Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.
Así comienza el libro El túnel de Ernesto Sábato; anunciándonos un crimen donde no tenemos que molestarnos en descubrir al asesino, porque la confesión de la primera frase ya nos dice que debemos enfocar nuestra vista, no en el crimen, sino en los motivos que pasaron por la mente enferma de Juan Pablo Castel y que hicieron que este cometiese el crimen. Pero hay que darle mérito a Sábato por esa primera frase, que desde el primer momento ya te engancha en la lectura.
Como los Reyes Magos siguiendo la estrella de Belén, he seguido yo en este caso la estrella de Orión, que hace unos días me decía que había releído una y otra vez este libro. Así que el otro día que tuve un poco de insomnio y me puse a leer el librito en cuestión, y en unas cuantas horas de lectura bajo mantas terminé leyéndomelo (lo leí cuando era más joven pero solo recordaba que el asunto iba de celos). Después de volverlo a leer, reafirmo lo mismo, que el libro trata de eso: de unos celos enfermizos.
Por otro lado el asesino Castel dice en una ocasión que le anima a escribir esta confesión con la esperanza de que alguna persona llegue a entenderlo, y efectivamente no puedo pasar por alto el confesar que yo le he entendido perfectamente. Admitámoslo: María Iribarne pasaba de él, y es más que probable que durante su relación también estuviera con Hunter, aparte de estar casada con su marido ciego… vamos que no era del todo trigo limpio, eh? Aclaro que el problema no sería la relación a tres bandas, sino que mintiera a los tres hombres... Aunque el libro nunca acaba de revelar totalmente si María Iribarne tiene otras relaciones mientras está con Juan Pablo Castel. Los celos son muy peligrosos, ya lo decía Shakespeare cuando hizo que el moro veneciano Otelo matara a Desdémona enfermo de celos, cuando en realidad todo era una manipulación maquinada por Yago.
Veamos… antes de que alguien pueda acusarme de banalizar la violencia de género, ya puedo decir que Castel era un enfermo de celos, con una personalidad algo depresiva y una vida en que lo atenazaba la soledad y la incomprensión, y que nunca tendría ni por asomo que haber matado a María Iribarne.
Hay un momento que él le dice: “-Si alguna vez sospecho que me has engañado –le decía con rabia- te mataré como a un perro”. NO POR DIOS CASTEL!!! En esos casos uno se llena de orgullo y si se tiene claro que la sospecha es cierta, o se abandona la relación sin dar ni una explicación, o si se sigue amando lo suficiente a tu pareja entonces se ponen las cartas sobre la mesa y se intenta solucionar el asunto.
Bueh, el libro para explicar un poco el argumento, explica cómo un pintor se queda prendado por una mujer que ha estado mirando uno de sus cuadros en una exposición. Esa sensación de encontrar a alguien que comprende su arte le llevará a cristalizar un amor a primera vista. Primero hará el esfuerzo de buscarla y encontrarla, y aunque la conquistará rápidamente su amor –tan rápido como ha venido- se transformará al poco tiempo en unos celos obsesivos cuando comiencen a salir a la palestra otros personajes secundarios, y la sospecha de que María Iribarne miente a Castel en sus conversaciones.
La mente analítica de Castel se deja entrever en esos desafortunados interrogatorios a los que somete a María, que inevitablemente acaba queriendo abandonar la relación. Ahora confieso yo: personalmente yo también soy bastante celoso y obsesivo con lo que de verdad deseo, pero siempre he dicho que los celos me los acabo comiendo con patatas y aunque soy un poco quejica, y analizo con bisturí cualquier cosa que me molesta y me planteo mil dudas, también es verdad que pienso que nadie es dueño de nadie, e intento ser terriblemente comprensivo con mis parejas. Ahora sí, soy de los que afirman con convicción esa máxima que dice “a las mujeres no hay quién las entienda”.
Tengo amigos que dicen afirmar que no sufren de celos; y me explican que esos solo son un fruto de la inseguridad. Vale, de acuerdo, no negaré mis inseguridades, pero ¿Acaso ellos tienen suficiente sangre corriendo por sus venas? ¿Cómo no tener miedo de perder lo que uno más ama?
De todas maneras, igual que Juan Pablo Castel imagina que María cuando ambos observan ambos el cuadro de esa mujer asomada en la ventana que ha pintado Castel: yo también imagino que seguramente “Orion me comprenderá”. ¡Por algo me cuenta que debe haber leído el libro cuatro o cinco veces! Ja, ja.
Este libro pese a su corta extensión de apenas 160 páginas ha dado para tres versiones cinematográficas, una rodada en 1952 con León Klimovsky como director, otra en 1977 con Jose Luis Cuerda, y otra en 1987 con Antonio Drove dirigiendo tras la cámara.
Aquí un fotograma en cartel promocional sobre la primera versión. La verdad es que no he visto ninguna, pero a la que tenga ocasión sin duda alguna de estas caerá.
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