malo”.
Lo que vengo a decir es que generalmente para conocer el estilo de un escritor no se han de leer todos sus libros, sino que picoteando un poco de su obra, ya podemos saber si nos interesa seguir leyéndolo o este es casi seguro que nos va interesar. Personalmente los escritores que puedo decir que conozco bastante bien su obra los puedo contar únicamente con los dedos de una mano y me encanta seguir profundizando en sus libros. Lamentablemente el tiempo es limitado y escritores a los que valdría la pena dedicarles algo de tiempo hay miles. Así que a todos lo demás… en los casos afortunados he podido leer algún libro, pero en la gran mayoría de los casos mi conocimiento de ellos es puramente marginal.
Pero si el otro día hablaba de la metaliteratura sobre el concepto de lo que tenía que ver con lo escrito en un libro -la obra-, igualmente podemos darle la vuelta a la moneda y referirnos a la “metaliteratura” como concepto ligado a la vida del escritor. Así todas las referencias vivenciales además de pertenecer al terreno biográfico, quedan también contenidas en ese saco amplio que es la “metaliteratura”.
Cuando era más joven mis lecturas eran básicamente de narrativa, con el tiempo y al intentar profundizar en el terreno de la crítica literaria, mis lecturas se dividieron en narrativa y ensayos. E inevitablemente descubrí que la crítica literaria va unida a un contexto histórico. Ocurre, que al profundizar en este contexto uno va cayendo en el terreno de la anécdota. Es un reflejo del cerebro que desea anclar un escritor en un mundo referencial; uno necesita quizás saber una cita o quizás una anécdota para poder memorizar a tal o cual escritor y situarlo en una parcela del cerebro. Al final muchas veces uno acaba leyendo más crítica literaria, que literatura pura. Algunos puristas de la lectura quizás puedan interpretar mis palabras como algo sacrílegas, pero creo que es una consecuencia de nuestros tiempos, donde es mucho más fácil conseguir por internet unos cuantos datos biográficos y morbosos de tal o cual escritor que obtener su propia obra. Quizás los lectores más puristas son los que aún acuden a las bibliotecas y los menos puristas somos los que buceamos entre la abundante información que corre por internet.
Al debate de la Vida vs Obra se le puede dar otro giro de tuerca. Si la literatura y la vida están íntimamente relacionadas para cualquier escritor, igual hay que entender su propia vida como una faceta más de su obra. ¿No sería entonces su vida su obra más íntima? Entiendo que en el arte moderno importa a veces mucho más la vida del artista y lo que este representa, que su propia obra, porque el arte en cierta manera se ha liberado de esta dual separación más fácilmente que la literatura. Pero mi convicción es la misma: la vida de cualquier escritor se puede entender desde una óptica donde la propia obra es el propio artista, y por ende la propia vida del escritor se convierte en objeto de estudio. Me gusta mucho una frase de Flaubert que dice: "Escribir es una manera de vivir”.
Creo que aún queriendo saber de la vida de cualquier escritor uno no necesariamente ha de caer en un amarillismo literario. Por ejemplo, para mí es divertido que el peruano Jaime Bayly tan pronto se declare homosexual, como bisexual, como heterosexual. En el fondo no deja de ser un pequeño tema de discusión que puede proporcionar unos minutos muy agradables de conversación y de reflexión. Y no creo que por hablar de esto esté siendo en absoluto irrespetuoso. En el fondo, únicamente se trata de referenciar el propio mundo metaliterario que cada uno está intentando crear en su propio cerebro. Y me aburre cuando en algún momento de la conversación algún purista te acusa de chismoso por sacar a la palestra ciertos datos biográficos como si parte de la vida del escritor fuera un tema tabú. Qué uno diga que no le interesan, lo entiendo –para gustos colores-, pero que deje a los demás disfrutar también en paz con lo que a ellos si les interesa. A mí me divierte mucho el terreno de la anécdota biográfica y no debo ser el único (sólo hay que ver la cantidad de biopics sobre escritores que cada dos por tres aparecen en las carteleras).
Existe la bibliofilia para definir el fetichismo hacia los libros; los libros dejan de ser sólo meros soportes de lectura y se valora entonces su importancia como objetos. Se mira el fondo pero también la forma -su valor estético y su valor histórico-.
También ha cobrado cada vez más fuerza la expresión “turismo literario”. El cual vendría a ser cuando uno viaja a algún lugar y desarrolla una serie de actividades culturales, que suelen incluir la visita a los escenarios donde se inspiró el escritor para escribir algunos pasajes de una novela, o los escenarios donde el propio escritor se movía habitualmente. A veces también se visita la antigua casa que aún conserva la mesa donde se volcaba cada día esa voluntad creadora, ahora convertida en casa-museo. Y a veces también estos viajes incluyen una visita al cementerio local donde yace enterrado, y los visitantes homenajean allí poniendo piedrecitas o poemas sobre las lápidas de sus admirados escritores, como si el llegar a ese escenario les permitiera un vínculo mucho más cercano con la memoria del escritor que tanto les ha hecho disfrutar.
¿Cómo definiríamos entonces el que sin la necesidad de viajar ha convertido la vida del propio escritor como un objeto de estudio más allá de su propia obra? ¿Escritofilia? No estaría mal, salvo que el concepto parece aludir a una especie de parafilia que incluye sexo con los escritores. Por ello, soy mucho más propenso a decir que todo esto sigue respondiendo al concepto de universo “metaliterario”.
Y me encanta a veces sumergirme sobre enigmas “metaliterarios”, donde uno ha de tirar el hilo poco a poco –excavar en la red- hasta hallar las respuestas. Me gusta leer que Johnny está sacando a la luz las cartas de Cortázar donde se narra las circunstancias de la escritura de Rayuela (como cuando la fotógrafa Dora Maar reflejó todo el proceso creativo de Picasso pintando el Guernica); me divierte descubrir los rifirrafes que el crítico Ignacio Echevarría tiene con la viuda de Bolaño por cuestiones personales, que explican el por qué el primero ha sido apartado de su tarea de albacea; y me gusta descubrir cuál es el motivo del silencio que rodea la muerte de la hija de Carmen Martín Gaite, de la que la mayoría de las referencias biográficas de su muerte no concuerdan ni siquiera en la edad en la que murió, dando una horquilla de varios años de diferencia de unas fuentes y otras ¿por qué tanto secretismo?.
Y así, hasta el infinito. Buf, menudo rollito que he metido ;D
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